Jue 03.12.2015

CONTRATAPA

Las enfermedades de la desigualdad

› Por Bernardo Kliksberg *

De acuerdo con un reciente informe de un banco suizo, el uno por ciento más rico, concentra actualmente el 50,4 por ciento de los patrimonios mundiales. Tiene más que el 99 por ciento. El coeficiente de Gini de distribución del ingreso dice el informe que es el peor en 100 años. Oxfam Internacional estimaba que en el 2014 tenía 49 por ciento el producto bruto mundial. Su prognosis era que si no cambiaban las reglas de juego de la economía mundial para el 2019 tendría el 56 por ciento. Va en camino a cumplirse.

Hoy “la corriente central de ideas” en economía considera que las grandes desigualdades son nefastas para el desarrollo: bajan el consumo, generan pobreza, reducen la productividad laboral, minan la cohesión social, aumentan la criminalidad, incrementan la de- serción escolar. Hoy hay “enfermedades de la desigualdad”. Algunas de las enfermedades más mortíferas, el tabaquismo y la obesidad, tienen un perfil epidemiológico nítido. Según la OMS, la industria del cigarrillo es “la única que mata a la mitad de sus consumidores”. Con seis millones de muertes anuales es la principal causa de decesos. ¿Quiénes son los que más fuman? El 80 por ciento de los mil millones de fumadores están en países de ingresos bajos o medios. Muchos no han terminado la secundaria, son víctimas fáciles del marketing agresivo. La obesidad, causa central de múltiples enfermedades, se ha duplicado desde 1980 (700 millones actualmente). Los niveles de ingreso y educación inciden muy significativamente. Los sectores más modestos tienden a comer “comida basura,” como la que se expende en el fast food, repleta de grasas ultrasaturadas, y tomar bebidas gaseosas en escala. Son un mercado cautivo del bombardeo publicitario que se lanza contra ellos y no tienen recursos para comprar alimentos balanceados y con proteínas.

Estas cifras se reflejan finalmente en años de esperanza de vida y enfermedades. En México, que tiene el mayor consumo de gaseosas por habitantes del mundo, hay 50 millones con sobrepeso, 70.000 muertes por año por diabetes y un record de niños obesos.

¿Se pueden enfrentar las desigualdades? Con seguridad. Dinamarca es uno de los líderes mundiales en expectativa de vida, cero pobreza, y productividad. Su fórmula similar a la de los otros países nórdicos, protección universal en salud, educación gratuita y estipendios adicionales para los estudiantes y hogares subsidiados para el cuidado de niños. Una política fiscal muy activa paga éstos y otros beneficios. La recaudación fiscal significa casi la mitad del producto bruto. Su economía crece sanamente, es muy competitiva, y el país encabeza las tablas de felicidad.

La política fiscal y las regulaciones son fundamentales para corregir y moderar las desi- gualdades que generan los mercados, que serán mayores cuanto más concentrados sean. Se puede tener una muy completa visión, de cómo funcionan algunos de los mecanismos que activan las desigualdades en el nuevo libro de Alfredo Zaiat Amenazados (Editorial Planeta, 2015). Zaiat, autor de obras económicas de extendido uso como Historia de la Economía Argentina en el siglo XX con Mario Rapoport, y Economía a contramano (un best-seller), analiza con documentación totalmente actual, temas vitales para entender el problema. Así refiere que las intervenciones de la política pública a través de los sistemas de protección social y políticas fiscales progresivas han mejorado el coeficiente de Gini, en un 46 por ciento en Finlandia, en un 42 por ciento en Alemania, en un 42 por ciento en Dinamarca y Noruega, en un 40 por ciento en Francia, y en un 39 por ciento en Suecia. La obra examina en detalle el funcionamiento concreto en casos reales de la especulación financiera, que es una de las razones del aumento de la desigualdad. También muestra cómo la acción monopólica favorecida por el debilitamiento de las regulaciones públicas la acentúa, aumentando precios y reduciendo el valor real de los salarios. Algunos de los análisis de esta sugerente obra aparecen muy presentes a la luz de casos como el de Volkswagen. La empresa líder del mundo en producción automotriz vendió, como se sabe, 11 millones de autos, que enviaban a la atmósfera un gas peligroso, óxido de nitrógeno. Las emisiones de sus autos eran 40 veces mayores a las fijadas legalmente en EE.UU. y engañó sistemáticamente a las autoridades con una aplicación informática escondida que las bajaba cuando había inspecciones. Dice The New York Times que el gas que lanzaba “irrita los pulmones, aumenta las inflamaciones, puede bajar la resistencia a enfermedades respiratorias, puede aumentar el riesgo de enfermedades graves o de muerte, para aquellos con condiciones como asma y obstrucciones pulmonares crónicas. La gente mayor que es más probable que tenga estos problemas es particularmente vulnerable”. Volkswagen lograba con la emisión de los gases prohibidos hacer subir la potencia de sus motores. El trueque era más potencia y ventas, por más riesgos pulmonares para la población. ¿Qué habría sucedido, si no hubiera habido políticas regulatorias firmes?

Una nueva obra de Robert Reich, ex ministro de Trabajo de Clinton, Salvando al capitalismo, plantea que el nivel de desigualdades lo erosiona, y que es imprescindible lograr que haya más inclusión de las mayorías. Destaca entre otros puntos que los CEO de las grandes empresas, ganaban en 1978, 30 veces el sueldo promedio. En el 2013 era 296 veces, Reich propone entre otras reformas, políticas públicas que creen un ingreso mínimo garantizado.

Un disparador de desigualdades es el cambio climático. Como lo demuestra el papa Francisco en su Laudato SI, afecta mucho más a los pobres del planeta. Dice que para ellos no es algo que va a suceder, sino que está sucediendo. Un informe de la ONU para el Congreso de Cambio Climático que se está haciendo en París lo ratifica. Durante las dos últimas décadas hubo 335 desastres naturales por año, el doble que una década atrás. Han generado 600.000 muertos y han afectado a más de 4000 millones de personas. Han producido daños económicos por 1,9 trillón de dólares. Los perjudicados han sido en primer lugar, y a gran distancia, los campesinos pobres, los pescadores, los marginales urbanos cercanos a aguas y otros desfavorecidos. Las inundaciones, que también América latina, y Argentina, vienen experimentando han dañado las vidas de 2400 millones de personas.

Fumadores, obesos, vulnerables climáticos son algunas de las víctimas de las “enfermedades de la desigualdad”.

La economía es con frecuencia una ciencia que sólo razona en términos herméticos, que no presta cuidado mayor a quiénes pagarán los costos de los ensayos de políticas económicas. Frente a la explosión de desigualdades, sería muy útil escuchar atentamente una recomendación de una de las grandes pensadoras económicas contemporáneas, Joan Robinson, que resalta Alfredo Zaiat, en su aguda obra: “El propósito de estudiar economía no es el de adquirir un conjunto de respuestas prefabricadas a las cuestiones económicas, sino aprender cómo evitar ser engañado por los economistas”.

* Se termina de publicar en París en francés, la obra del autor Etica para empresarios (Editorial L’Harmattan).

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