› Por Sandra Russo
El miércoles, en la plaza apretadita de cariño que despidió a la ex presidenta, cuando su discurso comenzó a tomar carrera y dijo que esperaba que en el gobierno que acaba de empezar haya la misma libertad de expresión que en el suyo, Cristina volvió a tocar con su palabra el sentimiento colectivo de orfandad que recorría, con preocupación, muchos corrillos, muchos diálogos al paso, muchas preguntas que por ahora no tienen respuesta. En este tema puntual, el sentimiento colectivo era de una orfandad puntual: la informativa.
La plaza respondió gritando los tres números que le dan título a un programa de televisión que el nuevo Presidente ya avisó que sacaría del aire. Si dejáramos por un rato la hipocresía de lado, y viéramos en toda su crudeza el nuevo mapa de poder, y junto con eso los nuevos mapas de pauta oficial, sería bueno que tanto la dirigencia ahora oficialista como los periodistas autoerigidos como “independientes”, muchos de los cuales contribuyeron enfáticamente al triunfo de Macri –con la mejor de las intenciones podríamos pensar que lo hicieron porque creen en el modelo que país que Macri trae con él, aunque los que siempre creímos en un modelo nacional e inclusivo nunca gozamos de ese beneficio de la duda y hemos sido manchados con toda clase de desprecio gremial, además de social–, sería bueno, decía, no desandar las lógicas que han regido esos pensamientos antes opositores y ahora oficialistas acerca del manejo de esas pautas.
Las corporaciones pautan en los grandes medios. Les añaden una línea editorial. Ahora esa misma línea editorial será vertida además desde todos los medios públicos. Por favor, ante este panorama, que alguien explique a qué le llaman “libertad de expresión”, si ya Hernán Lombardi, el nuevo hombre fuerte del área de Comunicación, ha adelantado que serán ellos los que sopesen hasta dónde es tolerable la crítica periodística, que ellos no permitirán que caiga en “lo agresivo”.
Si Cristina hubiese tenido la misma intención de limitar la libertad de expresión a lo que ella o sus funcionarios consideraran “no agresivo”, hubiese sido denunciada en estrados internacionales por los que desde hace años cacarean en defensa de la libertad de expresión, en un país en el que ningún periodista que quiso se privó de describir sus presuntas enfermedades mentales, y otras injurias ad hoc. Se dirá que “los que piensen distinto” al nuevo gobierno pueden verter sus opiniones en medios privados. ¿En cuáles? Tratándose de televisión, que es el medio que más penetración tiene en la audiencia, empecemos por los canales de aire: ¿En cuál? O sigamos por los de cable: ¿En cuál? ¿En alguno que fue beneficiado por la pauta oficial del anterior gobierno pero ya travistió su línea editorial acomodándose a las directivas de los que le dan la pauta ahora? ¿En cuál, cuál sería el canal que se atreviera? Entonces: hablemos un poco en serio. De que haya pluralidad de voces tiene que encargarse ahora como antes el Estado.
¿Qué voces y qué lecturas de la realidad reclama la mitad de la Argentina? El nuevo presidente también habló de la libertad de expresión en su discurso inaugural. Fue aplaudido. ¿Por qué lo aplaudieron a Macri cuando dijo eso? ¿Porque se terminó el “régimen” que amordazaba gargantas? Hablemos un poco en serio, de verdad. No nos podemos lobotomizar como para repetir idioteces sin asumir que lo que late debajo de esas falsas verdades (la defensa de la libertad de expresión, por ejemplo) es la pretensión no sólo de que Cristina se vaya o que se calle, sino, lo que es muchísimo peor, que esa plaza apretadita que si la quiere a Cristina es porque comparte sus ideas y sus políticas, también se calle. Que no haya referentes de esa plaza en la televisión. Que nadie la exprese, que no haya voces en las que esa plaza se sienta dicha y afirmada en lo público. Si es eso lo que se pretende, hablemos en serio otra vez: no quieren libertad de expresión, sino el monopolio de la palabra, como lo tuvieron durante décadas. Que terminen con los eufemismos.
La orfandad informativa que se respiraba esa tarde calurosa estaba relacionada con preguntas sobre el despreciable ataque informático a este diario, con la inminente asunción de los nuevos funcionarios en los medios públicos y la certeza del levantamiento de muchos programas que reflejan la identidad política y cultural de esa enorme porción de la Argentina. Pero más específicamente, en lo vinculado a la información, la certeza de esos millones de personas (casi la mitad de la población), que han aprendido en estos años a tomar conciencia de las técnicas periodísticas tramposas y también han advertido la vulnerabilidad en la que deja a un pueblo la información en manos exclusivas de medios concentrados, es que no habrá libertad de expresión, porque los medios públicos ahora los maneja el macrismo, y a los medios privados también los condiciona la misma línea política.
Nos hemos permitido en estos años fantasear con una derecha democrática, no autoritaria. La intervención judicial disparatada en el traspaso de mando no fue un buen comienzo para ese gobierno de derecha que llegó al poder en un impecable marco democrático. Macri no es solamente el que baila cumbia en el balcón en el que lloró Evita. También es el que habla de “unión entre argentinos” pretendiendo que esa plaza del miércoles nunca existió. No es casualidad que los medios concentrados y medianos con expectativas comerciales hayan ignorado esa marcha. Periodísticamente, profesionalmente, hasta objetivamente, si se quiere, ignorar un hecho colectivo protagonizado por cientos de miles de personas es aberrante. Si eso es el periodismo, vuelve a ser una profesión denigrante, como lo fue desde esos medios cuando a lo largo de décadas en las que la economía estuvo destinada a aplastar a los débiles, también se calló, se mintió, se omitió darle aire a opiniones en contrario. No es que no las había. Las callaban.
Esa porción de la Argentina quiere que la dejen seguir haciendo eso tranquila, sin persecuciones, sin censura, sin trucos, sin bozales. Veremos cómo se conforma el nuevo mapa de la información, que si Macri y Lombardi no mienten debería incluir a voces opositoras, pero más específicamente a voces que hayan defendido el otro modelo de país, el que perdió en las urnas. Esa es la verdadera oposición a Macri, y hay que decirlo, porque intentarán que nos creamos que “al peronismo” se le dará espacio en los medios porque tengan trabajo algunos periodistas afines a Massa o a Urtubey. Hablemos en serio. Macri es el oficialismo, y no puede elegir él a su propia oposición.
Macri ya es presidente y nadie puso en cuestión esos dos puntos y pico porcentuales que le dieron un grado de poder nunca visto en este país. Ciudad, provincia, nación. La prueba de la democracia no se detiene en los porcentajes. La da un gobierno todos los días. Ojalá tenga la sensatez de ser responsable por todo ese poder conferido por el voto popular. Sus fans le gritan “Sí, se puede”, un canto que el Pro tomó del Podemos español. Allí lo cantan para creer que sí se puede salir del bipartidismo entreguista y volver a la política en serio. Aquí lo adaptaron como para darse fuerza contra “un régimen” que pintaron como “una dictadura” porque, decían, había llegado al poder con legitimidad pero se había desvirtuado en la gestión. Muletillas. Durante el kirchnerismo los periodistas de derecha tuvieron y usaron absolutamente todos los medios, menos media docena. Ahora, la actual oposición se queda también sin esos pocos medios a través de los cuales muchísima gente se informa, y forma su opinión.
La prueba de la democracia está pendiente y la de la libertad de expresión, también.
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