› Por Rodrigo Fresán
UNO De todos los inmensos amiguitos del enorme pequeño Charlie Brown, el favorito de Rodríguez siempre fue Pig-Pen. Eternamente envuelto en una nube de mugre. Sucio y feliz y digno y orgulloso poseedor de ser el portador de “polvo de incontables épocas”, incluido el de la ahora profanada supuesta tumba de Miguel de Cervantes Saavedra. Muy de tanto en tanto, recuerda Rodríguez, Pig-Pen aparecía recién bañado y vestido de domingo. Pero era una falsa alarma, una desintoxicación efímera, un breve trance y paréntesis antes de volver a ser “un imán de polvo” y “la única persona capaz de ensuciarse en una tormenta de nieve”. Pig-Pen llega incluso a viajar al espacio para demostrar los efectos de la gravedad cero sobre su negativa higiene personal. Y el negativo y grave Rodríguez –ahora que se acaba la estación de las propagandas televisivas de esencias y colonias de nombres absurdos y estéticas casi alucinógenas– no puede dejar de pensar en Pig-Pen cuando observa a los inmaculados políticos españoles pasearse por aquí y por allá, en este megaaño electoral español donde todos insisten en su tramposa honestidad, en su culposa inocencia, en sus prístinas intenciones sombrías, en sus resplandecientes promesas opacas y en sus manos limpias con garras prolijamente recortadas y pulidas.
DOS Y, de acuerdo, las últimas investigaciones científicopsicologistas –a las que Rodríguez es tan afecto– revelan que cierta falta de limpieza inspira en el prójimo sentimientos de piedad y generosidad. “Contrario a lo que cabría suponer”, revela el psicólogo Jeroen Camps en el Journal of Applied Social Psychology, “hemos descubierto que las personas que no huelen del todo bien son mucho mejor tratadas que aquellas que se perfuman demasiado; en especial las que huelen a una mezcla de cerveza y tabaco”. Rodríguez también se ha enterado de que eso de ducharse todos los días no es más que una costumbre heredada de tiempos más mugrosos, como los albores de la Era Industrial, y que ya no tiene ningún sentido o razón de ser. Incluso, es perjudicial para la salud porque –de acuerdo al dermatólogo jefe del prestigioso Mount Sinai Hospital de Nueva York– el ducharse en exceso elimina cierto tipo de bacterias beneficiosas para nuestra epidermis, sensibilizándola en exceso y aumentando la posibilidad de infecciones y enfermedades de la piel. En especial en lo que hace a bebés y niños. Conclusiones: lo ideal es ducharse cada dos o tres días y, entre un baño y otro, desodorante y limpiar las partes más sensibles y olorosas de nuestro cuerpo con toallas refrescantes. De paso, se ahorra agua y gas. Pero una cosa, claro, son los aromas de los inocentes y honestos fluidos corporales. Y otros muy distintos son los hedores de la podredumbre y la corrupción de quienes roban –hasta dejarlos limpios y desnudos– a los que apenas se ganan la mala vida con el sudor de su frente.
TRES En todo eso pensaba Rodríguez cuando, días atrás, se quedó despierto hasta tarde para poder ver en vivo y en directo la salida de prisión bajo fianza de Luis Bárcenas, ex tesorero del Partido Popular y senador y administrador de caja B a la vez que dueño de varias cuentas millonarias en el extranjero. Todos los periodistas lo esperaban temblando de frío y de anticipación, a las puertas de la cárcel de Soto de Real, como a ese roedor dientudo y cíclico que anuncia un invierno duro. Pero Bárcenas no tiene nada de marmota y mucho de feroz lobo solitario. Y estaba impecable, bien peinado, como quien recién acaba su sesión diaria en gimnasio top y, carpeta en mano, listo para el carpetazo. Ese mismo fin de semana, el Partido Popular cerraba filas en una de esas convenciones autocelebratorias –con retorno de Darth Aznar afirmando un “No vengo de ninguna parte porque nunca me he ido”– intentando lavarse la cara ante las poco propicias encuestas, el ascenso de Podemos y los aires de cambio o de caos que soplan desde Grecia, cuna sísmica de la democracia. Enfrentados a la posibilidad del “Espectáculo Bárcenas” paseándose por periódicos y canales de televisión, la plana mayor del PP se apresuró a recordar que “ese hombre ya no pertenece al partido” y el partido es “ajeno” a sus trapisondas. Y que nadie sabía nada de lo de “esa persona”; sin darse cuenta de que la admisión de que un hombre de confianza actuase por las suyas e hiciese lo que se le diera la gana durante tres décadas sin ningún control o conocimiento es una defensa más bien endeble y triste. Algo que agrega al tufo de la corrupción la fragancia de la estupidez e ineficiencia. Todo eso se respiraba, desde días antes, en un pulcro “video de campaña” en el que Mariano Rajoy y sus lugartenientes aparecían conversando con aire entre trascendente y decontracté en un coqueto living felicitándose por los logros obtenidos en lo económico pero, también, adustos, profundos, comprensivos. Insistiendo en que “nos ha faltado darle un poco de piel a cada cifra positiva” y a que “¿No crees que nos ha faltado un poco de piel, un poco de sensibilidad, en el modo en cómo hemos contado las cosas?” para concluir –casi divinos desde su altura y alturas– con un “Igual nosotros pensamos que estamos cerca de la gente y la gente nos ve mucho más lejos de lo que nosotros creemos que estamos”. Pero no. Se equivocan. Estén dónde estén, su piel se huele desde lejos. Y la suya no es la piel que huele a cigarrillo o cerveza o se ducha cada dos o tres días. Es piel dura y piel de Judas y mano enjuagada de Herodes.
CUATRO Y su falta de visión les impide comprender lo evidente: que la gente –los votantes– los ve más cerca y más de cerca que nunca. Que lo que lejos ha quedado son los tiempos de la alegre y distante repartija rebosante de vacíos legales a la hora de financiar partidos, elásticas leyes anticorrupción que no acaban de endurecerse, y ambigüedades varias en veredictos y sentencias. “Hemos tenido un gran nivel de exigencia contra la corrupción”, delira Rajoy. Y sus delirantes le aplauden. Y todos –en el año en que votarán peligrosamente– están inmersos en el mismo lodo todos manoseados. Y nadie está a salvo. Ni el PSOE (donde andan a toallazo limpio entre ellos) ni Podemos (donde a cada rato se ven obligados a lavarse la boca con jabón y desdecirse o explicarse). Atrás han quedado los tiempos opulentos en que las encuestas determinaban que la principal preocupación de los españoles eran el terrorismo de ETA y la inmigración. Ahora, lo que más importa y preocupa es el paro y la corrupción y los recortes sociales. Los malos ya no vienen de afuera o son extremistas. Los malos son los que no dejan de repetir que son muy buenos haciendo lo que hacen. Y que, embarrados –como el vicesecretario de Organización y Electoral del PP, Carlos Floriano–, aseguran que “tenemos que llegar hasta el final” y que entonces “resplandecerá la verdad”.
Lo que a Rodríguez –y a millones como él, porque con la luminosa y encandiladora mentira del mientras tanto alcanza y sobra– le da mucho pero mucho miedo. Tanto miedo –ni al cuidadosamente descuidado Pig-Pen le pasó nunca, seguro– como para ensuciarse encima.
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