› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Inequívoco y típico y clásico de Rodríguez: el día en que, después de varios tantos años, resuelve ir al zoológico de Barcelona con su hijo, justo entonces, sucede algo inesperado. Algo tremendo, que hiela la sangre hasta hacerla hervir y subir al corazón en la boca que escupe un grito que corre a unirse al grito de todos los que gritan, ¿oyen? Ahí nomás, frente a los ojos de Rodríguez que quisieran cerrarse pero que no pueden dejar de abrirse más y más y párpados para qué os quiero. Ahora –mientras las hienas de al lado se parten de la risa y los buitres de enfrente sacan sus teléfonos para filmar y colgar y comentar el momento– un tipo salta la valla que separa a los leones de las personas y se acerca a esos melenudos que lo observan primero con asombro y enseguida con una sonrisa marca Cheshire. Y, atención, el tipo no se parece en nada al bíblico Daniel, al mitológico Hércules o al veterinario Androcles. Y esos leones no tienen nada que ver con el león cobarde de El mago de Oz, con el león bizco de Daktari, con el león fantasy-cristiano de C. S. Lewis, con los animados leones hamletianos de Kimba y de El rey león, con la aleonada y bella bestia de Jean Cocteau, con el Alex de Madagascar, o con el rugido de entrada a tanto clásico de la Metro-Goldwyn-Mayer, incluidos Tarzán y su grito para llamar al dorado león Jad-bal-ja. No, no, no: éstos son leones que no cobran derechos de autor ni han sido presa fácil del merchandising. Tampoco son leones legendarios y temidos como los devoradores de hombres de Tsavo. O futuras cabezas en paredes o en alfombras. Son animales de zoo que es la versión resort-platinum de los empanizados animales de circo. Estos son leones anónimos que no hacen otra cosa que preguntarse –sin mucha intriga o ansiedad por una respuesta– qué cuernos hacen ahí dentro, y soñar con postales de sabanas africanas, y esperar la hora de la comida. Y –“Mira eso”, le ronronea un león a una leona– parece que hoy la hora de la comida se adelantó.
Ñam Ñam Ñam.
DOS De regreso en casa –el hijo de Rodríguez describiendo con lujo de detalles cómo los leones se abalanzaron sobre el audaz intruso y lo derribaron foso abajo y lo arrastraron hasta su cueva/túnel de servicio– Rodríguez se entera de todo lo que rodea y acorrala al suceso en las noticias de la noche. El hombre pudo ser rescatado y ahora estaba en el Hospital Vall d’Hebrón en estado crítico pero estable. Y cuentan su historia. Y Rodríguez se da cuenta de que él ya había sabido, en vivo y en directo y en otros telediarios, de este individuo. Rodríguez ya había visto a este susurrador de leones (Justo José M. P. alias Jujo, español, 45 años, alguna vez policía municipal en Gelida) vestido de militar en las Ramblas, tirado en un banco de la plaza del Triangle, quemando una bandera catalana. Y contemplándolo como se contempla una perturbación atmosférica, Rodríguez se había dicho que –superponiéndose y sumándose a la oleada de mendigos famélicos– cada vez había más alucinados o alucinantes por las calles de Barcelona. Gente aullando la inminente llegada del Juicio Final o de la ya vista para sentencia Injusticia Sin Fin. Jujo ya había intentado tomar por asalto el Palacio de la Generalitat el pasado noviembre y colgado en la fachada de La Pedrera unos estandartes con esvástica donde se leía “Aborto Asesino” y “40.000 niños. Hitler novato”. Los que lo conocen de hace tiempo no dudaban en definirlo como una persona excelente y muy generosa hasta que algo hizo click o crack dentro de su cabeza (divorcio y muerte de su madre y dificultades para ver a su hijo), y se negó a seguir tomando su medicina (porque le producía depresión, diagnosticó), y se pintó la cara de camouflage, y se subió a pedalear una bicicleta con un cartel que dice “Catalonia Army” con aires de desastroso soldado telefónico de Gila. Otros recordaron ante las cámaras su profunda convicción religiosa. Y tal vez por eso, una soleada y perfecta mañana de Día del Señor, Jujo se arrojó a los leones.
TRES Después, primer plano de un zapato mordisqueado y una mochila destrozada (donde, se presume, había otra de las proclamas a desplegar de Jujo) y un funcionario del zoológico explicando que el recinto de los leones está cuidadosamente diseñado para que no puedan salir pero no para que no puedan meterse. Sí, piensa Rodríguez: el afuera está lleno de leones sueltos. Y no dejan de enseñar sus colmillos mientras al fondo suena –wimoweh, wimoweh, wimoweh– eso de “The Lion Sleeps Tonight” pero, cuidado, porque los leones tienen el más veloz y ligero de los sueños.
Rodríguez, por su parte, duerme mal, padece pesadas pesadillas, cuenta saltarinas ovejas con piel de león. Corderitos rabiosos para los que el Partido Popular ha diseñado y aprobado en solitario la nueva Ley Orgánica de Seguridad Ciudadana, que parece más bien una paranoide protección para inseguros ante esos organizados ciudadanos que gustan de reunirse para ladrarles su furia y desesperación a los leones que custodian el edificio del Congreso. Porque se sabe, dice el dicho, que el perro hambriento no teme al león. A partir de ahora, manifestarse justo ahí o grabar a la policía haciendo su trabajo o impedir un desahucio podrá traducirse en hasta 30.000 euros de multa. Y cuesta mucho contar hasta 30.000. Así que mejor seguir sumando fauces y melenas. A saber: la CIA pidiendo disculpas por “haber tenido poca experiencia en la detención de prisioneros” y haber recurrido a “técnicas de interrogatorio” un tanto feroces; los sacerdotes (y sectarios varios) cayendo de rodillas por sus pecados al obligar a otros a arrodillarse ante ellos y no precisamente para orar sino para oral; la ferocidad rampante e insultante en los cada vez más violentos estadios de fútbol y sus alrededores; y los números ascendentes de las mujeres caídas por violencia de género y por grandes gatos que en el momento de ser denunciados por las víctimas fueron considerados de “bajo o no apreciado o nulo riesgo” por las autoridades especializadas en estas cosas.
Afortunadamente, todo concluye y de lo salvaje se vuelve a lo doméstico y ahí está de nuevo Pablo Iglesias prometiendo la Tierra Prometida, y Pedro Sánchez dispuesto a lo que sea por la regeneración del PSOE, y Mariano Rajoy jurando que ya pasó la crisis y, dickensiano, dispuesto a festejar “las Navidades de la recuperación”. Domadores domados todos ellos brincando a través de aros de fuego y preguntándose qué rol les toca en aquellas palabras de Plutarco en cuanto a que “un ejército de ciervos dirigido por un león es mucho más temible que un ejército de leones comandado por un ciervo”. Bambi era un ciervo y Zapatero era Bambi y los barrotes de las jaulas son barreras de doble sentido y el hombre es el león del hombre.
Y hay tantas pero tantas ganas de masticar payasos crudos.
Ya saben: el círculo de la vida, todo lo que sube baja, hakuna matata, y todo eso.
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