CONTRATAPA
Casting
› Por Susana Viau
Que las modelos sintieran la tentación de nadar en aguas turbulentas es un fenómeno hijo de la tevé. En los ‘60 fue Karin Pistarini, nuera de un ex comandante en Jefe, la que se conchabó como locutora de noticiero y metió una pata fenomenal anunciando que el “presidente Juan Carlos Onganía viajó a Vietnam”. Un furcio lo tiene cualquiera, está claro, pero la confusión de Vietnam por Viedma (¡en esos días, tan luego!) mostraba que la rubia cabecita de la mannequin no alcanzaba las cotas mínimas de sentido común. Ella se obstinó y probó suerte en un programa de espectáculos. Durante una emisión del Festival de Mar del Plata, el conductor entrevistó al director Jean-Gabriel Albicoco, cuyo film El Gran Meaulnes había sido invitado a la muestra. Albicoco explicó que la novela de Alain Fournier en la que se basaba el guión era una lectura de iniciación para los jóvenes franceses. Pistarini, que iba de co-conductora, agitó el micrófono, miró la cámara y razonó: “Lo que el señor Coco quiere decir es que El Gran Meaulnes es para ellos lo que el Martín Fierro para nosotros”. No sería serio hacer silogismos: ni todas las lindas son tontas ni todas las tontas son lindas. Pero fuerza es reconocer que la belleza da de comer a la audacia, infla el ego y desenfrena la burrez: la lengua pierde a los bellos con una frecuencia mayor que al resto de los mortales. Hace mucho menos tiempo, pongamos unos meses, otra ex modelo, Teté Coustarot, empeñada en usar del periodismo como salida laboral, reporteaba a un discípulo de Patch Adams. El médico contaba sus experiencias como clown y hablaba de las reacciones de los niños hospitalizados. “¿Cómo se hace llamar?”, preguntó ella aludiendo, por supuesto, al nombre artístico. “Bakunin”, contestó el hombre. “¡Qué imaginativo! –reaccionó la ex Miss 7 Días–. Vacunin por vacuna ¿no es verdad?.” “No –rectificó él–, no es por las vacunas. Es por Bakunin.” Coustarot, tomada de sorpresa, quiso saber “¿Quién es Vacunin?”. El médico, para no abundar en detalles, simplificó: “Un prócer”. Sin darse por vencida, la veterana modelo insistió: “Bueno, pero también por las vacunas”. Afectado de vergüenza ajena, el médico aclaró casi en un murmullo: “Bakunin es con b larga”. La conductora no dio el brazo a torcer: “Ajá, pero igual se asocia a las vacunas”.
Los agraciados, además, son sueltos. Sueltos de cuerpo, precisamente. Lo confirma La Luna, la media hora de la medianoche del cable, escenografía de bajo presupuesto, pretensiones perroverdeanas, displicencia en las piernas cruzadas de la presentadora de sonrisa perenne, como El Guasón. “¿Eso te calienta?”, “¿En la cama cómo se te da?”, “¿Qué te pone cachondo?”, son algunas de las inquietudes que los invitados despiertan en Verónica Lozano. Y aunque hay que reconocer que no es César Milstein el que suele sentarse en la silla de enfrente, nadie merece ser sometido a la vejatoria obligación de contestar a los “¿No te da como miedito?”, “¿No te produce cosita?” El pobre Iván González, que uno se viene a enterar –y no por la conductora– es hijo de Jairo y actor de telenovelas, las debe haber pasado canutas. Subido a ese potro de los tormentos entró indefenso al mundo “hot” de Lozano. “¿Levantás mucho?”, lo acribilló ella entre risas. “¿Cómo te acercás a las minas?”, lo buscó con más risas. “¿Te gustan los mimos?”, le histeriqueó. La sensación de que Lozano le estaba avanzando al “chaval” se hacía fuerte. En una de ésas, González quiso rumbear hacia otro lado y ensayó una definición: “Soy muy cabrón”. Lozano, por un segundo, titubeó. Sin embargo, lejos de tratar de saber qué quería decir su interlocutor con lo de cabrón, prefirió jugar a las adivinanzas: “¡Ah! Sos calentón”, dedujo. Y siguió adelante como si nada, porque, total, todo es efímero. El cierre fue digno de lo que se acababa de ver: “¿Qué título le pondrías a esta entrevista?”. ¡Entrevista! ¡Fresca como una lechuga, Lozano llamaba “entrevista” a lo que acababa de ocurrir!
En fin, qué remedio, de noche todos los gatos pueden soñar con ser pardos. Pero ya de mañana alguien debería hacer la caridad de recordar a quien corresponda que la entrevista es un género con reglas propias. Un género traicionero y maldito (cabrón, Verónica Lozano, muy cabrón) que se ne frega en las narices respingadas y castiga sin piedad la estupidez humana: James Lipton, Bernard Pivot, Jesús Quintero, tres maestros en esa ingeniería que conduce a la revelación del alma y el pensamiento ajenos, no fueron seleccionados en un casting.