› Por Mario Goloboff *
Difícil decir el día exacto; por aquellos tiempos, la venida al mundo de los negros norteamericanos no se registraba con partidas de nacimiento. Pero se sabe que fue hacia mediados del mes de abril del año 1894 cuando nació Bessie Smith, la así llamada Emperatriz del Blues, en Chattanooga (Tennessee). Por el estadio en que había quedado la cuestión racial después de la Guerra de Secesión, y la segregación anterior y subsiguiente, no era el mejor momento para llegar oscuro a esas tierras, y menos en el Sur.
El caso de Bessie no fue una excepción; a ella, como a otros, también le tocó, hasta su temprana muerte, sobrellevar las peores situaciones. Empero, el mundo artístico, colectivo e individual, se las arreglaba más o menos convenientemente; la configuración de grandes guetos en las ciudades norteamericanas desde finales del siglo XIX hasta bien entrado el XX hizo que, poco a poco y por necesidad, el originario y tradicional blues rural y campesino fuera transformándose en blues urbano, y si en el primero era constante y hasta inevitable la presencia de cantantes masculinos, en ese actual aparecieron toda una serie de voces femeninas en espectáculos teatrales o puramente musicales, con los blues incorporándose al balbuciente jazz, y codeándose, casi de igual a igual, con las puestas escénicas blancas de la época.
Todavía jovencita, su hermano Clarence le consiguió un contrato para uno de estos espectáculos. En 1913, ya actuaba sola en el Theater de Atlanta y en los años posteriores por intermedio del famoso circuito TOBA. Hacia 1909, un empresario blanco, Anselmo Barrasso, había organizado el circuito TOBA –Theater Owners Booking Association– una extensa red de teatros, salas de fiesta, carpas de circo y distintos lugares destinados a la diversión del público negro, impedido de asistir a cualquier tipo de espectáculos junto a los blancos. La dureza de tal circuito y las humillantes condiciones de trabajo y salario hicieron que popularmente se trastrocara el sentido de las siglas por el de Tough On Black Asses, que en una traducción bien casera significa “Duro con los culos negros”. Con su prestigio cimentado, en 1921 actuaba en el Standars Theater de Filadelfia y al año siguiente con la orquesta de Charlie Johnson, en el Paradise Gardens de Atlanta, la sala de baile más elegante de la ciudad. Pero el año que marcó su carrera y la lanzó a la fama fue 1923: Clarence Williams, pianista extraordinario, presenta a Bessie al director artístico del sello Columbia, quien luego de una prueba le ofrece un contrato discográfico y obtiene e imprime a partir de allí una influencia decisiva sobre ella. Cierto, no obstante, que su éxito se basa en una dicción muy clara, un oído y una afinación extraordinarios, una voz singularmente centrada, su control de la altura de las notas, el dominio máximo del ritmo, su manera personal de atacar las consonantes, el canto con la máxima naturalidad y aparentemente sin ningún esfuerzo.
Tampoco estaba sola. Louis Armstrong, aún muy joven, la acompaña muchas veces, y los registros de ambos juntos quedan como las grandes obras maestras: todavía pueden escucharse varios testimonios de esos encuentros, entre otros temas “Careless Love”, antes de las decenas de versiones en blues, folk, country y pop styles de ejecutantes diversos y de las notables de Elvis Presley, The Entrance Band, Lonnie Johnson, Joan Baez, Ronnie Lane, Madeleine Peyroux, Bob Dylan, el compositor francés y clarinetista Jean-Christian Michel, y el italiano Lucio Dalla. Y, naturalmente, la versión inalcanzable de Ray Charles. En otras bandas que la circundan y acompañan en la época pueden oírse a Coleman Hawkins, el gran saxofonista tenor, al clarinetista Buster Bailey, al trombonista Charlie Green, al pianista James P. Johnson, al otro gran saxo tenor formado con Hawkins, León “Chu” Berry...
Trabaja tesoneramente en el teatro durante los meses de invierno y viaja el resto del año (tiene su propio vagón de ferrocarril); hay un período, que no dura mucho, en que Bessie llega a ser la actriz negra mejor pagada y realiza grabaciones junto a los artistas más importantes del momento, como los ya nombrados. En 1929 protagonizó el cortometraje St. Louis Blues (cantaba la canción homónima junto a los miembros de la orquesta de Fletcher Henderson, el coro de Hall Johnson y en un ambiente musical distinto al del resto de sus grabaciones), y trabajó también en un estruendoso fracaso de Broadway llamado Pansy, un musical en el que toda la crítica solo coincidió en que ella era la única actriz que valía la pena ver. Luego, llegan los años de la Gran Depresión, las fuentes de trabajo y de actuaciones se reducen considerablemente y aun la calidad de las mismas, y también adviene o se acrecienta el alcoholismo que arrasa con ella.
Hay, asimismo, en medio de sus grandes amores y sus grandes desvaríos (se habla, entre otros, de alguno con Fats Waller: gran organista que había aprendido música de su padre, pastor baptista, cuando niño; Fats se convierte en uno de los primeros excelentes pianistas del moderno jazz), “el capítulo lesbiano” en su agitada vida, al que, dicen sus comentaristas, la habría iniciado Ma Rainey, una de las primeras cantantes negras con acompañamiento de blues clásico, llamada “La madre del blues”. Acosada por el medio y por los celos de su segundo marido, asume valientemente sus preferencias sexuales en varias canciones, entre las que es emblemática “It’s Dirty But Good”, de 1930.
Pasados los efectos de la Depresión, cuando los contratos y actuaciones volvían otra vez, le sobrevino un fatal accidente de coche en una estrecha carretera del estado de Mississippi mientras estaba de gira con la compañía de la obra musical Broadway Rastrus, el 26 de septiembre de 1937. Su trágico fallecimiento desató, una vez más y con justicia, la polémica sobre las víctimas del racismo en los Estados Unidos. El hospital más cercano al que fue llevada de urgencia era un sitio solo para blancos, donde, dogmática y tozudamente, le negaron la asistencia. Sus acompañantes no tuvieron otra opción que prolongar su agonía hasta llegar al lejano hospital afro-americano de Clarksdale, adonde entró desangrada y sin posibilidades de supervivencia. Días después tuvo lugar su entierro en Filadelfia con una comitiva de setenta mil personas, pero su tumba estuvo sin lápida hasta 1970, cuando el sello Columbia la financió con parte de los beneficios obtenidos por la reedición del primer álbum doble de canciones de Bessie. Aunque corre la versión de que fue la vocalista de rock Janis Joplin (quien moriría ese mismo año, muy joven, por sobredosis) la que costeó la actual placa, que la identifica para siempre como “La Más Grande Cantante de Blues del Mundo que Nunca Dejará de Cantar”.
* Escritor, docente universitario.
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