Lun 16.11.2015

CONTRATAPA  › ARTE DE ULTIMAR

Cuatro cuartos

› Por Juan Sasturain

Es sabido que el cuarto oscuro electoral se llama tradicionalmente así no porque carezca de luz adentro sino porque no le entra luz externa: no tiene ventanas, nadie puede saber desde afuera qué pasa ahí. La promesa es de estricta privacidad, pensada como garantía de la plena libertad individual. Lo que indica en qué medida se consideró importante el secreto y el anonimato cuando se instituyó –como medio idóneo para recoger la manipulada opinión política– el saludable sufragio universal, que garantiza la libertad en el acto y la seguridad ulterior del opinante. Una maravillosa conquista de la democracia.

Claro que el mismo concepto genérico de cuarto oscuro cabe para otros cuartos que no necesariamente son los utilizados para votar. Son aquellos espacios en que la (elegida o impuesta) privacidad y el (relativo) anonimato se imponen o prometen al que entra como condición tácita de la operación a realizar ahí dentro. Unidades espaciales tan distantes como el baño, el cajero automático, el confesionario católico / el consultorio del psicoanalista; la cueva de venta de dólares y la mesa de juego clandestino, o incluso la sala porno tienen –por nombrar sólo media docena de otros tantos espacios– rasgos en cierta medida coincidentes con el cuarto oscuro electoral.

Es cierto que también entrar al cuarto oscuro a votar puede ser un gesto homologable a hechos menos usuales como dejar una donación para inundados, meterse de noche en una casa incendiada, reunirse clandestinamente en una célula revolucionaria, participar al paso del saqueo de un supermercado, sumarse a un velorio o a un vernissage ajenos. En todos los casos hay algún punto de contacto en el gesto. Pero mejor atengámonos arbitrariamente a cuatro casos en que la posibilidad de establecer algún tipo de comparación pueda resultar rica en asociaciones acaso reveladoras.

El que entra a ese cuarto oscuro que es el baño (público, ajeno pero incluso también el de casa) suponemos que va por necesidad y con una actitud general que puede oscilar entre el alivio y el fastidio, la molestia coyuntural. Va a encontrarse consigo mismo –en el inodoro, en el espejo– y a sentirse a solas, dueño, señor y esclavo de sí. También puede entrar en busca de una satisfacción privada que le compense carencias públicas o relacionales. En el baño, alguien se siente (elige estar) solo y de algún modo, coyunturalmente, a salvo de la mirada de los otros. Se puede llorar e incluso –dadas las circunstancias– dejar un graffiti. En el baño la privacidad y el anonimato adquieren su dimensión significativa mayor, se tensan al máximo, y la relación entre ellas (la fricción explosiva de sumarse en ese contexto) suelen ser reveladoras. Vía de escape, irse al baño el necesario gesto antisocial (y cultural en tanto se opone a la exposición natural) por antonomasia.

El que se arrima a la puertita de ese mínimo cuarto oscuro que es el confesionario católico o se tiende en el diván que le ofrece el moderno cuarto oscuro del analista –a contarle sus pecados al cura o a referir sus intríngulis al psicólogo– va también por necesidades múltiples pero de otro tipo. Cuestiones de ajuste personal y social (la felicidad, que le dicen), rengueras morales y de conciencia, imposibilidades, estupores. El desgraciado busca alguien / algo que lo haga dormir mejor, lo serene, le explique y lo comprenda. Sale del infierno opaco del espejo, busca Otro que no lo acose sino esté de su lado, lo entienda o lo perdone. Si el que va al baño va a callar, a que no le hablen, el que entra a estos ámbitos va a hablar de sí y que le hablen de sí. A contar en voz alta el baño. A oírse los otros ruidos. El alma y el espíritu no tienen ombligo pero en estos cuartos oscuros parece que lo tuvieran.

El que va al cajero automático –a diferencia del que entra al baño o al psicólogo– aunque se mete en ese transparente cuarto oscuro también por necesidad, esa necesidad no parte de lo que es o lo que siente sino de lo que tiene o deja de tener. Y le ha sido impuesta. Si fuera por él... Porque a diferencia del espejo y del cura o el psicólogo, la Máquina no sabe ni le interesa saber quién es ni qué le pasa. Los secretos que comparte el anónimo codificado con el Cajero son los que se comparten con un socio indeseable e inflexible, impuesto e imperioso, que ni te oye ni te absuelve ni te cura ni te quiere. Sólo te mide por lo que no sos. En el Cajero, alguien que no te conoce, desde la oscura banca y sin dar la cara, todo el tiempo te mira las cartas que él mismo te ha dado para que juegues con lo que es tuyo a lo que él quiere.

Finalmente, el que dice la contraseña que preserva anonimato y secreto para meterse en el cuarto oscuro de una timba clandestina donde se juega a la ruleta rusa o zanahoria envenenada equivalente, elige / le ofrecen anonimato y secreto no como formas de seguridad y libertad personales durante y después sino como permiso indiscriminado para la portación de desesperación. Es la entrega al morbo y –más a la moda– a la adrenalina del azar como solución final para las encrucijadas del deseo sin deseo, el dolor, la necesidad, el desamor y la soledad, entre otros lugares comunes del Mal a secas, o la incapacidad de creer, que es lo mismo pero más simple.

Un simple y pelado cuarto oscuro electoral al que llegamos anónimos y en soberana soledad no es un baño ni un confesionario ni un cajero automático ni una ruleta rusa. Carece –como espacio neutro y vacío de qué– de esa capacidad de interpelación personal con que nos convocan y empujan –a los otros ámbitos– la necesidad, la desgracia, la bronca, el miedo, la estupidez y la desesperación (que no es otra cosa que la falta de esperanza). El cuarto oscuro electoral es, para cada uno de nosotros, tomado solito, menos atractivo o seductor o importante que cualquiera de los otros. Sin embargo, es mucho más que todos los espacios juntos si lo pensamos en su importancia para todos. Para todos. Cuanto más todos seamos capaces de pensarnos parte, mejor.

Por eso, aunque la coyuntura pueda encontrarnos en necesidad de autocrítica extrema, acosados por la derecha tramposa y la mentira de los medios hegemónicos, con dificultades casi insalvables para alejarnos del inodoro, del diván y sobre todo del perverso espejo, usando la privacidad y el secreto no para la trampa y la impunidad sino como instrumentos válidos y poderoso para vencer la desesperación y el odio, entremos al cuarto oscuro a ganar esperanza verdadera para todos.

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