› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO No es que a Rodríguez se le haya pasado por casi un mes el ponerse a pensar en el invierno. No: es que al invierno se le ha pasado el pensar en Rodríguez y alrededores. Y Rodríguez –estornudando rayos en su rostro, en este aire contaminado y alérgico y casi primaveral– había tenido la loca fantasía de que, con el desbloqueo del nombramiento del president, finalmente se pondrían en marcha los motores del frío en serio y de verdad. Pero poca cosa: mucho viento fuerte y llovizna ligera y alzas y bajas en temperaturas que todavía superan los veinte grados. Y no es un caso aislado. Días atrás, en Nueva York y Moscú, todos andaban en mangas de camisa. En Madrid se vinieron abajo, de golpe y ballardianamente, todas las hojas del otoño que aún no habían saltado desde las ramas y colapsaron aceras y desagües. Y narcisos en los jardines de Londres. Y rosas rojas en el Mediterráneo. Y almendros en flor en Alemania, donde todo se vuelve aún más hot con esas bandas de inmigrantes “de apariencia árabe o norafricana” manoseando a valquirias en flor. Y huracanes en Miami donde una nueva oleada de cubanos desembarca en tromba. Y el 46 por ciento de los españoles está de acuerdo en tomar medidas para la protección del medio ambiente siempre y cuando no haya que pagar. Si cuesta mucho, el ecoentusiasmo baja hasta casi la mitad. Alertas climáticas por todas partes y ¿culpa de la acción desestabilizadora del hombre o el planeta que está blue haciendo algo y sacudiéndose a todos esos parásitos? ¿Habrá vida en el arácnido Marte? ¿Y existirá gente de perfil más y mejor parasitario que los políticos? ¿Quién sabe? Una cosa es segura, en Barcelona, la llegada de ese tipo (a Rodríguez le asusta tanto que ningún asesor le haya comentado aún que ese peinado no va) con look de early Beatle despeinado y envejecido pero afirmando cosas más bien ziggyanas como “Catalunya es un potencia científica”, no alteró en nada el paisaje. Ca-ca-cambios para que todo siga igual: faltan dieciocho meses para que los colores y las canciones vuelvan a una Pepperlunya independizada (“No son épocas para cobardes”, avisó Ringo Puigdemont), y que los Blue Meanies (“los invasores”, sí) sean expulsados. Y todo lo que necesitas es honor; aunque el ya no honorable Jordi “El Hombre Que Vendió el Mundo” Pujol se prepare para su propio under pressure y Mas comience a gestionar su dudosa fame y su pasajera fashion. O al menos eso ha ofrecido desde sesiones parlamentarias en las que Rodríguez –contemplándolas atónito en su televisión– echó mucho de menos a alguien como a Ricky Gervais, vaso de cerveza en mano, comentando la formidable tontería y frivolidad de aquellos que creen estar haciendo historia propia cuando, en realidad, provocan histeria ajena. Y la ciudadanía toda contesta encuestas que concluyen que el 60 por ciento de los españoles están convencidos de que la cosa está mal o muy mal en lo político/económico, aunque la clase gobernante les asegure que ya llega la primavera después de un largo invierno.
DOS Mientras tanto, el nuevo presidente fue el alcalde de Girona. Lo que tiene cierta lógica: allí se ha filmado buena parte de la próxima temporada de Juego de tronos y su nombramiento tuvo mucho de intriga cortesana descortés. Un cáustico conductor de TV, Risto Mejide, tuiteó con ácida síntesis: “Catalunya por fin dispone de un presidente no electo para un proceso ilegal apoyado por la inmensa minoría de los catalanes”. Muchos –Rodríguez entre ellos– todavía intentan comprender qué y cómo fue lo que pasó. Y en eso estaba cuando las batallas se continuaron en los preliminares del juicio al amor moderno de la Infanta & Marido & Co. Y la composición cuasi multiculti –con bebés y pelos rasta y bicicletas y mochilas y batucada– del Congreso. Y el trámite ese para ver quién gobernará al país durante un tiempo a determinar a base de pactos. Y, ay, ninguno de ellos tiene el más remoto parecido a Alan Rickman, piensa Rodríguez. Tampoco su voz o presencia. Son malos en el sentido de que no sirven en ningún sentido del verbo. Y todos hablan de Invernalia/Westeros y de sus siete reinos y de los cuchillos en alto y de las zancadillas por lo bajo. Pero en realidad todos deberían ver Borgen: esa civilizada y protocolar y seguidora de las leyes serie dinamarquesa en la que se explica cómo trabajan los políticos de naciones donde, seguro, ya hace bastante frío. También hace frío en esos campamentos de refugiados sirios. Y en la Bolsa china congelándose y en un Brasil triste haciendo que, entre dientes entrechocándose, alguien tiemble un “Esto me recuerda mucho a 2008”. Pero, todavía, todo eso está lejos. Aquí, Winter is coming, pero no termina de come; del mismo modo en que George R. R. Martin parece que no va a acabar nunca la historia de todo eso que la gente de HBO le compró caro y que ahora, resignada, ha decidido seguir por las suyas. Aquí, todo se parece cada vez más a Splatalot, o a una versión politizada de Big Brother donde no se sabe quiénes están nominados para entrar o dejar la Casa, o a un remake producido por El Chapo y sin ningún talento ni gracia de Sopa de ganso. Aquí –let’s dance– todos dicen haber ganado. Y, por supuesto, todos mienten. Pero tampoco hay que preocuparse demasiado. Después de todo, el Reino de España sigue siendo ese sitio en el que el cuerpo de un dictador y scary monster de cuarenta años de duración cuenta con su propia y tolkienítistica tumba/montaña recamada de esqueletos. Valle de los Caídos, sí. Erigido por presos republicanos. Un día de trabajo equivalía a cinco de condena. El número de fallecidos durante la construcción oscila –según la fuente– entre quince mil y veintisiete mil. Allí siguen sus fantasmas, cara al sol de invierno, flotando de la manera más peculiar.
Y no hay nada que Rodríguez pueda hacer.
TRES Y, ah, los esquís sin bautizar y la ropa de invierno sin estrenar; como ese coqueto gorrito de lana, el August EPA 30, último grito en la moda de los “wearables” que incorpora música y teléfono sin auriculares, tiene autonomía de seis horas, y permite atender llamadas telefónicas conectándose vía bluetooth al teléfono y escuchar canciones llenas de alegría y ritmo. Nada que ver/oír con el auto réquiem Blackstar de David Bowie –starman para todas las estaciones, maestro del marketing hasta el final publicando su disco póstumo justo antes de morirse, el primero sin su rostro en la portada– y donde el hombre que cayó a la Tierra se despide del Ground Control con un: “No puedo revelarlo todo / Viendo más y sintiendo menos / Diciendo no pero queriendo decir sí / Esa fue siempre mi intención / Ese es el mensaje que envié / No puedo revelarlo todo”.
Descanse en paz, cenizas a las cenizas y ¿dónde estamos ahora?
Ahora, en el final, el tiempo se arrastra y por fin llega el frío en sincro con el alien amado que se va. No se sabe si está bien, pero es lo que toca y corresponde. Allí fuera, sin embargo, sigue ese calorcito con el que todos juegan en la arena movediza a ser héroes, no más sea por un día, por demasiados días ya.
El problema es que juegan haciendo trampa, piensa Rodríguez.
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