› Por Eric Nepomuceno
Las posibilidades reales de la candidatura de Eduardo Campos a la presidencia brasileña eran muy remotas. A lo sumo hubiera podido forzar una segunda vuelta entre la presidenta Dilma Rousseff y su adversario más cercano, Aécio Neves. Pero su ausencia en las elecciones de octubre podría provocar un revuelo en el escenario político. Al morir en la caída de una avioneta, el pasado miércoles, Campos deja una situación de incertidumbre absoluta, tanto en el PT de Dilma como en el PSDB de Neves. Los rumbos de sus respectivas campañas están ahora en manos del Partido Socialista Brasileño, el PSB del cual Campos era, además de candidato, presidente.
Nada más comprensible, por lo tanto, que la tensa duda en que los estrategas de los dos partidos se encuentran desde el mediodía del miércoles, cuando se conoció la muerte de su adversario. Faltando pocos días para que empiece la propaganda masiva por radio y televisión –elemento crucial en la disputa– no se sabe siquiera qué pasará con el PSB: ¿elegirá, como sería natural, a la candidata a vice, la ambientalista y evangélica Marina Silva, para ocupar el puesto de Campos? ¿Presentará algún otro nombre? ¿Optará por no postular a nadie?
Las relaciones de Marina con el nuevo presidente del partido, el ex ministro Roberto Amaral, son francamente malas. En verdad, el grupo de Marina –también ella ex ministra de Lula da Silva– es considerado por los socialistas como una especie de cuerpo extraño incrustado en el partido. Tienen línea propia, se oponen a varias de las posiciones del PSB, rechazan alianzas regionales armadas por Campos y que serán mantenidas por Amaral. Todo el mundo político brasileño sabe que el único que lograba mantener un diálogo abierto y positivo con Marina Silva era el propio Eduardo Campos. Además, el político fallecido era la única figura del PSB que había alcanzado, y aun así de manera un tanto relativa, proyección nacional. Y eso, en una circunstancia curiosa y delicada: hasta abril, en todos los sondeos se incluía el nombre de Marina Silva, que trataba de crear su propio partido. Y ella aparecía bien por delante tanto de Aécio como de Campos, que ya eran candidatos declarados.
Después de haber anunciado que Marina sería su candidata a vicepresidente, Campos creció en los sondeos, pero sin amenazar, en momento alguno, a Neves. Y mucho menos a Dilma, que sigue favorita.
El camino natural sería que el PSB nombrara a Marina como sustituta de Campos. La decisión sólo será anunciada después del funeral de Campos, que nadie sabe cuándo ocurrirá: está previsto para el domingo, pero la familia dice que mientras todos los siete cuerpos no sean identificados, no habrá entierro.
Si la interna del partido efectivamente se decide por Marina, quedará prácticamente asegurada la realización de una segunda vuelta en las elecciones de octubre. Y la gran disputa será entre ella y Aécio Neves, para saber quién enfrentará a Dilma.
Varios analistas aseguran, además, que la postulación de Marina bajaría sensiblemente el número de electores que declaran voto nulo o en blanco. Al fin y al cabo, hace cuatro años ella obtuvo sonoros 19 por ciento de los votos en la primera vuelta, lo que forzó una segunda entre Dilma, que al final resultó elegida, y José Serra, del PSDB.
Ese, por lo tanto, sería el camino natural de los socialistas. Pero no todo es tan claro y fácil. Teniendo a Marina como candidata, su grupo ganaría un muy fuerte refuerzo dentro del partido, oscureciendo a los socialistas. Aunque sus posibilidades reales sean todavía discutibles, su candidatura seguramente fortalecería la votación de los postulantes a diputado nacional o provincial, en perjuicio de los socialistas. Además, hasta las piedras saben que Marina sigue obstinada en la creación de su propio partido, algo que no logró en su primer intento pero que con una candidatura presidencial seguramente se tornará viable (en el primer intento ella no logró reunir el número necesario –500 mil– de adhesiones).
Para Aécio Neves, todas las alternativas que el PSB baraja son pésimas. Con Marina candidata, él perderá buena parte de los votos de centroizquierda. Con otro en lugar de Marina, parte sustancial de los votos originalmente destinados a Campos migrará para Dilma. Y si el PSB decide no presentar ningún candidato, Dilma igualmente gana.
Para la actual presidenta, la mejor alternativa consiste en que Roberto Amaral, nuevo presidente del PSB, logre convencer a sus pares de respaldar su candidatura. Es algo prácticamente imposible, pero en la política brasileña nunca se sabe. La opción de presentar otro nombre que no sea el de Marina Silva también favorece a Dilma. Y en el caso de que ocurra lo más temible –la candidatura de Marina–, el PT ya sabe que enfrentará a un adversario bastante más complicado que el actual, Aécio Neves.
Así, con un escenario muy nebuloso, se preparan todos para el estreno de la propaganda en televisión. Habrá que rehacer toda la estrategia. El problema es complicado: ¿cómo lograr una nueva estrategia si no se sabe quién será el adversario?
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