› Por Rodrigo Fresán
UNO Noticia, del latín, notitia, piensa Rodríguez. De un tiempo a esta parte, enfrentado al presente (el miniminué eleccionario en el que unos se aferran a la silla y otros juegan a dar puñetazo en la mesa, y se inaugura y se rectifica y se delira de optimismo y se profetiza el fin del mundo), Rodríguez busca consuelo en la marcha atrás y el marchar atrás. Y así es que se remonta a ese sabor exótico en su boca, letras que siguen ahí, todavía paladeadas: ese latín primero y primario que le enseñaban los infernales curas en un colegio al que evoca con las tonalidades sepia de la memoria más distante. Se acuerda, también, de cómo antes –o al menos eso parecía– las noticias eran menos, pero duraban más. Y eran, también, siempre noticias trascendentes, como bíblicas, sí. Llegando para no irse y quedarse, girando cual derviches huracanados. Noticias loop entre comillas: “Un pequeño paso para el hombre...”, “Españoles, Franco ha muerto”, “Hey, Mr. Lennon...”
Ahora, en cambio, las noticias (de tanto en tanto una excepción, como el 11 de septiembre) son tantas y duran tan poco. Ahora las noticias –incluso las que vienen con las letras grandes o las voces altas de la catástrofe– son como pirañas que se comen entre ellas en un burbujeo de Alka-Seltzer escarlata. Máxima concentración, casi instantánea disolución, y que pase el/la que sigue. El nuevo modelo de iNews. Notweetcias. Ahora las noticias dejan de ser nuevas tan pronto y envejecen tan rápido. El ¡Extra! ha derivado a ¡Extraño! ¿Alguien recuerda ya que por unos días fue Charlie? ¿Alguien sigue preguntándose qué pasó y dónde está aquel avión de Malasya Airlines? Ya no es, ya fue. Los diarios llegan tarde y los noticieros atrasan. Y ya fue también el tiempo –aunque todavía sucede en películas en blanco y negro– en que desde un camión se dejaba caer una pila de periódicos; o una primera plana venía girando sobre sí misma desde el fondo de la pantalla; o se mostraba a periodistas corriendo a cabinas telefónicas; o se veía a gente amontonándose frente a un escaparate con televisores encendidos en alguno de los apenas dos o tres o cuatro canales donde el conductor de un noticiero se quitaba las gafas y aguantando las lágrimas informaba a la ciudadanía toda de que un cable de último momento llegado de Dallas reportaba que el presidente había...
DOS ... muerto. Y sigue muriéndose. Porque hay noticias que se niegan a morir. Son nobles noticias inmortales y está bien que así sea y sean. Hay otras, en cambio, a las que no se deja ni te dejan descansar en paz. Noticias vampirizadas a las que se les extrae hasta la última gota de sangre. Noticias zombi que vagan bajo la luna consumiendo los cerebros de sus consumidores. Noticias en trance y animación suspendida. Noticias de nunca acabar. Noticias españolas que parecen arrastrarse a la velocidad de la luz apagada. Primero, ah, lo de los huesos de Cervantes. Una y otra vez. De nunca acabar y de siempre cavar. Rodríguez insiste: por qué, ante tanta incertidumbre, no mostrar un esqueleto con edición de Quijote bajo el brazo y continuar mintiendo y falseando, como se hace con todo lo de ahora mismo. Y del cajón de C a la Caja B del cada vez más partido e impopular Partido Popular. ¡Vuelve Bárcenas! Y el conductor de una tertulia televisiva no deja de repetir la errata/furcio de decir “Caja B” cuando quiere decir “Caja Negra”. Y viceversa. Después, enseguida –luego de volver a cantar muy merecidas loas al clarísimo y refinado Brice Robin (fiscal de Marsella, encargado de informar sobre el accidente; en España no se consigue ese modelo de funcionario) o apuntar de soslayo que no todo/todos es/son perfecto/s en Alemania– la re-re-reconstrucción con cuentagotas de lo que pudo haber sucedido o no dentro de ese Airbus. El re-re-relato de una respiración registrada por una caja negra anaranjada mientras al otro lado muchos gritan y uno grita “¡Por el amor de Dios, abre la maldita puerta!”. Y la puerta, claro, no se abre.
TRES Cuando la realidad te da un portazo en las narices o el presente o lo que sea se ponen tan así, Rodríguez prefiere escaparse a cazar novísimas noticias antiguas y vintage (que no es lo mismo que noticias viejas y pasadas de moda). El trampolín o la catapulta es, para Rodríguez, preguntarse en qué andarán esos dos españoles sobrevivientes al ataque terrorista en un museo de Túnez (primeros en todos los telediarios y ahora esfumados) que se pasaron encerrados casi un día sin saber que ya podían salir, que todo había pasado. ¿No era ése el momento, se pregunta Rodríguez, de utilizar esos aparatitos con los que se envían mensajes insulsos a cada rato? Esa postal estilo Una Noche en el Museo/El Túnel del Tiempo le sirve a Rodríguez para proyectarse desde ahora hacia entonces. Y pensar en tantas cosas inmemoriales de las que se ha enterado en las últimas jornadas (para Rodríguez, la actualidad suena a las voces del ex juez Garzón o del ex futbolista Beckham: finita y absurda brotando de esos perfiles de superhéroes). A saber: lo de que en Australia se ha encontrado el cráter dejado por un meteorito del doble de tamaño del que acabó con los dinosaurios; lo de que se han desenterrado los restos del humano más antiguo hasta nuevo aviso; lo de que los primeros hombres eran fisonómicamente tan diferentes entre sí como ahora; lo de que las lenguas indoeuropeas recién se propagaron luego de la puesta en marcha de la rueda; lo de que el hasta hoy secundario Décimo habría sido pieza clave en el magnicidio de Julio César; lo de que se encontró lo que podría haber sido la casa de Jesucristo en Nazaret (Rodríguez se pregunta si, primero, no habría que encontrar evidencia firme e incontestable de la existencia de Jesús, ¿no?); lo de que fue la feroz lucha de clases lo que hundió a Teotihuacán; lo del hallazgo de los huesos del gigante que vivió hace 1000 en al-Andalus. Y Rodríguez se acuerda de esa frase en un libro de Ray Loriga que tanto le gusta citar: “La memoria es el perro más tonto, le tiras un palo y te devuelve cualquier cosa”. Bien visto y pensado, suena a uno de esos titulares que todas las semanas brotan desde institutos neurológicos. Como eso de que “Olvidar es necesario para guardar los recuerdos más relevantes”. Ahora bien: ¿qué es lo relevante?, ¿no es muchas veces lo relevante lo que uno suele querer olvidar? Lo que, a Rodríguez, le ofrece la coartada perfecta para olvidarse de tanto suyo para concentrarse en el almacenamiento a perpetuidad de asuntos como que en Costa Rica encontraron unas arañas cuya picadura provoca erecciones de cuatro horas (y lo de que medir un pene no es tan sencillo como parece); o lo del tipo al que le robaron su iPhone en Nueva York y viajó hasta China para recuperarlo y ser recibido en el aeropuerto como un héroe; o lo de que abrió un restaurante llamado WasTED, de ambiente trash, y con el chef Dan Barber al frente –uno de los hombres más influyentes del mundo según Time– ofreciendo platillos elaborados a base de sobras de otros platillos.
Buenas noticias todas.
Palos.
Cualquier cosa.
Guau.
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