› Por Rodrigo Fresán
UNO Después de tantos años de vagar en la espesa niebla de las indefiniciones, Rodríguez por fin sabe exactamente cómo se siente ahora mismo. Rodríguez comprende cómo definir esa extraña sensación de frontera/bisagra/paréntesis/limbo característica de los días que separan el 24 de diciembre del 1º de enero y después salto y coda-reset hasta el regio 6, cuando todo vuelve a ser como era y el pasado inmediato luce como acuarela bajo la lluvia, como sueño verdadero despertándose para olvidarse y contarse como a uno más le guste o convenga para irreal su interpretación.
Ahora, sí, presto y eureka: Rodríguez se siente como un robot inflable. Como un robot inflado hasta el máximo de sus posibilidades y, por lo tanto, más que listo para sufrir inesperado pero inevitable pinchazo y desinfle.
Y Rodríguez sabe que se siente precisamente así, cortesía de una película que se titula Big Hero 6.
DOS Rodríguez y su hijo acuden a ver Big Hero 6 el primer domingo de este invierno. Es una tarde gloriosa de sol sin una sola nube en el cielo a la que (Rodríguez y su hijo suelen jugar a eso) buscarle y encontrarle forma. El cielo azul sin nubes tiene, se sabe, forma de azul cielo. Y así no hay mucho en qué pensar salvo en cuántas películas de Disney les reserva el futuro para ir a ver juntos. Falta menos, falta poco, para que Rodríguez vuelva a desactualizarse en lo que hace a nombres crocantes de cartoons y superpoderes de acomplejados paladines justicieros. Si hay suerte, piensa el padre, Batman permanecerá. Y poco más.
El hijo pregunta: “Esta no tendrá canciones, ¿no?”. Y Rodríguez sabe por qué su hijo le pregunta eso y, tiembla, y Frozen. Porque Rodríguez e hijo entran a ver Big Hero 6 para intentar derretir el espanto que ya les dura doce meses. Desde que, incautos, fueron a ver Frozen sin saber entonces que estaban participando de los primeros copos de una nevada de histeria universal. Frozen es la película de animación más exitosa en toda la historia de la Disney y de cualquier otra compañía dedicada a eso de animar dibujos. Proyecto largamente demorado, apenas inspirado en un cuento claroscuro de Hans Christian Andersen, y ahora obsesión planetaria con niñas cantando sin cesar sus insoportables canciones. La codirectora y guionista de la película, Jennifer Lee, ha llegado a pedir disculpas a los progenitores del mundo por el tormento que padecen teniendo que oír sin pause “Do You Want to Build a Snowman?” y la himnótica e hipnótica “Let It Go”. Y el nombre Elsa disparándose en los registros de bebés. Y los juguetes de la película agotándose y alcanzando precios demenciales en eBay. Y fiestas temáticas y trajes de novia y la novedad de que el príncipe azul puede ser un cretino y la antigüedad de que toda niña quiere ser princesa. OK, de acuerdo, muy bonito y, claro, ya se vienen cortometraje para calmar la espera hasta que llegue la ya anunciada secuela. Pero Rodríguez y su hijo salieron de allí odiando al muñeco de nieve Olaf aún más que a Jar Jar Binks. La esposa y la hija de Rodríguez, en cambio, salieron cantando, como hermanas hechizadas, aquello de “Libre soy... Libre soy...”
Y, un año después, como poseídas, lo siguen cantando.
TRES Por suerte, nada ni nadie canta en Big Hero 6 y todo –más allá de los vuelos vertiginosos sobre una bladerunneresca mix-city donde conviven Oriente y Occidente bajo el nombre de San Fransokyo– tiene un cierto aire lóbrego y desesperado y queda claro que ésta es la primera colaboración del espíritu Disney con sus recientemente adquiridas mutaciones de la Marvel Comics. Sincretismo estético-ideológico-empresarial, villano Yokai con gran look manga-kabuki, y vaya uno a saber qué nos traerá, el próximo diciembre, la nueva Star Wars by Disney. ¿Bailará un Darth Vader clonificado? ¿Alud de dulces ositos ewok? ¿Dueto de Jar Jar Binks y Chewbacca como el de Tony Bennett y Lady Gaga? Algo queda claro: pronto todo será tlönificadamente y alephianamente Disney. Y hasta Molly Bloom cantará “... and yes I said yes I will Yes”. Mientras tanto y hasta entonces, Big Hero 6 mantiene el tipo, se resiste a la abducción bubónica del Gran Ratón con gracia y elegancia, y en ella el tierno pero no empalagoso robot Baymax de primeros auxilios devenido máquina justiciera no molesta y asombra. Así, exactamente así se siente Rodríguez: como Baymax. Como una especie de globo frágil al que se obliga a resistirlo todo, piensa. Y Rodríguez también se dice, en la oscuridad de la sala, que esa chica-látex sobre ruedas electromagnéticas, GoGo Tomago, está muy pero que muy bien. Y, ah, ¿será un signo de senilidad o de infantilismo el tener fantasías ligeramente sexuales con un personaje de posaderas aerodinámicas generadas por computadora? ¿O tal vez todo esté caliente y fría y apenas subliminalmente calculado por los productores para subir la temperatura de progenitores y vástagos? Rodríguez mira de reojo a su hijo e intenta detectar si GoGo Tomago produce algún efecto en el ya más medium que small; pero parece que no. Nada aún. O lo disimula muy bien, mejor que su padre, que ahora –entre tanto laboratorio y experimento en Big Hero 6– se acuerda de que apenas vuelva a casa tiene que recortar y archivar esa noticia en El País donde se enumeran los diez más importantes avances científicos del 2014. Ahí, la sonda Philae y el cometa, la puesta al día del ADN, nanosatélites y androides cada vez más habilidosos (como los que diseña el adolescente Hiro Hamada en Big Hero 6), la peligrosa y vampírica idea de que la sangre joven tiene propiedades regeneradoras, novedades en eso de los dinosaurios achicándose para emplumarse y volar y canturrear “Let It Go”, avances en curas celulares y chips cerebrales. Pero lo que más impresionó e inquietó a Rodríguez del listado fueron las revelaciones en cuanto a la capacidad del ser humano para reescribir sus recuerdos. Nada nuevo pero, ahora, el mentirse a uno mismo elevado a la categoría de ciencia exacta.
CUATRO Y la cosa –luego de probar primero con pobres ratones cuyos nombres nunca son Mickey– es así: en 2008, la psicóloga Elisabeth Loftus consiguió convencer al 30 por ciento de cien estudiantes participantes de que, cuando eran niños, durante a una visita a Disneyland, un hombre drogado y disfrazado del perro Pluto les había lamido las orejas. En serio, de verdad y Disney hasta en nuestras memorias falsas. Seis años después se ha avanzado mucho y ahora los traumas comienzan a devenir experiencias agradables –lo doloroso cambia a placentero, la guerra a paz, el odio a amor– con la ayuda de genes de algas sensibles a la luz introducidos en los grupos de neuronas donde se almacenan los recuerdos. O algo así. El camino a seguir está claro: cada vez más Disney y menos Marvel y en algún lugar el fantasma de la electricidad de Philip K. Dick sonríe un “Yo les avisé”. Mientras tanto y hasta entonces, con un escalofrío anticipando un futuro en el que Frozen será su película favorita, Rodríguez se aferra al trasero 3D de la heroica Tomago, ya convencido de que ella lamió sus orejas, sintiéndose como un robot inflado hasta el máximo de sus posibilidades y, por lo tanto, más que listo para sufrir inesperado pero inevitable pinchazo y desinfle y let it go, GoGo, I will Yes.
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