Lun 13.10.2003

CONTRATAPA

Azúcar amarga

› Por Eduardo Aliverti

Olga Aredes nos lo dijo el año pasado, en la plaza del pueblo, cuando al cabo de una de las marchas que evocan la Noche del Apagón se proyectó Sol de Noche –todavía no era la versión definitiva– en una pantalla gigante improvisada al aire libre: “Me siento menos sola. Que estos miles de gentes estén aquí, viendo esta película, desafiando la omnipresencia del Ingenio, a cara descubierta, es un signo de que algunas cosas están cambiando”.
Olga da vueltas en esa única plaza de Ledesma, completamente sola, hace varios años. En 1997 murió la última compañera que giraba con ella. No tengo muy claro si existen palabras para describir la impresión que causa verla caminar sin nadie al lado, apenas con su pañuelo blanco y una pancarta que recuerda a su esposo Luis, desaparecido en 1977, tras ser detenido y liberado por la dictadura. Esa fue la factura que le pasaron, primero, porque a fines de los ‘50 se encargó, como médico, de mejorar las condiciones de vida de los trabajadores del Ingenio; y después, como intendente de Ledesma, por haber obligado a los Arrieta/Blaquier a pagar los impuestos municipales. El que no entienda esa historia no entenderá nada. Ni el odio acumulado de generación en generación contra esos señores feudales, ni la pavura que sienten al momento de hablar. En Ledesma se vive del Ingenio o no se vive. Si es que se le puede llamar “vivir” a estar acompañados, todos los días, durante los años y los años, por las toneladas de bagazo (el desperdicio de la caña de azúcar) que los terratenientes más grandes de la provincia tienen la delicadeza de acumular en pleno centro del pueblo. Esa mierda, literalmente, se junta con el humo de las chimeneas de la fábrica para provocar un olor insoportable al que los pobladores dicen acostumbrarse. Debe ser cierto, igual que la bagazosis que esa inhalación provoca en sus pulmones y que hoy tiene a Olga, como debería tener a una segura mayoría de los habitantes, alejada de ese infierno. Cuando el tratamiento que sigue fuera de la provincia dé resultados, lo primero que hará es volver, aunque más no sea los jueves, para continuar dando vueltas sola. O quizá no tanto, como nos lo dijo ella después de aquel estreno de la película en la plaza y del que este año le siguió en uno de los cines de San Salvador, cuando otros miles de jujeños asimilaron o, directamente, conocieron la historia que ignoraban o decían ignorar.
Por allí también prosigue dando vueltas el cura Aurelio Martínez, párroco del lugar entre 1955 y 1985, que en Sol de Noche afirma a cámara abierta que los campos de concentración de la dictadura eran lugares donde se instruía acerca de “la Biblia y esas cosas”; que sabía dónde estaban los desaparecidos pero nunca lo dijo, y que las madres de la zona deberían haberse preocupado antes por la suerte “de sus hijos comunistas”. El nombre de ese canalla le fue instituido al camping municipal, hace muy poco, y sólo faltaría alguna estatua en memoria de Mario Paz: el ex capanga del Ingenio que en la película se confiesa orgulloso de la cantidad de gente que coimeó, del modo en que la Gendarmería le marcaba a los militantes políticos de la empresa luego de bestiales torturas y de haber echado, él solo, “a diez mil trabajadores” que, eso sí, “nunca se iban con una mano atrás y otra adelante; se llevaban el ranchito entero”.
Si bien no conozco, respecto de la pueblada de estos días, más detalles puntuales que los difundidos, me resulta muy difícil imaginar que esa lista de atrocidades eternas no estuvo presente en el ánimo de quienes otra vez se animaron a vencer el miedo. La lucha de Olga, la historia de Luis, las toneladas de bagazo, los carromatos inmundos donde trasladan a los zafreros, el olor, la suciedad, habrán insuflado el espíritu de los que ganaron las calles hasta un punto imposible de comprender, tal vez, por aquellos que consumieron la crónica de los hechos. Es mucho más que elincreíble “suicidio” de ese chico en la comisaría lo que lanzó a los lugareños fuera de sus casas. Y en nada cambiará ese aserto una vez que vuelvan a ellas y aun cuando Olga siga girando sola. Décadas de explotación feudal y de aplastamiento político no se revierten de la noche a la mañana. Lo cual es tan seguro como que es ésa la dimensión contra la que cotejar el arrojo de quienes se le animaron al presente. Pero antes, a la historia.
El presidente Kirchner debería tomar nota de que el gobernador Fellner, probable titular del PJ a nivel nacional y según parece uno de sus hombres de confianza en el noroeste, es al fin y al cabo el actual regente general de esta tragedia recurrente. De la misma manera en que debe registrar que el Ingenio Ledesma avanza en su proyecto de desmontar la selva de yungas para inundarla de cañaverales, a costa de sacrificar el territorio que concentra la biodiversidad más importante de la Argentina. Ese mismo lugar donde uno de los Blaquier sirvió de anfitrión, hace pocos días, a la cúpula de la Unión Industrial, en dirección a recrear “la burguesía nacional”.
Si Olga Aredes y la trayectoria inclaudicable de su esposo desaparecido vienen peleando en soledad contra ese imperio de capataces de la muerte, ya es larga, muy larga, la hora de que esa soledad no sea encima el signo de quienes siguen viviendo, o yaciendo, en Ledesma.
El feudo que por estas horas es noticia le “regala” al “estilo K” la muy buena oportunidad de demostrar que la distancia entre los discursos y las medidas concretas quedó definitivamente achicada.

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