› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO La verdad está ahí fuera; pero fuera de dónde. O dentro de qué. ¿De uno? ¿De casa? ¿De la ciudad? ¿Del país? ¿Del continente? ¿Del planeta? ¿Del sistema solar? ¿De la galaxia, y hasta el infinito y más allá? Qué fue primero: ¿el afuera o el adentro? La vida toda es una sucesión de muñecas rusas y de cajas chinas marca ACME, piensa Rodríguez, mientras se entera de un nuevo tv-regreso para el año que viene. Primero fue el anuncio del retorno de/a Twin Peaks. Y ahora, también, volverá The X-Files. Y Rodríguez deambula por la zona crepuscular de su casa, cantando aquello de tan-tán... tan-tán... (música de Twin Peaks) y tan-tán-tan-tán-tan-tán... (música de The X-Files), preguntándose dónde está él: ¿adentro o afuera? Y Rodríguez sabe que los agentes Dale Cooper y Dana Scully y Fox Mulder no le serán de gran ayuda para despejar esa X incógnita. Porque Cooper y Scully y Mulder son especialistas en abrir casos y en dejarlos abiertos.
DOS Sí, Livin’ La Vida X. Qué raro es vivir. Y para Rodríguez las cosas se enrarecieron definitivamente con el estreno en la 1 de TVE –el canal de televisión del pueblo y para el pueblo y pagado por el pueblo– de La alfombra roja palace. Algo aún más bizarro que lo de David Lynch y lo de Chris Carter. Para empezar, el nombre del show-ómnibus: o La alfombra roja o Palace, ¿no? Pero ¿La alfombra roja palace? Así, todo junto y en minúsculas: qué significa, qué quiere significar. Raro. Más raro aún fue sentirse atrapado en un retro/loop espacio/temporal alien y sentado en una habitación roja frente a una boba caja negra. Caspa y gripe del sábado por la noche. Musicales desafinados, sketches sin gracia, “pequeñines” (por niños) con arte, coreografías renqueantes, solucionadores del cubo de Rubik en 18 segundos, conductores pidiendo “un aplauso para las familias españolas que con esfuerzo han conseguido superar la crisis”. El responsable del engendro se justificó con un “mi obligación es que haya un programa en el que no se hable de política ni se agreda a nadie”. De acuerdo con lo de la política, pensó Rodríguez, pero hay tantas maneras de agredir. Y todo continuó enrareciéndose. Fernardo Alonso desmintió a su escudería afirmando que nunca se desmayó ni retrocedió a sus quince años. Se anunció la búsqueda de los huesos de la abuela de Cervantes. Tim Burton filmará un remake de carne y hueso de Dumbo (por favor, que Johnny Depp no sea el grillo). Nuevo álbum de Maná, banda mexicana que se ha hecho famosa gracias al singular talento de rimar “amor” con “amor”. Rumores del romance de treinta años de Travolta & Cruise (John era piloto, Tom tenía que ser piloto en Top Gun, y pronto volaban juntos). Lo que, inevitablemente, despegó rumbo a la gran X de estos días: Andreas Lubitz, el copiloto kamikaze de Germanwings, abrocharse los cinturones.
TRES Todos hablan y hablan de él. Y Rodríguez –mientras los televisores insistían, ¿para qué y por qué?, en esas imágenes de familiares llorando en aeropuertos– ya escuchó en la barra de un bar a clientes transmitiendo eso de “Un amigo de un amigo mío” o aquello otro de “Te juro que tenía reserva para ese vuelo a Düsseldorf, pero lo cancelé a último momento porque...”. Ahá: ante lo incomprensible no hay aparatito ni pantallita que alcance y se vuelve al clásico y vintage selfie verbal. Y Rodríguez muy preocupado intentando calmar al pequeño paranoide-conspirativo que todos llevamos dentro (y que limita directamente con el pequeñín que todos llevamos dentro) mientras comenzaba a estabilizarse el misterio con habitación/cabina cerrada. Conozcan a Andreas Lubitz (“Es igual a Iniesta”, comentó el pequeñín de Rodríguez): el joven que hizo realidad su gran sueño de volar para después hacer realidad la gran pesadilla de muchos: estrellarse. Lubitz –como suele decirse siempre de los asesinos en serie y magnicidas– era “un tipo estupendo, juerguista, aficionado a la vida sana” y “muy normal”. Lubitz que había pasado todos los tests psicológicos –a pesar de haber aterrizado en una profunda depresión–respondiendo correctamente a preguntas como esas que les hacen a los pasajeros en cuanto a si son criminales, traficantes, asesinos o, simplemente, estupendos y juerguistas y sanos y normales. Lubitz quien –según su ex amante azafata– tenía pesadillas recurrentes en las que se empotraba contra montañas y quien repetía lo de “Un día haré algo que cambiará el sistema y el mundo recordará mi nombre”. Lubitz quien –de acuerdo con el impecable fiscal de Marsella– “tuvo la voluntad de estrellar el avión”. Lubitz quien –de baja, burnout– decidió obligar a muchos a asistir a su fiestita de despedida en sus queridos Alpes. O Lubitz quien tal vez no tuvo la culpa de nada y (como lo de la directiva del Barça, bajo juramento, con el D.T./R.I.P. Vilanova, súbito “responsable” post-mortem del fichaje X de Neymar, porque cómo íbamos a negarle un último deseo a Tito, ¿eh?) es el muerto al que le tiran los muertos para ocultar materia oscura y, sí, el perseguidor/persecutorio Fox Rodríguez otra vez en acción. Una cosa es segura más allá de la tragedia, se dice Rodríguez: en Airbus están descorchando botellas con alivio; las compañías low-cost se preparan para un posible verano con sequía; y en Lufthansa (empresa responsable de la formación y mantenimiento de Lubitz a quien, parece, se disponía a sacar de circulación pero...) no va a alcanzar lo que Grecia le debe a Alemania para superar la tormentosa turbulencia. O tal vez no pague mucho (económica o penalmente), porque el (ir)responsable ya viajó al Más Allá. Más allá de estas cuestiones legales, asombra que –luego del 11/9/01– las nuevas medidas de seguridad de las aerolíneas contemplasen tan solo la idea de que El Mal viene de ahí fuera y La Locura nunca está aquí dentro al mando y (des)control de una palanquita de tres posiciones: Unlock, Norm, Lock. El problema es qué y quién es Norm. ¿Quién lo sabe? Nunca lo supieron –y seguirán sin saberlo en el 2016– Mulder y Scully y Copper. Lo que sí sabe Rodríguez es que ahora –además de a los retrasos y a que te pierdan el equipaje y a los aviones y a los terroristas–,también hay que temer a los pilotos. Verlos llegar como en paseíllo de matadores y mirarlos fijo buscando desperfectos. ¿Qué será lo próximo? ¿Miedo al tipo que te plastifica (¿componente explosivo?) la maleta? ¿Al que te hace pasar por los rayos x (y tal vez te exponga a una radiación terminal) mientras comenta que su programa favorito es La alfombra roja palace? Por suerte –como declaró conmovido y conmovedor alguien que perdió a esposa e hija y nieta en el Airbus A320 y, aún así, agradecía el trato de autoridades y lugareños– “de todo este horror lo que saco de bueno es descubrir que la gente es muy buena”.
Ah, Rodríguez es muy buena gente, pero está tan-tán-tan-tán-tan-tán X.
Pero no X de X-Man mutante y superpoderoso de la Marvel. La suya es una X de Homo-X común e impotente ante las raras mutaciones del exterior; y, ay, otra vez a adelantar los relojes, y horario de verano, y ya es paranormal día a las diez de la noche.
Rodríguez esta fuera de sí, de verdad, ahí.
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