› Por Adrián Paenza
Cada vez que hay elegir gente para nuevos trabajos, las personas encargadas buscan detectar no tanto cuáles son los conocimientos de la persona, la cantidad de información que tiene en su disco duro, sino su capacidad de análisis.
En todo caso, teniendo en cuenta que el acceso a lo conocido se consigue sin demasiadas dificultades, ¿cómo hacer para evaluar la forma de reaccionar de una persona frente a lo desconocido?
El objetivo es tratar de detectar la capacidad de análisis del postulante. Y es por eso que me interesa proponer un ejemplo de lo que estoy hablando. De paso, como no hay nadie que la (o lo) esté mirando, hágase un minuto de tiempo (es todo lo que hace falta) y fíjese qué y cómo respondería usted.
Yo voy a escribir seis frases, que aparecen más abajo. Présteme atención a la siguiente consigna: se sabe que solamente una de ellas es correcta.
Determine usted cuál de las seis es la verdadera y, por supuesto, piense que usted debería ser capaz de explicar por qué tomó esa decisión.
Creo que a esta altura no hace falta que lo escriba, pero lo hago igualmente: “No hay ninguna trampa, no hay nada que uno no pueda deducir usando nuestra capacidad para pensar y más aún: no es un problema difícil”.
Ahora le toca a usted. Estas son las seis frases.
1 Todas las siguientes frases son verdaderas
2 Ninguna de las siguientes frases es verdadera
3 Una de las anteriores frases es verdadera
4 Todas las anteriores son verdaderas
5 Ninguna de las anteriores es verdadera
6 Ninguna de las anteriores es verdadera
¿Cuál es la correcta?
Antes de avanzar con la respuesta, es necesario observar que importa el orden en el que están escritas. Por ejemplo, cuando usted lee la frase que lleva el número 3 y habla sobre “una de las anteriores es verdadera”, es porque está diciendo que o bien la frase 1 o la frase 2 son verdaderas.
Ahora le toca a usted.
Antes de avanzar en la lectura, permítame hacerle una sugerencia. Usted advierte que la respuesta (o una forma de pensar la respuesta) aparece escrita acá abajo. ¿De qué le serviría leerla si usted no se detuvo a pensar un rato? ¿Qué gracia tendría? Si no tiene ganas o no tiene tiempo ahora, déjelo para más adelante o para otro momento, pero no lea lo que sigue. Se privará usted mismo de disfrutar el trayecto, encuentre la solución correcta o no. En fin, es una sugerencia.
Empiezo analizándolas en orden. Veamos la primera. Tiene que ser falsa. ¿Por qué? Es que si fuera cierto que todas las siguientes frases son verdaderas, entonces en particular debería ser cierta la que lleva el número 2 que dice que ninguna frase es verdadera. Luego, de esa contradicción se deduce inmediatamente que la 1 es falsa. Sigo.
La frase número 2 tiene que ser falsa también, porque de acuerdo con lo que está dicho como consigna del problema, una de las frases tiene que ser verdadera. Luego, la número 2 también es falsa.
Como las frases 1 y 2 son falsas, entonces la número 3 también tiene que ser falsa ya que dice que una de las anteriores (o bien la 1 o bien la 2) tienen que ser ciertas, y nosotros sabemos ya que eso no ocurre. Conclusión: la frase 3 también es falsa.
Analicemos la frase número 4. Esta dice que todas las anteriores son verdaderas, y creo que está claro que eso tiene que ser falso también (por el análisis que venimos haciendo). Esto nos sirve para descartar la cuarta también: es falsa.
Quedan dos posibles frases que –aún– podrían ser ciertas: la quinta o la sexta. Veamos. Si la número 5 fuera cierta no parece contradecir nada de lo anterior. Lo que sabemos hasta acá es que las cuatro primeras son falsas, y la quinta dice que ninguna de las anteriores es cierta. En principio, esa frase es verdadera.
En realidad, si el problema que le dieron a uno está bien planteado, llegado a este punto deberíamos concluir, sin analizar nada más, que la quinta es la única frase que es cierta. La sexta debería ser falsa. Veamos. La última frase dice también que ninguna de las anteriores es verdadera. Pero recién acabamos de ver que la quinta es verdadera. Luego, se deduce que la sexta es falsa.
Y eso concluye el análisis. Como usted habrá comprobado, no hubo que hacer nada extraño ni exótico: sólo analizar lo que nos fue pedido en forma cuidadosa.
Lo curioso es que muchas veces tenemos la tentación de negarnos a pensar. Ya no digo a ser evaluados, porque eso tiene un componente psicológico que entiendo, pero entre la pereza que despierta tener que elaborar e hilvanar razonamientos, sumado a que uno mismo muchas veces no se cree capaz ni en condiciones de enfrentar problemas de este tipo, termina generando una sensación de “me entrego”: “Esto no es para mí”.
¿Seguro? Créame: ¡no estoy de acuerdo!
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