› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Días atrás los mellizos Nene y Bebe Fagliacce-Stein, como todos los años, obligaron a sus directivos y empleados en la agencia Tangoz a trasnochar viendo la transmisión en directo del Super Bowl para su posterior discusión y evaluación a la mañana siguiente. ¿Por qué? Porque, allí y entonces, se emiten los spots publicitarios más espectaculares y caros en lo que hace a dólares a pagar por segundo de emisión. Rodríguez (único directivo y único empleado de Tangoz) los vio todos. Vio el del Pac Man Humano y cervecero, el de la aseguradora con niño muerto, el de McDonald’s donde todos se aman, y el de Walter “Breaking Bad” White como siniestro farmacéutico. Y, oh, vio el de Jeff Bridges baqueteando un cuenco zen junto a una cama donde una pareja dormía, haciendo “Ommmm”.
“Hummmm”, dijo Rodríguez, pensando en que, sí, el sueño sabor dulce es –colchones, somníferos, pijamas, homeopatía– el gran producto de nuestro tiempo.
Y que cada vez son menos los que pueden permitírselo.
DOS Allí, Jeff Bridges parecía algo así como la versión benéfica –pero igual de inquietante– del pesadillesco Bob de Twin Peaks. Y lo que se publicitaba era su nuevo álbum. Sleeping Tapes, se llama. Pero no era un álbum normal. Tampoco covers de los grandes ensueños del gran melódico-onirista Roy Orbison. Porque esto de Bridges –quien cantó muy bien en Crazy Heart, quien grabó un par de álbumes tan discretos como logrados, quien suele actuar con su banda The Abiders, bautizada así en honor de Jeff “The Dude Abides” Lebowski, el personaje por el que pasará no a la historia del cine sino del universo– era una especie de producto terapéutico pensado para decirle adiós al insomnio y hola a Morfeo y reconciliar el sueño. Dieciséis tracks de ambient drone, breves relatos o reflexiones funerarias con voz de padre vagamente bajo la influencia de algo raro, un ocasional piano flotante, ruidos infantiles a la hora del desayuno, una caminata por el Temescal Canyon, el sonido del tanque del inodoro llenándose, el gruñido de Mrs. Bridges que parece bastante cansada de que Duderino no la deje dormir, y una moraleja/mensaje al cierre luego de 43 minutos: “Estamos juntos en esto”. Y postdata muy Le Dudette: “Bueno, llegamos al final y, hey, siguen despiertos. Así que a escucharlo de nuevo”. Todo benéfico y para beneficencia de una organización contra el hambre infantil y a dormir con conciencia tranquila y más info en DreamingWithJeff.com. Y Rodríguez se preguntó si no debería probarlo. Porque Rodríguez no tiene sueño. Tampoco tiene sueños.
TRES “El mundo está lleno de demasiadas personas cansadas que necesitan descansar”, declaró Bridges. Y Rodríguez es una de ellas. Rodríguez no duerme o duerme mal. Rodríguez pertenece a ese ejército cada vez más poderoso en número e impotente en el ataque. Ahí va, marchando. “Los soldados son soñadores”, escribió el poeta de combate Siegfried Sassoon y, de pronto, Rodríguez se acuerda de que quiere leer un libro. Nosotros caminamos en sueños, de Patricio Pron (uno de los dos escritores argentinos con los que siempre se cruza; del otro nunca recuerda su nombre). Graciosa novela inteligente sobre la muy seria idiotez de la guerra, siempre cerca. Rodríguez –rendido, cuerpo a cama como si fuese cuerpo a tierra– se acuerda de todas esas cosas y se olvida de otras. Efecto de la falta de sueño, se ha informado. Porque uno de los compartimientos de su carpeta de noticias científicas está enteramente dedicada a los descubrimientos y avances en la Zzzientología. Así, Rodríguez se ha enterado de que dormir con una luz encendida te puede hacer engordar (porque retrasa la producción de melatonina); de que hacer la cama es malo para la salud (porque, mientras estamos allí, generamos un cenagoso ecosistema viral que no conviene cubrir); de que si no duermes bien tu cerebro empieza a fabricar recuerdos falsos (porque se altera la estructuración natural de la memoria); de que si serruchas un tronco...
CUATRO Y, sí, Rodríguez lo ha probado todo: meditación, ejercicio, pastillas naturalistas, whisky y vaso de leche, y hasta hacer girar uno de esos conmemorativos euros catalanes y falsos y Made in China (en una de cuyas caras aparece Cataluña separada de España, como isla mediterránea) como si fuese la maldita peonza de Inception. Lo último fue la audición del nuevo CD de Bob Dylan. Shadows in the Night, homenaje al cancionero de Frank “Ol’ Blue Eyes” Sinatra. El viejo por siempre joven Dylan, quien también tiene ojos azules, nunca fue del agrado de Rodríguez. Pero Sinatra, sí. (Un primo suyo, andaluz, El Perico, muerto de una sobredosis y en un accidente de auto, al mismo tiempo, solía cantar una terrible y despabilante aproximación gipsykingueada de “My Way”.) Y Rodríguez, con audífonos, despierto, extraño en la noche oscura del alma y libre flujo de conciencia y spots, tiene que admitir que Dylan –en plan crooner crepuscular– no lo hace nada mal a la hora de encendidas baladas noctámbulas. Y que, sí, lo hace mucho mejor que su primo. Y Rodríguez, asociando libremente y prisionero de su eterno despertar, piensa en que Bridges actuó con Dylan en esa locura onírica que fue Masked and Anonymous, y que el tema fetiche de Jeff Lebowski (cada vez que pierde el sentido) es el la-la-lero “The Man in Me” de Dylan, y que Bridges suele versionar esa canción junto a sus Abiders y... Imposible dormirse. Tampoco funcionó.
CINCO Y sonambulando despierto por su casa (que en las sombras parece inmensa como un castillo y pequeña como un ataúd) Rodríguez recuerda que el único disco con el que se quedaba dormido, en su adolescencia, era el soporífero y doble Tales from the Topographic Oceans de Yes. Nunca llegó a escucharlo entero. De hecho, cree que nunca llegó a escuchar el segundo disco; porque enseguida las olas lo cubrían y él se dejaba llevar, ahogándose, feliz, en siestas panorámicas en el más CinemaScope de los blancos y negros de ensueño. Hace tantos años. Y parecen tan pocos si se los cuenta como si fuesen ovejas, con los dedos, como un niño asustado más por la oscuridad a solas que por la compañía de Monsters, Inc. Cada vez más/menos años. Y la última noticia añadida a sus archivos sobre sueños revela que la gente duerme cada vez menos a medida que envejece porque va perdiendo, sin prisa ni pausa, un tipo de neuronas especializadas sitas en el grupo intermedio lateral del cerebro. Y que hay científicos intentando encontrarlas. Algo así. Buena suerte para todos ellos y Rodríguez piensa en la paradoja de dormir cada vez menos a medida que se acerca eso del sueño eterno, del descansar en paz. Y enseguida, en pie de guerra, sale de la cama a caminar por ahí, rumbo a la cocina, con Dylan cantándole “Stay With Me”, sabiendo que se va a quedar porque –tranquilo, Bob; no te preocupes, Frank; todo OK, Jeff– Rodríguez no tiene ningún lugar a donde ir. Ahí afuera está todo cerrado y él ya no está abierto a nada. Lo único que tiene abiertos son sus ojos. Y no son azules como el día. Son negros. Como la noche que ya termina pero ni acaba de empezar.
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