› Por Rodrigo Fresán
UNO De nuevo irradiado por Pretty Woman (película), lo que no puede sacarse de encima Rodríguez es “Oh, Pretty Woman” (canción). Nacida el año en que nació Rodríguez (1964), pero como nueva. Compuesta –junto a Bill Dees– pero, sobre todo, cantada por Roy Orbison (1936-1988). Esa cara de luna llena eclipsada por gafas oscuras, ese blanco y negro en technicolor. Y esa Voz. Y, de acuerdo, el también engafado y muerto demasiado joven Buddy Holly probablemente fuese el genio sónico entre los padres fundantes del asunto. Y Elvis la energía de un volcán listo para entrar en erupción; y el inflamable Jerry Lee Lewis el primer gran american psycho del piano; y el flamígero Johnny Cash, el mejor cantante de asesinatos y asesinados. Pero Orbison, según Bruce Springsteen, fue y es “el verdadero maestro de ese apocalipsis romántico al que nunca querrías enfrentarte, pero sabes que tarde o temprano te alcanzará después de esa primera noche en la que le susurraste un ‘te amo’ a tu primera novia”. Y, Bob Dylan dixit, “trascendía todos los géneros” no sabías si lo suyo era ópera o mariachi.. tenía una veta malvada a la vez que angelical... su voz te daba ganas de arrojarte con tu auto desde el acantilado más alto. Cantaba como un asesino profesional y su voz podía estremecer a un cadáver y siempre te dejaba diciéndote a ti mismo algo como “Hombre, no puedo creerlo”. Orbison sonaba como alguien cantando desde el Olimpo... Y David Lynch –junto con ese chiste buenísimo de los Travelling Wilburys– fue el responsable de su resurrección artística; aunque a Orbison no le gustó mucho que lo suyo fuese lo favorito del demente Frank Booth en Blue Velvet y “Todo esto para explicar que –días después de lo de la cenicienta putesca– Rodríguez no podía sacarse esa canción de encima. Y lo cierto es que no quería quitársela de la cabeza y así, misión relámpago a las tiendas de discos de la calle Tallers y salió de allí con la más o menos reciente reedición 25 aniversario de Mistery Girl: obra cumbre del pop de los ‘80 en la que un póstumo y sobrenatural Orbison –rodeado de amigables fans de luxe– canta aquello de “You Got It”, tan pero tan seguro de que quien lo tenía era él y nada más que él.
DOS Y Rodríguez va a necesitar mucho del Rey Roy para conjurar lo que se viene. La canción del verano. Cuál será, será... Será la que deba ser y, seguro, será insoportable. Candidata al trono/reposera es “Our Place”, interpretada por Maïa Vidal. Porque es la que se oye en la recién estrenada publicidad de la cerveza Estrella Damm esta vez dirigida por Alejandro Amenábar (quien, por suerte, vuelve al thriller con Regression) y protagonizada por Dakota “Me Muerdo Mucho los Labios” Johnson, alguna vez hijastra de Antonio Banderas pero hoy símbolo (a)sexual de Cincuenta sombras de Grey. Y de nuevo lo mismo, lo de siempre: chica extranjera lista para desmelenarse lo justo entre nativos mediterráneos. Y comida y playa y discoteca y buenrollismo y musiquita saltarina con mucha guitarra fogonera (la canción del 2011 fue un plagio descarado a Jonathan Richman ) y el inevitable slogan que parece surgido de las superficiales profundidades de Coelho & Moccia & Espinosa. El spot en cuestión se titula “Vale” y, en él, alguien menciona a Johnny Cash y a Bob Dylan y no menciona a Roy Orbison. Tal vez porque, para estos chicos de playa, Orbison no es ni hip ni cool, como sí lo es para Dylan y lo fue para Cash. Ni falta que hace.
TRES Y, ay, en our place, en España, los desafines de los partidos políticos y de los políticos partidos para ver cómo se reparten el nuevo mapa gubernamental del país. La disonante carta de la infanta desducada por su Reymano. Los chirriantes comunicados de Vargas Llosa & ex Sra. Y la canción de Maïa Vidal tiene formato epistolar pero, a diferencia de la nublada “Famous Blue Raincoat” de Leonard Cohen, en ella es todo sol y arena y mar y ganas “de quedarme aquí por un tiempo” y de que el verano no se acabe nunca. Y, sí, el PP ya ha anunciado que este año habrá sesiones extraordinarias y estivales en el Congreso para aprobar por mayoría absoluta todo lo pendiente. Así que aquellas postales de patriotas asistiendo a la última reunión del curso con sus maletas para salir corriendo de allí rumbo a chiringuitos y botellitas de Estrella Damm tendrán en 2015 periódicos ritornellos, bronceados y malhumorados, para levantar la mano y apretar el botón mientras en el bar del hemiciclo resuena “Our Place”, nuestro lugar, por ahora, hasta el otoño de su desencanto.
CUATRO Y Rodríguez leyó en algún lugar que el mejor método para extirparte esas canciones pegajosas que te mastican el cerebro es el de masticar algo pejagoso: chicles. Otro de esos tantos estudios universitarios que nadie sabe muy bien quien encarga y/o financia (esta vez en los laboratorios de la británica Reading University) lo ha determinado. ¿Cómo? ¿Por qué? Allí, Phil Beaman, profesor de Psicología y Ciencias del Lenguaje, ha explicado que “cuando se te pega una canción utilizas muchos de los mismos sistemas que emplearías para hablar y cantar; si estás mascando chicle, usas en cambio esos sistemas para planificar los movimientos de tus mandíbulas. Al forzar a estas regiones a permanecer activas durante el acto de mascar chicle, están menos disponibles para apoyar la generación o el recuerdo de una melodía pegadiza”. Ahá. Rodríguez prefiere, por las dudas, escuchar una y otra vez “In the Real World”, brotando de la garganta sin fondo de Orbison, desgranando versos sobre el eterno conflicto entre la realidad y el deseo y el modo en que se funden en esa zona fronteriza donde, de nuevo, los sueños, sueños son pero, también, la vida es sueño.
CINCO Y es una noche de domingo de esos. Y Rodríguez se acuerda de una canción, de otra canción: “Gloomy Sunday”. “Szomorú Vasárnap” en el original y compuesta por el pianista húngaro y suicida Rezso Seress en 1933 e incorporando los versos de un poema de Lászlo Jávor. Canción prohibida por la BBC durante más de seis décadas por considerarse que sus acordes transmitían una incitación subliminal al adiós mundo cruel. Para 1936, la canción era acusada del aumento de suicidios en Hungría (mencionada en muchas cartas de despedida) y en 1941 la grababa Billie Holiday. Y, desde entonces, Ray Charles, Serge Gainsbourg, Marianne Faithfull, Björk, Elvis Costello y Portishead la versionaron. Y se la oye tanto en La lista de Schindler como en un especial halloweenesco de Los Simpson, y en La caja Novak: donde la canción es casi su trama, en la turística Mallorca, con un grupo de personas seguramente aficionados a Estrella Damm y a las que se les ha implantado un chip que les hace escuchar la canción y eject. A “Gloomy Sunday” –canción del invierno con también formato epistolar– no la grabó Roy Orbison. Una pena. Seguro que sería un gran cover con el que taparse los oídos cada vez que suene la canción del verano y la cantinela de los políticos. Y disfrutar así de esa voz de angélico asesino profesional dándole a Rodríguez tantas pero tantas ganas de arrojar a Dakota Johnson desde el más apocalíptico y romántico de los acantilados, ¿vale?
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