› Por Tununa Mercado
Los ojos de Lilia Walsh, tan grandes y verdes, me miran cuando le digo, soy yo, aquí estamos y le nombro a las que en ese momento la rodeamos. Digo: “María Laura, María Antonia”. “Las chicas”, me dice y apenas le oigo: “Gracias a ellas”. Son quienes la cuidaron estos tres últimos años de su vida.
La máscara de oxígeno sube, suavemente hoy, con cada inspiración y exhalación al ritmo del movimiento de su cabeza, que parece asentir, decir que sí al aire que respira. La ventana está abierta, hace calor. Desde el segundo piso de la habitación donde está internada se escucha el ruido de los autos que avanzan o se detienen en una marcha nerviosa, de una tarde previa a un paro, con bocinazos, como si en estas horas después de las que sólo habrá silencio hubiera que cumplir tareas perentorias porque mañana no habrá nada, nada.
Más temprano unos perros ladraron en dos o tres momentos, sonaron sirenas. ¿Oirá Lilia esos ruidos? ¿La calle estará en su cabeza? ¿Sentirá sus rumores? ¿Nuestras voces? Pareciera que sí. Abre los ojos, nos mira. Hasta ayer viernes por la tarde nos miraba con sus grandes ojos verdes. Hoy, un día después, ya no los abre. Sólo ese rítmico y lento ascenso y descenso de la máscara de oxígeno delata que está respirando y que asiente. Sí, parece decir con la cabeza. Sí.
Hace una semana ella, lúcida como siempre; yo tratando de entretenerla, decía que lo importante era pensar. Repetía: pensar, pensar, como un conjuro, ponderando después el interés, decía, de este momento en el que se configuraba un ajedrez cambiante, rico en variaciones. Hablamos de la candidatura a diputado de Eduardo Jozami. Ella tenía en ese momento un tono de “estratega”, los pasos que había que dar, con quiénes tendría que hablar. Yo siempre tuve la sensación de que ella, Lilia Walsh, era una unidad con Rodolfo Walsh, que él había puesto en ella su palabra para hermanarla con la suya. Por eso, cuando Rodolfo o Lilia hablaban, yo los escuchaba a los dos. Yo, acaso sumisa, era convencida, tenía un plus de comprensión sobre la realidad. No toda la realidad, sólo un fragmento que me incluyó en alguna misión. Fue un breve tiempo, pero generó en mí la noción de que ellos me habían conferido un modo de entender sin demarcaciones políticas, con un solo gesto se redondeaba la idea, el proyecto, su prosecución y su destino. Pude haberlos seguido, convertirme en algo más que una disciplinada escucha dentro de ese extraordinario aparato de inteligencia y de ingenio que fue una idea central para Rodolfo.
Vivimos junto con Lilia el exilio en México. Su enfermedad nos demolió, pero renació muchas veces en estos tres años. Transformó su departamento. Hizo una habitación para “las chicas”; desde las ventanas se podía ver mejor la ciudad y, sobre todo el río, el agua que meció sus vidas como un trasfondo de amor. En el Tigre, lugar en el que anclaron.
Iba a poner una salamandra para tener fuego de leña en el invierno y escuchar música. Iba a comprarse un piano digital para tocar el clave bien temperado.
Lilia Walsh no abre sus ojos verdes. No abre sus grandes ojos. Lilia decía Sí con su respiración.
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