› Por Mario Goloboff *
A veces son los bombos; otras, la “Marcha peronista”; en ocasiones, desnudos altoparlantes impiden escuchar, atenta, solitariamente, los cuartetos de cuerda de Béla Bartók o el Concierto de Alban Berg o uno de Arnold Schoenberg... Así se urden las leyendas: con algunos datos ciertos y otros imprecisos, vagos,
inactuales. Si alguna vez Julio Cortázar declaró haber vivido algo parecido, ello se repitió al infinito y ha terminado por forjar en la conciencia de mucha confiada gente la versión de “haber tenido que irse del país por culpa del peronismo” o, lo que es todavía peor (en su demasía, en su atolondramiento), “huir de él” o “expulsado por él”. Nadie, entre los que alimentan la especie, se detiene a pensar por un instante que, hacia los ’50, con todo lo famoso que fue después, Cortázar era absolutamente desconocido, no sólo por el peronismo, sino por la casi unanimidad del pueblo argentino, incluida buena parte de sus intelectuales.
Tenía un libro de poemas de 1938, Presencia (para mejor, bajo el seudónimo de Julio Denis), y una pieza de teatro de 1949, Los reyes, con una tirada de 500 ejemplares, más otros 100 ilustrados. Había publicado algunos relatos en diarios o revistas del interior (no retomados en libro) y varios poemas. Y en 1946, en Anales de Buenos Aires, un cuento que perdura por su calidad, aunque pocos en su momento lo habrán leído: “Casa tomada”. Así como notas ensayísticas: en la revista Huella, sobre Arthur Rimbaud; en la Revista de Estudios Clásicos, “La urna griega en la poesía de John Keats”; y algunas en Sur. Su primer libro de cuentos, Bestiario, se publicará en 1951, con modesta tirada. Trabajos cultivados, eruditos, distantes todavía de lo que cimentaría su fama: los cuentos antológicos, las novelas audaces y renovadoras, los personajes inventados que se incorporarían para siempre a la vida de los argentinos, sus juegos lingüísticos y humorísticos, sus textos más comprometidos con los pueblos latinoamericanos. Casi nada podía saber de este escritor el primer peronismo, por más opositor que fuese en la época.
Tampoco estaba tan ligado al grupo de Sur como se dice. Era un colaborador de a ratos, y no siempre coincidía con el espíritu de la revista, ni con sus inspiradores más destacados, no tanto en materia política, sino fundamentalmente literaria. O no quería contagiar la literatura con los prejuicios políticos que tenían muchos de sus miembros. La prueba de fuego fue la publicación de la novela Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, y Cortázar la atravesó con absoluta independencia y valentía. En “Un Adán en Buenos Aires” (revista Realidad, 1949) sostiene: “La aparición de este libro (es) un acontecimiento extraordinario en las letras argentinas, y su diversa desmesura, un signo merecedor de atención y expectativa”. Y agrega: “Marechal entra resuelto por un camino ya ineludible si se quiere escribir novelas argentinas”. Es en el manejo de los diferentes lenguajes que él repara y donde advierte sus aciertos. Por eso aquella afirmación que valdrá hasta hoy: “Estamos haciendo un idioma (...). Es un idioma turbio y caliente, torpe y sutil, pero de creciente propiedad para nuestra expresión necesaria”. Termina diciendo que el Adán... es “una de las obras poéticas más claras de nuestra tierra”.
Están, podría (debiera) decirse, los textos; los cuentos condenando al peronismo, ridiculizándolo. Y es tan lamentable y tan cierto que el mismo Cortázar se arrepintió públicamente. ¿Cuáles son esos textos que suelen invocarse? “Casa tomada”, “Las puertas del cielo”, “La banda” y algún otro “que andaría por ahí”. Sin embargo, “Casa tomada”, el que más se cita como ejemplo, habríase fraguado en Chivilcoy, “anunciado en el umbral de la calle Necochea 144, mientras charlaba una tarde con su amiga, la profesora Yavícoli”, según testimonio de don Francisco Antonio Menta, vecino de la época. Se sabe también que La otra orilla estaba fechado en 1945, presuntamente a principios de año. Antes, pues, de la aparición del peronismo y, por añadidura, vendría de un sueño: “Es uno de mis cuentos más oníricos. Yo soñé no exactamente el cuento sino la situación del cuento (...). Yo estaba solo en una casa muy extraña con pasillos y codos, y todo eso era normal (...). En un momento, desde el fondo de uno de los codos se oía un ruido muy claramente y eso era ya la sensación de pesadilla (...). Entonces yo me precipitaba a cerrar la puerta y a poner todos los cerrojos para dejar la amenaza del otro lado...”. Así, la intención alegórica respecto del peronismo parece bien disminuida. Por otra parte, no está excluido que un escritor se haga cargo en sus creaciones, aun de manera impensada, de las preocupaciones de su medio y de su clase. No deja de ser posible que el inconsciente de Cortázar se haya impuesto a las motivaciones del cuento, y representado, en la letra, ese temor y ese horror que sentían las capas medias acomodadas ante el fantasma de la intrusión de clases desposeídas del interior argentino en la Capital, al producirse el fenómeno de la sustitución de importaciones industriales y de la formación de conglomerados urbanos, los “cinturones” alrededor de las grandes ciudades.
Como fuere, de todos aquellos prejuicios se desembarazará Julio Cortázar durante su experiencia en la Francia salida de la guerra, devastada, hambreada, sacudida además por las guerras anticoloniales que iban a cuestionarla, a vencerla como metrópoli, en Dien Bien Phu primero y luego en Argelia. Le tocaba vivir en un país atravesado por todo tipo de conflictos y muy distinto del que él había dejado. A lo que sumaría, poco después, el entusiasmo por los cambios radicales en América latina y el crecimiento de la Revolución Cubana, que de antidictatorial, agraria y antiimperialista iba transformándose en socialista.
Durante esos años en que madura su conciencia latinoamericana, irá gestando una nueva mirada sobre el peronismo. La que coronará en expresiones autocríticas como las que formula a su paso por el país, cuando regresa de Chile, adonde ha ido por la asunción de Salvador Allende. En un reportaje que le hace Francisco “Paco” Urondo para Panorama (24/11/1970), habla de “Las puertas del cielo”, “donde se describen los bailes populares del Palermo Palace, es un cuento reaccionario; eso me lo han dicho muchos críticos con cierta razón, porque hago allí una descripción de lo que se llamaban los ‘cabecitas negras’ en esa época, que es en el fondo muy despectivo; los califico así y hablo incluso de los monstruos, digo ‘yo voy ahí de noche a ver llegar los monstruos’. Ese cuento está hecho sin ningún cariño, sin ningún afecto; es una actitud realmente de antiperonista blanco, frente a la invasión de los ‘cabecitas negras’”.
Luego, poco antes de la victoria electoral de Héctor Cámpora, entrevistado por Osvaldo Soriano para La Opinión (11/3/1973), declara: “Tengo la impresión de que el Frente Justicialista, más que la expresión de un pensamiento nacional, es la expresión de una pasión nacional y de una necesidad nacional. Es decir, una especie de movimiento que puede ser informe en muchos planos, al que no se puede dar una definición precisa, pero que es un movimiento (...). No sé si alguno de los otros partidos de raíz popular tiene una ideología más definida, probablemente sí, pero lo que no creo es que esos otros partidos representen realmente la conciencia multitudinaria de la Nación como lo hace el Frejuli. Eso que yo califico de movimiento visceral de todo el pueblo argentino hacia una especie de encuentro consigo mismo”. El resto es conocido: sus denuncias contra la dictadura militar y las del Cono Sur, su solidaridad con los perseguidos. Esto da, me parece, una visión un poco más completa y matizada de sus posiciones en la discusión política argentina, que aquellas que se le atribuyen algo arbitrariamente.
* Escritor, docente universitario.
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