› Por José Pablo Feinmann
El viernes 13 de noviembre, en Nueva York y en Los Angeles, se estrenó el esperado y demorado film del actor inglés Paul Bettany, Shelter. Bettany lo tenía listo desde fines de 2014. Con alguna suerte y alguna mala suerte, lo estrenó ese año en el Festival de Toronto, Canadá. Como suele ocurrir con las películas en que actúa Jennifer Connelly, ella se llevó todos los aplausos, aunque algunos, no pocos, quedaron para Anthony Mackie, su coprotagonista, y para Bettany. Shelter no es un film para mirar y comer popcorn, ya que se les encogerá el estómago y no tiene gracia comer en tanto uno mira una película de hambrientos.
Se trata de un film hecho por gente extraña, rara. Aun cuando Bettany haya ingresado al universo Marvel (un arma de estupidización del poder mediático) interpretando a Vision y parece que exitosamente, aun cuando Connelly sea la modelo top de Louis Vuitton o de Balenciaga o Revlon, no son convencionales. Connelly es Embajadora ante la Unesco por Amnesty Inernational, hace cortos denunciando la violencia contra las mujeres. “Hagan ruido –dice–. Detengan la violencia contra las mujeres.” También contra el trabajo esclavo de los africanos para extraer diamantes en Africa. “No compre diamantes –dice–. No sea cómplice de los asesinos. Ellos explotan y matan a nuestros hermanos de Africa. No se convierta en otro asesino. Ese diamante que usted ve en la vidriera de una joyería está manchado de sangre.” (Se metió en esto a raíz de su film Diamantes de sangre, con Di Caprio.) Ni ella ni Paul van a las fiestas de Hollywood. Connelly nunca fue. Y está en el cine desde 1984, cuando Sergio Leone le dio el papel de Deborah en Erase una vez en America. Luego hizo Laberinto con David Bowie y siguió sin parar, ganándose un supporting Oscar por Alice Nash, la mujer de John Nash, en Una mente brillante. Declaró: “Nunca hice cine para ganar un Oscar. Simplemente es un arte que me gusta”. Paul Bettany es inglés y no vamos a decir que es un buen actor porque sería un pleonasmo: todo actor inglés es bueno. (Pleonasmo: redundancia viciosa de palabras, dice expresivamente el Diccionario de la Real Academia.) Es, además, muy pintón, muy elegante y tiene, como no podría dejar de tener, un exquisito british accent. Connelly y Bettany se conocieron durante el rodaje de Una mente brillante, se enamoraron, se casaron y tuvieron dos hijos que, sumado al que Connelly tenía de un matrimonio anterior, son tres. Son el más bello matrimonio de Hollywood, son rebeldes con poder, que es la mejor manera de ser rebelde y han emprendido esta aventura, la de Shelter. Bettany le escribió a Connelly su mejor papel y Connelly se lo agradeció con su mejor performance; y eso que, buenas y hasta superlativas, le sobran.
Shelter, por medio de una cámara sensible, inquieta o no, ya que a veces es lenta, detallista, se detiene en un globo, en una flor, en un pequeño río luminoso en que caen y flotan sus héroes, narra la historia, la triste historia de dos perdedores de Nueva York: Hannah y Tahir. Ella es drogadicta a morir (“drogadicta mal”, como decimos desde hace un tiempo tomando una expresión precisamente neoyorquina: badly), se inyecta en la muñeca, y luego, frente a él, con total naturalidad, se levanta la pollera, se ve buena parte de su vello púbico y se inyecta en la ingle. (Esto escandalizó a muchos críticos yanquis, seguramente adictos a la moral del Tea Party: ¡Sarah Palin jamás haría algo así!) Tahir, que se gana en seguida nuestra simpatía, tiene un pasado feroz: es nigeriano y estuvo en un grupo terrorista y cometió atrocidades de las que se arrepiente. Los dos, como fuere, andan por Nueva York. A la deriva, así andan. Cada día es un día. Y cada noche agradecen haberlo pasado y seguir con vida. Buscan algún shelter (refugio), ese lugar para homeless, pero están abarrotados. Hay más de 50.000 personas sin techo en las calles de la Gran Manzana. Se enamoran. Encuentran, cierta noche, una hermosa casa vacía y abierta. Los dueños se han ido de vacaciones. Con desdén, Hannah dice: “Cuando los ricos se van de vacaciones se olvidan de cerrar la puerta. Tienen otras cosas en que pensar y todo les sobra”. Entran en la casa y se divierten buscando alhajas y ropa. No para robárselas, sólo para juguetear, disfrazarse. Y aquí, Bettany ofrece una de sus más enigmáticas escenas. Hannah deambula por la casa y encuentra un televisor encendido. Se sienta frente a él y mira. En la pantalla aparece el rostro, en blanco y negro, de Celia Johnson, la gran actriz británica de Brief Encounter, obra de Noel Coward (Lo que no fue, en castellano. Se está dando ahora en Buenos Aires, con una puesta notable de Agustín Alezzo, excelentes actuaciones y una escenografía para amar.) Hannah mira fijamente la imagen. Hay un plano-contraplano entre Connelly y Johnson. Que cada uno decida el sentido final de esta escena. Johnson es una actriz de los cuarenta que hace una señora burguesa a punto de ser infiel. Connelly, una vagabunda drogona del siglo XXI. Sin embargo, las dos tienen un mismo destino. Hannah, tal como Johnson, tiene un “breve encuentro” con el nigeriano Tahir. Y las dos, Hannah y Celia, traman con sus existencias atormentadas, pese a todos sus esfuerzos, pese a que lo merecen, pese a que merecen no ser lo que son, merecen atrapar y vivir el sueño que desean, traman, una vez más, como siempre, el horizonte de lo imposible, de lo que no fue, no es ni será.
Hannah ama cada vez más a Tahir. Y este amor la eleva más allá de sí. Tahir se enferma y necesita remedios y Hannah tolera todo por conseguir el dinero que haga falta para comprarlos. Así, poco le importa entregarse a un guardián del refugio que tiene ese dinero, que se lo puede dar, pero le dice: “Esto es Nueva York. Nada se consigue sin entregar algo a cambio”.
No voy a contar más. Recomiendo apasionadamente este film. Aquí no está la estética de Hollywood. Tampoco hay un realismo agresivo, áspero. La estética de Bettany es cuidadosa, y hasta bella. Pero no busca embellecer la miseria, o la degradación. Hannah no se entrega a esto, no se degrada cuando busca el dinero para curar al hombre que ama. Todo lo contrario: es un acto de amor. Hannah ama por primera vez y hará lo que sea para salvar a ese nigeriano que encontró en la calle y que ahora carga en su corazón. Los críticos yanquis dijeron: “Paul Bettany aprovecha a su esposa para mostrarla en escenas degradantes”. Cuánto enfermo escribe en este mundo, hoy. No importa. El film de Bettany es necesario, hace falta. Y todos los que buscan en el arte del cine algo más que entretenerse y comer popcorn, lo amarán. No creo que gane un Oscar. Ni siquiera Connelly (cuya actuación es poderosa) se llevará la estatuilla. Apuesto que ya está reservada para Jennifer Lawrence. Alienta que Johnny Deep haya asistido al estreno. Deep es otro tipo raro y nunca ganó un Oscar. También importa que Ron Howard (que es la cara progre de la Academia) se haya sentado junto a Bettany y Connelly en las conferencias de prensa. Lo que más alienta, sin embargo, es que el film de Bettany es muy bueno, muy digno, y los que amamos en serio al cine, le decimos que sí, que siga, que lo admiramos, que lo queremos.
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