Sáb 09.05.2015

CONTRATAPA

La paz y las armas

› Por Osvaldo Bayer

Hubo dos formas extremas en recordar los setenta años de finalizada la última Guerra Mundial. Alemania dio un ejemplo ejemplar (aquí cabe el juego de las dos palabras). El presidente alemán Joachim Gauck recordó la muerte de miles de prisioneros rusos en los campos de concentración nazis. Para ello, al acto recordatorio que se hizo marchó de la mano con un ex prisionero ruso de 93 años y, con la otra mano, con el hijo de un prisionero ruso muerto en ese campo de concentración. Fue más que emocionante. En cambio, el gobierno ruso puso en escena un vibrante desfile militar para mostrar las nuevas armas rusas a sus posibles compradores extranjeros.

Los alemanes mostraron lo que aprendieron de la infame guerra, mientras Rusia hace propaganda con los medios de exterminio. Algo para tener en cuenta.

En su discurso, en el acto del campo de concentración nazi de Stukenbrock-Senne dijo el primer mandatario alemán Joachim Gauck: “Nunca se tomó en cuenta el cruel destino que tuvieron los prisioneros de guerra soviéticos. Más de cinco millones de soldados del Ejército Rojo cayeron prisioneros de la Wehrmacht alemana desde 1941 a 1945. De los cuales tres millones murieron o desaparecieron en los campos de concentración nazis. Murieron por enfermedades, de hambre o fueron ejecutados. En el campo de concentración de Stalag, en Stukenbrock, fueron encerrados trescientos mil soviéticos, de los cuales perecieron miles, su número hoy no puede ser calculado. Estaban encerrados bajo condiciones catastróficas y murieron de hambre o enfermedades. Están enterrados en terrenos adyacentes, hoy jardines con césped bien cuidado.

El campo de concentración estaba rodeado de alambre de púas y era casi un campo liso, con muy pocas barracas y algunas pocas letrinas, de manera que la mayoría de los prisioneros la pasaban a la intemperie. Los prisioneros debían protegerse entre ellos mismos del frío y las inclemencias del clima. Después de su liberación, el prisionero ruso Klimenko Grigorij Iwanowitsch declaró que “él se había cavado un pozo en la tierra con una lata de conserva, pero que luego quedó ese pozo inundado por la lluvia y no lo pudo usar más”.

A una epidemia de disentería siguió otra de fiebre amarilla, que fue transmitida por pulgas, y luego murieron miles por tuberculosis. Durante meses muchos se alimentaron de lombrices y caldos. Cuando fueron liberados por los norteamericanos, siguieron muriendo muchos por la debilidad del hambre sufrida.

Luego del discurso del presidente alemán, donde dio detalles de toda la gran tragedia, se arrojaron flores en los terrenos de las tumbas. La última flor la puso el propio presidente alemán.

Un acto de pura conciencia, de gran valor cívico, el reconocer los crímenes cometidos por sus propios conciudadanos. Dirigiéndose al ex prisionero ruso de 93 años, le dijo: “Su presencia es para nosotros como un regalo pleno de ternura, que nos avergüenza y nos llena de felicidad al mismo tiempo”. Una autocrítica plena de nobleza. Pero, al mismo tiempo, de vergüenza y dolor.

Los vencedores, en cambio, los soviéticos, planearon con mucho orgullo un gran desfile militar en este aniversario, mostrando el poderío de sus armas. Para la recordación del triunfo sobre Alemania se programó el más grande desfile de su historia. Con doscientos tanques modernísimos, 140 aviones de guerra de último modelo y 15.000 soldados. Todo presidido por el modernísimo tanque de guerra Armata, gigante de 55 toneladas, calificado por los propios funcionarios como un “arma maravillosa”. Se dice que ningún cañón del mundo puede atravesar su acero. Y su cañón de 125 milímetros puede voltear hasta raquetas dirigidas. Las alcanzan hasta los 100 kilómetros de distancia. El Armata supera al alemán Leopard y al norteamericano Abrams. En el desfile, se acordó que, al lado del primer ministro ruso, Vladimir Putin, estén el presidente de China, Xi Jinping, y de la India, Pranab Mukheerjee, los dos países más compradores del Armata.

La industria de las armas en la nueva Rusia tiene un crecimiento feroz. Ultimamente fueron invertidos 750 mil millones de dólares para modernizar el setenta por ciento de sus armas hasta el 2020. Un tercio del presupuesto es para armas nucleares, y con eso iguala a Estados Unidos.

La guerra trajo una gran enseñanza para Alemania: le enseñó que nunca más iniciaría otro conflicto armado y que la pérdida de la última contienda le trajo el regalo del “nuevo comienzo”. El nunca más a las guerras y el sí al pacifismo a ultranza. En el pacifismo se gana más que en la guerra, aún ganando ésta. La pérdida de la vida es una tragedia a la que hay que superar con el supremo: “Sí a la vida”.

Para los alemanes, actualmente, el 8 de mayo pasó de ser el día de la derrota del hitlerismo al día del principio de la paz eterna. Y esto significa del Día de la Posible Muerte al Día de la Vida. De la discriminación racista al reconocimiento del derecho a vivir de todos. Y compartir. Hoy Alemania discute la recepción de 450.000 extranjeros que marcharon al exilio de sus países. Aprender de la guerra para conseguir la paz eterna. Esa debería ser la consigna de los países que han sostenido conflictos en su historia. De haber expulsado o asesinado a millones de judíos, gitanos, homosexuales, enemigos políticos y minusválidos, ahora debate la recepción de exiliados perseguidos en sus propios países por razones racistas en la mayoría de los casos. Se ha aprendido de la Historia. Quien fue presidente de la Alemania de posguerra, Richard von Weiszäcker, lo dijo con claridad: “El 8 de mayo es el día de la amarga derrota, pero también el día regalado del Nuevo Principio”. El principio de la paz y la convivencia. No del imperialismo de un pueblo sobre el otro sino el de la convivencia pacífica. Claro, todavía existen las grandes injusticias y guerras continuas, pero para Alemania, por lo menos, la pérdida de la guerra fue un principio de aprender de la paz. Que la Paz trae Vida y Debate y no la muerte y la obediencia perversa.

Paz y Libertad son las palabras sublimes de una democracia a las que hay que agregar ese vocablo que cantamos en nuestro Himno Nacional desde 1813: “Ved en trono a la noble Igualdad”. Igualdad que traería sin ninguna duda la paz eterna con que soñaba el filósofo Kant.

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