CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
› Por Juan Sasturain
En estos días he tenido la suerte (el gusto) de juntarme con algunos queridos y talentosos dibujantes para hablar de distintos momentos de la historia del humor gráfico argentino. Un tema (como tantos) lindísimo, sobre todo porque hay mucho y muy bueno para recordar y analizar: tenemos una tradición dibujada densa y variada, con muchas zonas –revistas, diarios, autores– aún por descubrir / compartir / iluminar adecuadamente. Nos hemos reído mucho, parece. Costumbre de muertos y degollados, pues ésa ha sido nuestra constante: para hacer el humor en la Argentina –postulamos hace mucho– es necesario tener un espejo a mano y empezar (siempre) por ahí.
Podría, en ese sentido, hacer lista de autores y medios de una variedad y originalidad ejemplares. Como al último Borges, me pasa –con perdón–, que encuentro a la encarnada belleza y a la viva inteligencia mucho más frecuente y diseminada que lo que el prejuicio y la soberbia me lo permitieron en dogmáticas / urgentes circunstancias anteriores. Todo consiste en bajar la guardia y abrir los ojos: basta entrarles a las viejas y nuevas revistas como quien se manda a un mercado al mediodía para empezar a pasarla bien en la mejor compañía.
Y en estos días lo hice codo a codo –entre otros– con Sábat, con Crist y con Nine, gente decididamente grande. Y no sólo repasamos y repaseamos por Sojo y Cao, Sirio y Málaga Grenet, Moreau y Caribé, Medrano y Calé, Oski y Landrú, Grillo y Kalondi y tantos otros. El disfrute múltiple y el comentario en común me hicieron, en algún momento, volverme hacia la propia obra de cada uno de ellos, mis compañeros de mesa, dibujadores alevosos, laburantes creativos del papel y la tinta sin red. Así, fui al estante y me encontré, primero –y sin hacer una cuestión de orden o jerarquías pelotudas– con Nine. Algunas de las tantas cosas del fecundo Carlos Nine. El Fantagás, por ejemplo. Un viaje. Para viajeros, no para turistas, como diferenciaba Paul Bowles.
Porque nadie puede hacer lo que hace Nine y mirar para otro lado. Quiero decir, distraerse a propósito, hacerse el distraído, como el perro de los refranes escatológicos. Porque si uno pregunta quién fue en el dibujo, la ilustración y la historieta argentinas, siempre –solo o acompañado– hay que decirle que fue él. Fue Nine. Es que mientras algunos parecen y otros son considerados, Nine es. Y qué manera desaforada de ser, la suya. Cuánta intensidad y sutileza.
Porque lo de Nine no se parece a nada que hayamos visto antes / vemos ahora / vayamos a ver. Y eso desde hace –hago mis cuentas– treinta años. Por eso Nine es un monstruo, por simple definición: el que no tiene par. El zapato de charol con suela de cáñamo, la media con cordones, el guante mágico que se arregla, se pinta solo.
Confeso old smuggler, literal viejo contrabandista de temas, formas y materiales, este Carlitos tan fechado, marcado por la historia personal / nacional y del arte universal con huellas indelebles y detectables a simple vista y mirada, es un soberano artista. Es decir: un consciente inventor de sutiles barbaridades. De esas turbias y jodonas que tanto les gustan (sobre todo y antes que al resto) a los franceses vacunados por Lautréamont, Jarry y otros genios anómalos. Una lista a la que han incorporado como una saludable costumbre las historias, los dibujos de Nine.
En tantos años, Nine ha parido y (después) reconocido al execrable Patito Saubón y a Queco el Mago, ha acuñado sus apócrifas Estampas del Oeste y recordado con Crímenes y Castigos que el crimen no paga pero puede ser entretenido. Y muchas cosas más. Pero entre todas, hay una obra de recorte firme y definido, aventura de peripecia impar, y es el fantástico Fantagás, libre trasposición de Fantomas en dos tomos y clave grotesca, su marca artesanal de fábrica.
Como todo no se puede ni es fácil, pudimos y podemos entrarle apenas en cuentagotas, esperando ediciones completas y argentinas que le hagan justicia. Alguna vez, llevados por el amor (sobre todo propio) lo intentamos en Fierro con mejores intenciones y deseos que resultados plásticos convincentes. Si el celeste cuesta, no te digo los otros colores. Sin embargo, en una reciente y cuidadísima publicación periódica de cuyo nombre no quiero acordarme –o sí: Todavía, de la Fundación OSDE– se deja atisbar, fisgón y curioso lector, un segmento de un acto de Fantagás que cita al Hulot de Tati y que te convoca sin contraindicaciones. Ahí está el universo fantástico de Nine para que lo espíes como el que se asoma por el único siete de la carpa del mejor circo del mundo; como el acalambrado culposo que entrevé bellezas perturbadoras empinado en puntas de pie sobre el alféizar de la única ventana del equívoco Averno; como el envidioso colado que, echado de panza entre los pastos crecidos y saturados de celestiales bichitos colorados, saca la cabeza por un agujero del alambre olímpico del Paraíso. Es decir: no es algo de todos los días ni para cualquiera. Y estas aproximaciones que intento acá son apenas una glosa de lo que escribí y sentí en su puntual momento ante el primer efecto deslumbrante de la escueta publicación.
Este Fantagás, esta literal flamante historieta en particular –una saga o parábola sin moraleja admisible– ya tiene veinte años en un rincón del corazón, en una cesura del cerebelo y en un ángulo privilegiado de la biblioteca. Y sin embargo, no se le notan. Lo que sí se siente son los siglos de memoria, de destreza e inteligencia artística concentrados en el imperceptible toque del pincel, en la alevosa curva de una cintura, en la asombrosa imaginería. En Nine, como en muy pocos, las intersecciones creativas son prácticamente infinitas.
Quiero decir: tras recorrer los avatares luminosos del humor gráfico argentino, encontrarse con (la obra de) Nine es como acceder a un mirador privilegiado, salto en alto, culminación del fuego y perspectiva hasta los bordes. Todo lo que hubo no pudo haber ido a parar a un lugar mejor. Porque Nine es de lo que no hay.
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