CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
› Por Juan Sasturain
José “El Pepe” Palomo es un hombre informado e inteligente, uno de los mayores humoristas latinoamericanos y –sin duda alguna– el mejor dibujante de perros del mundo. Además, es testigo invalorable de un tiempo dilatado y rico de experiencias personales y colectivas. Pertenece a una clase de los que hay (nos quedan) pocos. Chileno afincado en México desde hace mucho, desde que los vientos de la Historia lo aventaron, Pepe es arte y parte de la generación de creadores que vivió / acompañó / protagonizó de adentro las vísperas jubilosas, el desarrollo tumultuoso y el desenlace criminal de uno de los procesos político-económicos y culturales más ricos y ejemplares (en todos los sentidos) de la moderna historia latinoamericana: el gobierno de Salvador Allende y su revolución socialista en democracia.
Pero el talento y la trayectoria de Palomo trasciende largamente los supuestos de lo que debería ser, equívocamente, un artista / humorista “comprometido”. Su destreza de dibujante y el inusual manejo del idioma –de la jerga culta al habla más dialectal– lo alejan de cualquier uso funcional / mecánico de los recursos expresivos en función de una “tarea de denuncia” u otras simplificaciones. Así, tanto es autor de tiras de humor político ya clásicas –y tan contundentes– como El Cuarto Reich, y de un reciente y tremebundo manifiesto anticlerical filosísimo –Satánicos, junto a nuestro Sergio Langer–, como de un clásico infantil, el Matías, reeditado mil veces, o –y acá viene al caso– de una memorable antología de dibujos, Literatos, sobre los escritores y su tragicómico universo de contadas grandezas y múltiples, pequeñas, miserabilidades.
Y la referencia viene al caso porque, precisamente, ayer nomás, domingo a la mañana, el Pepe Palomo, como suele –ya que es colaborador indispensable, propietario de la planta baja de la página 4 de nuestra revista Fierro– me envió el dibujo / la secuencia que acompaña o preside estas divagaciones –que sólo aspiran a ser su largo epígrafe–, en homenaje y recuerdo del centenario cortazariano. Y al ver tamaña maravilla no pude ni quise esperar el momento de publicarlo en nuestro mensuario de historietas y por eso –sin su permiso– lo despliego en regalo exclusivo y compartido acá, con la yapa de una anécdota personal de mi amigo, contando las circunstancias en que conoció al Julio, en sus propias e inmejorables palabras.
Me cuenta Palomo, ayer, y les transcribo: “En la Feria del Libro del Palacio de Minería, en el DF (de México), antes de que existiera la (feria) de Guadalajara, siento que alguien me toma de la manga: doña Tencha, la viuda del presidente Allende. ‘Ven, que quiero presentarte a un amigo.’ Me lleva al lado de la figura más grande de la Feria: casi dos metros, pero –además– por escritor. Mientras ella daba la orden de tomar foto, miro al gran Julio Cortázar y le digo: ‘Me siento como cuando estaba en la primaria y me llevaban a conocer a Fresia’ ‘Y ¿quién es Fresia?’ ‘La elefanta del zoológico de Santiago.’ Apareció una hilera de dientes en carnaval despelotado, coloreados a la nicotina y hacia arriba unos ojos sepultados en un tsunami de arrugas en racimo y una gran carcajada en sensarround. Grande, Julio.”
Hasta acá, Palomo. Y su aclaración casi innecesaria junto al envío: “Mira, Juanito: esto no es un cuento ni de cronopios ni de famas pero, bien mirado, sí califica para serlo”. Sin duda, compañero. Precisamente mañana se inaugura en el Palais de Glace la muestra Rompecortázar, en la que un puñado de historietistas argentinos (guionistas y dibujantes) toma los relatos de Julio como pretexto para jugar a lo loco. Me parece que esta memorable secuencia / ocurrencia de Palomo es el mejor aperitivo posible a semejante homenaje.
Parafraseándolo: Grande, Pepe.
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