› Por Martín Granovsky
Sudamérica es un juego de posibilidades y también de límites. Unas y otros funcionan al mismo tiempo y nada es tan sencillo como parece. Para nadie.
Lo sintió en carne propia el presidente electo Mauricio Macri durante la última semana. Lo comprobaron presidentes que ya pasaron el bautismo de un primer mandato como Dilma Rousseff, Tabaré Vázquez, Evo Morales y Michelle Bachelet.
Macri aún tiene la ventaja de su falta de rodaje. Flamante y sin raspones, el cero kilómetro saldrá de la concesionaria recién el jueves 10, cuando asuma el mando.
Macri es, además, el tipo bendecido por el establishment de todo el mundo para terminar con la ola de horribles populismos que azotan a la región desde 1999 (inicio de Hugo Chávez) y 2003 (asunciones de Luiz Inácio Lula da Silva y Néstor Kirchner). Antes Brasil quedaba excluido de las críticas. Aparecía más republicano que sus vecinos Bolivia, Ecuador, Venezuela y la Argentina. Pero la osadía del Partido de los Trabajadores de ganar un cuarto mandato y colocar otra vez en el Planalto por el voto popular a Dilma Rousseff cambió la mirada de los conservadores de Brasil y del resto del mundo. Un período de 16 años en el gobierno era demasiado. Aunque practique el ajuste de palabra y de hecho y aunque su ministro de Hacienda Joaquim Levy esté en sintonía con su futuro colega argentino Alfonso Prat Gay, Dilma es un blanco que debe ser abatido. La esclavocracia brasileña no la tolera más.
Para las derechas, la buena nueva es este Macri que aún no pagó ninguno de los costos que genera gobernar todos los días.
Un editorial del Chicago Tribune dice que la Argentina es “un paria financiero internacional” y opina que “Macri podría ser un buen ejemplo para el resto de Sudamérica” porque “no cree que sea beneficioso para la política y la economía pelearse con Occidente”.
Alejandro Chafuen destaca en Forbes que la designada ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, tiene la experiencia de haber combatido con valor a los sindicatos peronistas como ministra de Trabajo de Fernando de la Rúa.
En Fox News, Andrew O’Reilly elogia a Macri como “un conservador que cree en las ideas del libre mercado”.
Dan Bogler, del Financial Times, es más realista: “La victoria electoral es positiva pero Macri afronta desafíos significativos”.
Con el título de “El fin del populismo” el semanario inglés The Economist escribe que “la victoria de Mauricio Macri podría transformar su país y la región”. Describe a Macri como un self made man en política hijo de “un inmigrante italiano que se hizo rico gracias a sus conexiones con el Estado”.
La agencia de calificación de riesgo Moody’s pasó la calificación de varias empresas de “estable” a “positiva”.
The Washington Post se esperanza en un editorial por un abandono progresivo de las relaciones con Irán, Venezuela y China, y por la remoción de obstáculos a la circulación de divisas, incluida la circulación desde dentro hacia afuera del país.
Para el Miami Herald, “una elección sola no es una tendencia” pero “la decisión de los votantes argentinos de rechazar el legado de los Kirchner sugiere que se estaría frenando la ola populista que fue tan destructiva para la Argentina y para la región”. Y agrega, con más cautela: “No sucederá demasiado pronto”.
Macri tiene la ventaja de que estrenará la presidencia y por eso no tiene los problemas del resto. Dilma afronta la chance de un juicio político. Nicolás Maduro corre el riesgo de seguir gobernando ya con el parlamento en contra después de las elecciones de hoy. Y la propia Bachelet está desgastada. Llegó a un inédito piso de 24 por ciento de aprobación por una mezcla de escandalete de tráfico de influencias de su hijo, parate económico y devaluación. Macri acaba de declararse admirador de Chile, un país que nadie califica de populista desde que Augusto Pinochet lo dejó para siempre con una estructura de aranceles bajos, forzado al libre comercio y obligado a obtener divisas exportando kiwi, cobre o salmón. Chile no es un buen espejo para exitistas. Bachelet asumió recién en marzo del año pasado. Le queda mandato hasta marzo de 2019. Y no puede hablarse de cansancio porque antes de ella no había gobernado la Concertación sino el conservador Sebastián Piñera.
Dilma la tiene difícil porque entrar en el túnel del juicio político, así sea como una posibilidad, es en sí mismo un proceso de desgaste. Un dato agrava ese proceso: si la consultora Datafolha hizo bien su trabajo el último sondeo muestra que por primera vez la corrupción superó a salud y empleo como principal problema en la percepción de los brasileños. Y otro dato debería ser suficiente para indicar prudencia a los conservadores más feroces: como acaba de afirmar el asesor presidencial Marco Aurélio García a los periodistas en la cumbre climática de París, “la situación es complicada pero no veo una alternativa política distinta”.
Macri fue recibido como un héroe por la Federación de Industriales de San Pablo, que reúne a 133 mil empresarios de un Estado con 43 millones de habitantes. Esa recepción fue, en buena medida, ideológica. En 2014 la ganancia líquida del sector financiero en Brasil duplicó al gasto social de Bolsa Familia, el programa masivo de transferencia de ingresos. Parte de esa ganancia se originó en el crédito barato a los sectores populares, que terminó aumentando la renta de los bancos. El economista Ladislao Dubrow calcula que esa cifra, con sus intereses, es superior al aporte que podría significar el ajuste fiscal en marcha. Dubrow dice que “la máquina económica se hizo rehén de un sistema que rinde para los que invierten en títulos pero no para quien invierte en la economía real”, y cita números del Instituto Federal Suizo de Investigación Tecnológica: “El 40 por ciento del sistema corporativo mundial está controlado por 147 grupos, un 75 por ciento de los cuales son bancos”.
Brasil sufre un círculo vicioso. Ajuste, un nivel de corrupción que abarca a todo el sistema político tradicional y a una parte del PT y avance del sector financiero. Incluso los sectores ideológicamente más pronorteamericanos y arrepentidos de la Cumbre de Mar del Plata de 2005, que cortó la formación de un Area de Libre Comercio de las Américas, precisan una suba del comercio con la Argentina, que bajó de 40 mil millones de dólares a 27 mil. Lo mismo necesita Macri aunque sus técnicos pregonen que la confianza atraerá miles de millones de dólares en inversiones.
Las necesidades peculiares pueden generar divergencias políticas pero también poner un límite práctico a los conflictos. Maduro no puede hacer lo que quiera. Macri tampoco. En Sudamérica con Fox News no se come. Y tampoco un editorial del Washington Post alcanza para seguir ganando elecciones.
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