Mié 25.11.2015

CONTRATAPA

Homo Cerebral

› Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

- UNO Alegría, Tristeza, Ira, Miedo, Asco y Rodríguez, quien el pasado verano salió del cine como casi siempre se sale de ver una de esas películas de Pixar. Sin saber muy bien qué edad se tiene, qué edad se tuvo, cuánto tiempo le queda a uno de animación digital o dibujada o lo que sea, cortesía de ese pequeño creciente hijo al que se aferra como a un salvavidas. Pero, siempre, con la lamparita encendida cortesía de la lámpara/logo de Pixar. Las películas de Pixar no sólo apelan a ese supuesto niño polizón que todos llevamos dentro sino que, además, hacen que ese niño suba desde la sala de máquinas, reduzca a la tripulación, tome el puente de mando y ponga rumbo hacia exactamente ahí. Y ahí es el futuro y la supuesta madurez que, de uno depende, no vire a putrefacción. Las mejores películas de Pixar son diversión para niños y reflexión para adultos y viceversa. Uno llega a verlas llevando a su hijo de la mano y parte de allí siendo llevado de la mano por su hijo. Sobre todo, entonces, con Inside Out, que en España se tradujo, inexplicablemente, como Del revés; mientras que en Hispanoamérica y en Brasil, con ingenio que superó al inglés original, como Intensa-Mente y Divertida-Mente. Inside Out deja pensando sobre el acto de pensar y sobre cómo, a lo largo de la vida y en particular durante los constantemente sísmicos años de la aislada infancia, nuestra cabeza cambia no necesariamente para bien o para mejor. Entonces, nos aseguran, nuestra cabeza cambia para sentar cabeza cuando, es obvio, nuestra cabeza era tanto mejor cuando estaba de pie y firme y erguida y más cerca del cielo, más up y juguetona y valientemente asustada.

- DOS Y ahora salió el DVD de la película (que viene con el bonus de la primera cita de Riley así como tramos descartados que muestran a Bing Bong como una especie de antisistema y a su director explicando que se hizo un casting de veintiséis emociones y que entre las que se quedaron fuera estaban Orgullo, Esperanza, Ennui y... Schadenfreude). Y Rodríguez se lo había prometido a su hijo; quien lleva meses hablando sobre esa película (y, digámoslo, sobre Riley) y del modo en que está estructurada su cabecita. Rodríguez también. Rodríguez piensa –tiembla– en cómo sería una hipotética versión adulta y XL de Inside Out. Así, en esa versión de Inside Out pasaría mucho sin que pase demasiado y abundarían las contradicciones y las irreconciliables diferencias queriendo pasar por alianzas patrióticas. Y todas las islas serían de personalidad volcánica (como esa que canta y canta en el insoportablemente cursi e interminable cortometraje Lava, antes de comenzar la atracción principal) aparecerían como arrasadas por sucesivos tsunamis de titulares efímeros para que nadie, pero nadie pueda recordar los recuerdos permanentes e importantes.

Y por supuesto, ah, la tristeza, la tristeza...

- TRES ...Y la Tristeza de Inside Out es, se supone, el gran hallazgo de todo el asunto: la idea de que la tristeza (como ya se dijo del también redimido y en realidad hipercreativo aburrimiento) no es algo negativo o a temer, sino una fuerza secreta que te fortalece y te prepara para enfrentarte a las alegrías del mundo. Nada nuevo en lo que hace a Disney (socia de Pixar) que siempre se apoyó en esta emoción supuestamente desanimante para sus más clásicas animaciones y, si no, pregúntenle a Bambi y a Simba. Pero el verdadero encanto de Inside Out pasa por otra cosa. Pasa por dónde pasa. Ese sitio más profundo que el espacio exterior y del que se sabe poco y nada y a cada rato –como en esos mapas antiguos donde las figuras de monstruos oscuros llenaban los blancos espacios de mares y terras incógnitas– se intentan clavar banderitas que no flamean sobre el porcentaje variable de su uso (ahora, para Rodríguez, todo es 3 por ciento, proporción de coimas y mordidas catalanas y convergentes). Ya saben, se supone: aquí reside la culpa y aquí el deseo y aquí lo que te permite oler ese misterioso olor a mierda que cubrió a Barcelona la semana pasada y que, probablemente, brota de los conciliábulos para conseguir abonar president. Pero nadie parece muy seguro de en cuál hemisferio queda ahora Cataluña o cuál es la gracia de esa tontería que es la recién estrenada Ocho apellidos catalanes o el éxtasis/agonía que alcanzan algunos con cada Barça-Real Madrid. Lo que no impide que Rodríguez tenga perfectamente claro dónde se ubica el miedo a un inminente atentado jihadista: a lo largo y ancho del 100 por ciento de su cerebro. De ese órgano que –como el corazón– no siente el dolor pero sí ayuda a experimentarlo. Tan Infantil-Mente, pero a lo grande y hasta que te mueras o te maten, sintiéndote como un niño que no entiende lo que pasa, lo que le pasa.

Allons enfants.

- CUATRO Y ya en 2013 y hasta el 2022 Barak Obama firmó por dedicar importante cantidad de millones para la financiación de algo llamado Brain Project, cuyo objetivo será el de “proporcionar las herramientas para obtener una fotografía dinámica del cerebro en acción”. Tal vez por eso casi no pasa día sin colorido nuevo hallazgo en lo que hace a la materia gris. Así, Rodríguez se entera de que los problemas económicos durante la infancia afectan al desarrollo cerebral (ah, Riley...); que ya hay un equipo que intenta controlar su teléfono móvil con ondas cerebrales; que en un primer beso en los labios se reúne información clave del otro que es trasladada a las alturas para ser sensible y sensorialmente decodificada; que se ha hallado, molécula producida por el intestino, “la sustancia que borra el daño cerebral tras una borrachera” (pero no así la vergüenza de todos esos recuerdos turbios que comienzan a reentrar en foco); que la aparición del fuego y su uso para cocinar fue fundamental para el desarrollo del lenguaje y la comunicación entre los hombres (así, el estómago como futuro protagonista de Inside Eat); que contrario a lo que cabía pensar la audición de heavy metal tranquiliza y relaja y “provoca en el oyente un efecto similar al de un abrazo”; que el área que cobija a los recuerdos musicales es la menos dañada por el Alzheimer (buena noticia para la Disney); que todo parece indicar que a nuestro cerebro le “divierte” darnos malos consejos de tipo económico; que dicha enfermedad es el precio que pagamos por haber evolucionado hacia pensamientos complejos; que un equipo de científicos ha desarrollado un modelo matemático que permite predecir el comportamiento de moscas (y que “cerebro de mosquito” dejará de ser expresión despectiva a la brevedad); que sesenta y seis son los días que se necesitan para, con la ayuda de impulsos de energía, cambiar o borrar un mal hábito; que Julio César pudo no haber sido epiléptico, sino haber sufrido pequeños derrames cerebrales; que “el cerebro humano es una máquina hecha con partes reciclables”; y que sobrevalorar los hallazgos de tipo neurocientífico no es bueno y que tiende a simplificar la individualidad... Y lo más impresionante de todo: que investigadores han logrado traducir señales eléctricas cerebrales y traducirlas y palabras y frases completas. Y, piensa Rodríguez, que sería muy triste que esos pensamientos no superasen los ciento cuarenta caracteres. O tal vez, pensando mucho en lo poco que se piensa, tal vez sea mejor así.

Triste-Mente.

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