› Por Sandra Russo
Son flashazos que uno tiene, que seguro comparte con muchos más. Lamparazos como los de las cámaras de antes, que iluminaban la escena fotografiada por un instante. Se producen ante acontecimientos diversos, cosas que suceden o se expresan en distintas lenguas, geografías, paisajes humanos. Quizá sean fogonazos de conciencia del mundo en el que vivimos, el que nos ha tocado en suerte a las generaciones que hoy lo transitamos. Un mundo decididamente apasionante, porque lo anima el pulso rítmico, constante, de la historia en movimiento.
Cuando uno o millones se mueven, no es gratis ni fácil ni cómodo. Recuerdo haber escrito hace algunos años una nota precisamente con ese título: la incomodidad del cambio. Y el mundo que nos ha tocado es un mundo incómodo y en inevitable movimiento, porque el estado de las cosas ha llegado a un punto extremo en el que o se cambia o se implosiona. Es el de aquel anarcocapitalismo del que habló CFK en su discurso de 2009 en las Naciones Unidas, cuando mencionó la crisis de Wall Street como un “efecto jazz”. Las cosas se estaban saliendo de madre. Una descripción en esa sintonía llegaría algunos años después, en boca de un Papa argentino, el mismo que hoy llega a Cuba después de haber accionado para el desahogo de la isla y su pueblo.
Ese Papa comenzó a dar, apenas fue ungido, señales de qué mundo estaba viendo, qué amenazas planean sobre él, de qué hay que tener mucho cuidado, a qué hay que ponerle freno para empezar a moverse en sentido contrario, y comenzar a volver a enfocar a los hombres y las mujeres, a los niños, a los ancianos, a cada uno en su lugar, después de haber sido brutalmente desplazados sus intereses por el del “fetiche de hoy, el Dios dinero”.
El Papa argentino lo primero que hizo como Obispo de Roma fue ir a Lampedusa. Lo que quería evitar es lo que hoy sucede en Hungría con más furia, y ahora se corre a Croacia, pero ha regado a toda Europa de desharrapados sirios, que se han sumado en una magnitud desesperada al goteo profuso de refugiados que en los últimos años llegaban desde Africa. Esos lamparazos que se producen cuando sucede algo aparentemente inconexo que uno puede asociar con otras cosas, y ver qué lógica los emparenta, qué dinámica los aceita, sobre qué ideas y valores están basados, son aquellos a los que nos tenemos que aferrar, porque esa comprensión del mundo que nos toca hoy se produce con muy poca ayuda proveniente de los grandes medios de comunicación mundiales, que han quedado del lado conservador, dicho esto en términos casi literales: la de la reacción al movimiento. Pero este mundo que nos toca se mueve, irreversible.
Se mueve más allá de una voluntad partidaria en un país, más allá de las decisiones de tres o cuatro, o de lo que pasa puntualmente aquí o allá. La profundización del capitalismo financiero y corporativo, que estalló en Estados Unidos en 2009 y cuyos responsables no han cesado de ser resarcidos desde entonces con ganancias extraordinarias, tiene en su contraparte lo que también el Papa describió explícitamente: una guerra mundial, la tercera, en términos desconocidos para la humanidad. Quizá letales. Para la humanidad y el planeta, o viceversa. No queda más remedio que cambiar, no hay nada más legítimo, hoy, que el profundo deseo global de frenar esa lógica mercantilista, y cambiar.
De pronto, en el Reino Unido, Jeremy Corbyn es el nuevo jefe del laborismo. La política es el único modo de cambiar sin sangre. Este mundo que nos toca también indica eso: la violencia económica y la violencia física, la muerte, el sufrimiento, el terrorismo de nueva generación que incluye videoclips –ese terrorismo bizarro que actúa sanguinariamente pero compatible con un MP4–, las guerras civiles, todo eso, deviene de la lógica del fetiche dinero. Los gobiernos del sur de Europa que pronto reestructurarán sus deudas y contarán con el marco de principios votados en la ONU a instancias de la Argentina, también buscan cambiar la lógica del fetiche dinero. Qué están diciendo, si no, cuando se inflan de indignación sus ciudadanos y sus nuevos dirigentes cuando rechazan la austeridad a la que los somete un ente supranacional cuyos socios no son todos iguales. A qué tipo de vasallaje ha llevado la Unión Europea a sus miembros más débiles. Eso es hoy visible, porque por fin hay gente que habla y cuyas voces son tan claras que se escuchan por fuera de lo que globalmente se estrecha como “la información”.
Pero estaba hablando de Corbyn, sobre cuyo perfil hemos leído esta semana, de lamparazo en lamparazo. Más de quince mil jóvenes se afiliaron al laborismo para hacerlo a Corbyn su nuevo líder. Eso se mueve. Lo generacional. Y es eso lo imparable, porque ningún conservador logrará jamás detener ese movimiento generacional a través del cual nuevos ojos ven nuevas cosas, mientras la especie avanza.
Este panorama de un Reino Unido de regreso, con el empuje de una nueva generación, a la identidad política que le arrebató en los ’90 el vergonzoso gobierno de Tony Blair, no era algo que uno estuviera esperando. Ni sabíamos quién era Corbyn, y ahora un Reino Unido titilante en la posibilidad del desarrollo político de un proyecto inclusivo, que abandone la obligación de la austeridad y la reemplace por la de la equidad, se enciende como un potente lamparazo. No sólo por lo más evidente leído desde aquí, que se llama Malvinas, sino por lo que puede aportar al movimiento del mundo, o hacia la ruptura europea con la hegemonía neoliberal, que es parte crucial del movimiento. Es un embrión, porque lo que todavía debería suceder para que los 250 mil votos laboristas de Corbyn superen a los once millones que votaron a Cameron, es casi innumerable. Quizá ni siquiera llegue él mismo, o se diluya su chance. Pero hay una oportunidad.
Quizá por eso precisamente se caracterice el mundo que nos toca. En la oportunidad de las mayorías de tomar conciencia y actuar políticamente para cambiar las cosas. La incomodidad es tal, que a veces parece un denso frente de tormenta, impenetrable. Pero sin embargo el movimiento no se detiene. La guerra civil en Siria no se detuvo, y ahora los refugiados sirios tampoco. Media Europa conservadora ha detenido sus trenes, para que no se suban a ellos los refugiados. ¿Qué son, sino un nuevo tipo de bárbaros que escapan hacia el centro del imperio porque sus países han sido aplastados por las tropas romanas?
En todo el mundo hay voluntades colectivas que sostienen diversas lecturas de los hechos y que expresan la necesidad de supervivencia tallada en nuestros genes como mamíferos. Débiles de todos los colores se hacen visibles de a muchos, ya sea respaldando en esta región a gobiernos que pujan por devolverle a la política, en tanto contenedora de la voluntad popular, su preeminencia sobre la economía, o sea provenientes de países que atraviesan otra fase, y que ahora han llegado a ese límite en el que se actúa o se muere. Pero en todos, el adversario es el fetiche dinero.
Los que sostienen el modelo que tiene al dinero en su centro no lo dicen, nadie anda haciendo campaña defendiendo a los bancos ni a las corporaciones. Pareciera que todos sin excepción quieren “el bien común” y desparraman frases aceptables. Pero miren Tucumán. Las mayorías expresadas electoralmente son aquí y allá combatidas en nombre de cosas abstractas, ésa es la forma que ha tomado en la región la reacción conservadora. Porque el único movimiento real es en la Argentina el mismo que en otras latitudes: la irrupción de las mayorías, que ellos quieren bloquear. La puja es brutal. En la nota que publicó en este diario el jueves Marcelo Justo, corresponsal en Londres, los insultos a Corbyn en los medios de comunicación británicos ocupaban más de una columna. Según ellos, trae consigo las siete plagas y siete de repuesto. La nota consignaba su primer intercambio con Cameron en la Cámara de los Comunes, que suele tener el tono de ritual de frases cortas e ingeniosas, tipo sitcom. Corbyn se salió de libreto y le extendió a Cameron preguntas de votantes británicos, que dan una idea de su agenda. Déficit de vivienda, la reciente eliminación de un beneficio impositivo para los salarios más bajos, la crisis de atención a enfermos mentales. El intercambio abandonó la frase corta, y se transformó en un debate político que tuvo picos de rating. Es decir: un nuevo discurso, una nueva lectura política abre la grieta por donde el viejo y cínico Pensamiento Unico corre por fin el peligro de volverse múltiple.
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