Mar 19.04.2016

CONTRATAPA

Homo Cuatricentenario

› Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO En un lugar de Panamá de cuyo nombre no quieren acordarse, varios renombrados tenían paradisíacas empresas de fiscalidad con olor a podrido. Entre ellos, un ya ex ministro de Industria, Energía y Turismo español que –como muchos de los súbitamente implicados, siempre listos para acogerse a ese recurso tan teatral como novelesco de la súbita y selectiva amnesia– enseguida ensayó esas inexplicables explicaciones aderezadas con los habituales “No sé”, “No me consta”, “No recuerdo”, “Esa no es mi firma”, “Sí pero no”. Versos y sonetos que, de inmediato, fueron celebrados como ejemplares y dotados de una gran sentido de la responsabilidad por colegas de partido. A Rodríguez, lo del ex ministro José Manuel Soria, no le preocupa demasiado a esta altura. Le preocupa más que el hombre –durante su gestión– haya insistido una y otra vez en que el precio de la electricidad era cada vez menor y que, para probarlo, ahí estaba esa creciente e ininteligible factura en la que el precio del vatio se modifica según las horas obligando al usuario a cálculos enloquecedores.

Rodríguez piensa en posible novela en la que un anciano de Barcelona pierde la razón leyendo el recibo de la luz y sale a la calle a luchar, lanza en alto, contra semáforos, faroles y carteles luminosos de esos que en las paradas de autobuses anuncian al inminente Sant Jordi y su dragón y...

DOS ...ya se sabe: 23 de abril, Día del Libro, sábado este año, coincidiendo con el cuatricentenario de las muertes en sincro (más allá de los tan fáciles de ignorar desajustes provocados por la diferencias entre los calendarios juliano y georgiano) de Miguel de Cervantes Saavedra y de William Shakespeare. El segundo aseguraba que todo el mundo era un escenario y el primero pensaba que todo el mundo era una biblioteca. Y, de unos meses a esta parte, una suerte de duelo elegante entre dos colosos inmortales que no tienen por qué enfrentarse propuesto por enanos mortales. Que quién lo tuvo y lo tiene y lo tendrá más grande (a su genio). Que si las autoridades de Reino Unido han sabido honrar más a su Bardo que el gobierno en funciones de España a su Don. Que si se encontraron y se leyeron o no (y Rodríguez relee ese cuento de Anthony Burgess, “A Meeting at Valladolid”) y que si Cardenio no o sí. Que si las apropiaciones borgeanas de la reescritura del Quijote o de la memoria de Shakespeare. Que cuál de ellos fue mejor y más (in)justamente tratado por sus contemporáneos. Que si son la tumba de lo antiguo o la cuna de lo moderno. Que (inevitablemente, vivimos tiempos tontos) cuál se parece más a Messi y cuál se parece más a Ronaldo. Que si barberístico Yelmo de Mambrino o bufonesco Cráneo de Yorick para atrezzo (Rodríguez se ríe mucho al enterarse de que su admirado Bill Murray ha legado su calavera para ser utilizada en representaciones de Hamlet porque “es un buen rol, no exige mucho trabajo, y después de todo me garantizo figurar indefinidamente en la mejor obra de teatro de toda la historia”). Que si la infraestructura del The Globe de Londres era mejor que la de El Corral del Príncipe de Madrid. Que si el clima de Alcalá de Henares era mejor que el de StratforduponAvon. Que si The Man of La Mancha o Shakespeare in Love. Que cuál de ellos tendrá la desgracia de inspirar un futuro thriller conspiranoide de Dan Brown. Que si Shakespeare existió o no y que cómo pudo haber existido alguien como Cervantes (y Rodríguez se entera que acaba de aparecer un estudio de Miquel Izquierdo en el que, luego de analizarse las obras de uno y de otro siguiendo el Código alfanumérico de la masonería del siglo XVII, se asegura que Will y Migue fueron la misma persona: el catalán alicantino Joan Miquel Sirvent. Argumentos: “Will en catalán es seré; Am es soy, y unidos sería: Seré y soy, y Shake + Peare sería Sirvent” y “¿es una casualidad que, durante los años en que Cervantes no escribió nada, se escribieran todas las obras de Shakespeare?” Más evidencias: uno y otro “son genios” y “comparten la idea de la obra dentro de la obra”. Para Izquierdo, conviene apuntarlo, por las dudas, no solo el Quijote es una evidente traducción de un original en catalán porque contiene “muchas catalanadas”; sino que Cristóbal Colón y Hernán Cortés también eran catalanes). Que quién tenía la mejor barba y bigote y ahora tiene los mejores huesos y retratos (auténticos o falsos) y el mejor emoticón y funciona mejor a la hora de ser fraccionado en tweets y...

Entre tanto ruido y pocas nueces y viento de molinos más o menos gigantescos, Rodríguez lo tiene –siempre lo tuvo– muy claro: Shakespeare para el fondo (un idioma propio, la apología del pentámetro yámbico y todo eso) y Cervantes para la forma (las revolución de anticipar ya toda maniobra posmoderna) arrancando su obra maestra con una frase que enuncia el ser o no ser: porque cómo se puede ser tan genial y empezar invocando al olvido cuando los libros y las historias –como los sueños y las vidas– están hecho con la materia de la memoria.

TRES “Oh, memoria, enemiga mortal de mi descanso”, suspira un loco de amor en un bosque de Sierra Morena. “El propósito es el esclavo de la memoria”, recita un cómico vestido de rey en una castillo de Dinamarca donde falta muy poco para que mueran muchos. Y, sí, Rodríguez quisiera poder olvidar casi todo. Volverse loco o hacerse el loco, da igual. Dejar pasar o pasar de largo este presente inmediatamente rancio donde todos se mueven como alucinados comediantes que no tienen la menor idea de cuál es su letra o su rol. Y entonces improvisan. Y el don de la improvisación es raro y exquisito y del que muy pocos disfrutan y hacen disfrutar con él. Se sabe, sí, que el monarca de esta desvelada y peninsular Barataria ha vuelto a convocar a nueva “ronda de contactos” (la tercera) para el 25 y 26 de abril –luego de que las calles se vacíen de rosas y de libros y de festejos nocturnos con librerías abiertas– para que los tan poco hidalgos y nada ingeniosos caballeros de lamentable figura y cabeza de asno y dialogantes ladridos le propongan alguien, algo, lo que sea, ¿sí?, ¿por favor? Cualquier cosa con tal de no volver a caer en la farsa bufa y parlamentaria de nuevas elecciones donde el buen público vota para que los malos actores luego pacten y hagan lo que quieran con sus voluntades.

Rodríguez lo tiene claro: el sábado que viene, mientras en los noticieros son muchos los alcaldes de pueblos manchegos que se atribuyen el privilegio y honor de ser la línea de largada del loco más cuerdo de todos; él va a caminar por las ramblas ahogadas de lectores de un solo día en “la flor más bella de las ciudades del mundo” hasta la playa de la Barceloneta. Ese sitio final en el que el Quijote es derrotado con su propia medicina por el Caballero de la Blanca Luna (el bachiller Sansón Carrasco disfrazado). Allí, Rodríguez se va a sentar en la arena a mirar el mar y soñar el imposible de que está en las orillas de Illyria a la espera de que las olas (las que le arrebataron a su ahogada y argentina prima Mirta) le traigan a una náufraga Viola. Algo así.

Después volverá a casa y –como si no pasase nada, como si no hubiesen pasado cuatro siglos– Rodríguez se va a meter en la cama y se va a decir a sí mismo aquello de “buenas noches, dulce príncipe”, aquello de “Vale”.

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