Mié 11.02.2015

CONTRATAPA

Analogías

› Por Noé Jitrik

Plantado frente a la pantalla de televisión con el renovado propósito de ver si hay alguna novedad en el vendaval que está atravesando la Argentina y después de constatar que los llamados debates siguen la mejor tradición nacional de la gritería, y que la repetición de lo que se sabe es interminable, incesante e infinita, me entra una especie de invencible sopor, siento que no puedo pensar sin que lo que veo y escucho lo sea. El sueño me vence, tomo una resolución heroica y me retiro penosamente con la culpable sensación de que estoy quedando fuera de la historia, no porque lo que he visto me haya acercado a los hechos sino porque la historia transcurre en la televisión, no en la realidad. ¿Qué hacer?

Pero de todo lo que he visto hay dos frases que me dan vuelta en la cabeza y no se quieren ir: una sale de la boca de la versátil Patricia Bullrich (“Hay que pagar”, referida a los fondos buitre), la otra fue emitida por el trivial Macri interrogado en una de las tenidas gastronómicas de la enjoyada y resplandeciente Legrand: “Si llego a ser presidente, impediré que continúe 6, 7, 8”. No es que sean grandes y geniales frases pero me quedan resonando, temo que me impidan dormir o, por el contrario, empiezo a tener la esperanza de que en el sueño se me produzca una iluminación. Debo decir que ha ocurrido. Algo ligeramente paranoico pero no hay que temer, a veces el enemigo existe.

Bullrich dice, seguramente para halagar el oído de los implacables acreedores, que hay que pagar; por otro lado, Macri piensa que si es gobierno las cosas serán diferentes, o sea que no sólo 6, 7, 8 desaparecerá de la pantalla sino que “habrá que pagar”. Dicho de otro modo, este gobierno es el que impide que tal acto de justicia tenga lugar. ¿No será ése el tema de fondo de lo que la muerte de Nisman ha desencadenado? ¿No será que si hay otro gobierno el placer por ahora auditivo de los buitres se convierta en verdadero goce?

Se me ocurre una comparación: la caída de Allende y los movimientos previos. Si lo pensamos un poco, la homología es bastante evidente: nadie discute que Kissinger algo tuvo que ver con la gestación del golpe. La CIA o quien fuere no podía intervenir directamente para preservar los intereses norteamericanos amenazados por Allende, una invasión era impensable, de modo que había que conseguir que local e internamente se realizara la tarea; el caceroleo de las señoras, llamadas “momias” en aquel momento, y la huelga de camioneros, apoyaron a los militares que estaban en la empresa con las consecuencias conocidas. El golpe terminó con los pujos nacionalistas y el sueño del cobre propio se llevó unas cuantas vidas pero, en cambio, tranquilizó al establishment norteamericano tanto como al propio. La clásica paz de los sepulcros y la no menos clásica gloria de los mercados.

Reemplacemos la amenaza de sombras chinescas a los “intereses norteamericanos” por los “fondos buitre” y la homología pierde abstracción: este gobierno no está cediendo, pero si el norteamericano puede no estar ahora interesado en liquidarlo, en cambio los buitres sí; cuentan, como fue en Chile, con abogados locales capaces de convocar a caceroleras y a los irresponsables de la oposición pero no a militares, sí a camioneros y, en la situación actual, a fiscales muy dispuestos a ayudar a que el impedimento, o sea el gobierno, desaparezca. No pueden faltar en este conjunto los servicios de información locales que, vinculados con los que están sin duda ayudando a los buitres, han urdido diligentemente una trama que tuvo como núcleo y colaborador al fiscal Nisman luego de cuidadosas evaluaciones acerca de la ocasión –el tema AMIA, todavía sin resolver, enredado y obstruido–, oportunidad –pocos meses para que CFK termine su mandato y sin sucesor a la vista– y actores a mover –un fiscal atrapado en sus inconsecuencias– para conseguir algo parecido a lo que obtuvo Pinochet, aunque de otro modo sin duda.

No es que algunas de estas relaciones no hayan sido invocadas en las discusiones, pero se las ha presentado con un tinte moral: ¡Qué mal que la Bullrich hable de pagar! ¡Qué mal que Macri augure acciones de gobierno, si llega! ¡Qué mal que la DAIA y la AMIA hagan el juego de la derecha opositora! Desde mi punto de vista sería algo más que “mal”: habría una lógica, una sutil articulación posterior a un minucioso estudio de caminos a seguir. Dicho de otro modo, los servicios gringos, alentados o pagados o impulsados por los buitres, se ligan con los argentinos, el inefable Stiuso, tan mentado; el tema AMIA parece propicio para hacer algo y es entonces que se produce la “denuncia” de Nisman. No importa si es inconsistente, si se la escribió Stiuso, si carece de lo más elemental del discurso jurídico, es el aguijón que pincha a quienes no vacilarían en acompañar cualquier intento de quitar de en medio a CFK y al equipo que la acompaña y, en todo caso, desencadena un ruido impresionante, esos carteles locos que piden la cabeza de CFK, esos periodistas –hay que ver la cara de Lanata o la mandíbula de Nelson Castro– que dicen cualquier cosa, todo lo cual aunque asombre por su vulgaridad, puede ser el punto de partida para nuevas operaciones, la imaginación en las sombras no tiene límites. La ocurrente convocatoria a una estentórea “marcha del silencio” de estos ímprobos fiscales, que tendrían mucho que ganar si la operación es exitosa, forma parte de la estrategia y a ella se pliegan, como ciegos, balbuceantes políticos que creen que tendrían mucho que ganar si este gobierno se retira, si cae, si hay elecciones anticipadas, si hay cacería de brujas, nada impensable en la evolución que suele tener un cambio de esta naturaleza. A ello se liga, para completar el esquema, el tema iraní. Me imagino que los iraníes, viendo de lejos el escenario argentino, se están muriendo de risa, deben sentirse invulnerables: rechazaron el Memorándum, les importa poco las alertas rojas y, para colmo, los Estados Unidos se les están ablandando, están a punto de dejar de ser el enemigo público número 1 aunque lo sigue siendo para Israel. Es claro que no se puede probar, pero la evocación del Mossad en todo este asunto no debe ser tampoco poca cosa, no es solamente una previsible invocación, como si fuera obvia su presencia: ¿Stiuso y adláteres habrán estado alimentados por el Mossad? Israel debe ver con aprensión que el gobierno argentino quiera establecer una verdad sobre la AMIA que podría dejar de lado a los iraníes si se pudiera tener claridad y honestidad en las investigaciones y ello, me temo, no ha de gustarle nada como tampoco el pragmatismo gringo o los ejercicios de natación que está haciendo Obama.

¿Son paranoicas estas analogías? Si al principio me lo temía, ahora no me lo está pareciendo. Hay antecedentes célebres: a Ramón Mercader, que mató a Trotsky, la KGB lo preparó durante muchos meses, le armó amores inexplicables y, además, contó con apoyos locales, las Laura Alonso del momento. Nada es descartable, cosas veredes, sólo que no es fácil pensar en cómo neutralizar tales maniobras gestadas en vaya uno a saber qué oscuras oficinas de qué oscuras empresas.

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