Mar 19.07.2016

CONTRATAPA

Homo Suspendido

› Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Retrato de hombre en suspenso, suspendido. Como aquel colgado cabeza abajo en la carta del Tarot. Como mudo pero elocuente Harold Lloyd aferrándose a las agujas de aquel reloj que marca las horas. Como los vertiginosos o vertigosos héroes de Hitchcock en campanarios o en montes con caras de padres de la patria. Como Spider-Man listo para besar al revés (y ya dispuesto a convertirse en afrolatino en la nueva versión comic de la Marvel; con Iron Man virando a quinceañera con pelo afro y Hulk muriendo para, seguro, resucitar). Como esas esculturas del canadiense W. W. Hung, apellido más que pertinente. Como –nunca mejor y más apropiado– esos pacientes cuerpos en Coma siempre listos para donar órganos sin que nadie les pregunte primero.

DOS Y allí, en la patibularia antesala de su médico, Rodríguez sosteniendo liviana pero pesadísima carpetita conteniendo resultados de análisis de sangre, radiografías, postales escaneadas del interior de su cuerpo. Allí, Rodríguez suspendido en el suspenso del qué será, será. Y sintiendo no como si toda su vida pasase frente a sus ojos en cuestión de segundos (porque no se está muriendo, al menos hasta dónde sabe o no sabe, por unos cuantos minutos más) pero sí como una especie de resumen de lo publicado. Los momentos claves de su existencia. Y de todos ellos se concentra en dos. Su pequeño Big Bang público que tuvo lugar el 16 de agosto del 2011 con un “Rodríguez ‘está de rodríguez’. Es decir: está solo. En la ciudad. En vacaciones, sin vacaciones. La familia ha partido”. Situación que se repite casi cinco años después. Mujer de Rodríguez con sus amigas para “tomarse un respiro” (y Rodríguez prefiere no enterarse demasiado de lo que en verdad significa eso, y tiene visiones de maduras leonas en celo arrojándose sobre jóvenes bambis en discotecas de playa); hija de Rodríguez desilusionada por el fracaso de Podemos virando de la revolución al fashion acompañando a su novio, el dj argentino Tomás Pincho, por fiestas ibizencas; hijo de Rodríguez con los abuelos y traumado por rumores acerca de Messi, condenado pero en libertad para probarse otras camisetas, ante los temblores de un Barça que, servicial y servil, lo defiende de todos a toda costa con tal de que no se vaya, ¿sí?

Rodríguez no les dijo a ninguno de ellos nada acerca de “su condición”. Situación consecuencia, piensa, de cuando –otro flashback, 18 de junio de 2013– fue “involuntariamente empujado a las vías del metro por alguien demasiado preocupado por consultar Facebook o mandar tweet. Y Rodríguez no fue arrollado por el convoy de la línea 5; pero sí cayó, cayó en coma que, en verdad, es algo mucho más parecido a los puntos suspensivos”. Al volver a abrir los ojos -16 de julio de 2013– Rodríguez comprendió cuál era “el súper-poder con el que ha regresado desde el otro lado: oír el ruido secreto que hacen las cosas al desintegrarse muy despacio... Y entonces Rodríguez se acuerda de aquella novela de Philip K. Dick. Tiempo de Marte. Y del personaje del niño Manfred Steiner, a quien todos consideran un autista sin retorno pero quien, en realidad, está concentrado escuchando la melodía que sólo él puede oír: la canción entrópica del universo descomponiéndose y pudriéndose. Lo de Rodríguez es más modesto: él sólo puede escuchar el silbido de España viniéndose abajo y el himno marcial y fúnebre de Europa rodando por las escaleras del agrietado palacio de su historia”.

Desde entonces, claro, todo ha empeorado: Europa más rota y España multada por la recortadora/ajustadora Bruselas. Y más paralizada o, mejor dicho, rajoyzada: a la espera, sin moverse. Moverse es la posibilidad de caerse. Otra vez: todos quieren, nadie puede y ahora qué hacemos. “Período de reflexión”, sugiere Rajoy sin apoyos susurrando un “27 de noviembre” para continuar la trilogía electoral. Tal vez –después de todo esto es un reino irreal pero reino al fin y al cabo y al acabose– habría que nombrar jefa de gobierno a la princesita Leonor, así hace prácticas para cuando sea coronada. Y Rodríguez con mareos y jaquecas y noches largas y blancas y esas negras manchas raras en la superficie de su cerebro como si fuesen francotiradores en las azoteas que hay que neutralizar con robots explosivos o camiones asesinos y desenfrenados y blancos y veloces como la muerte. Y, ahí, esas ideas tan raras que se le ocurren…

TRES …como la de aprovechar esta pausa sin familia de un mes, estas vacaciones a solas para, más tarde que temprano, convertirse en escritor. Tal vez póstumo, pero escritor después de todo. Como en esa novela con guionista de cine tonto en estado terminal y con ganas de redimirse. Esa novela de Edward St. Aubyn que le gusta tanto: A Clue to the Exit. Idea: volver a ver The Wire (serie favorita de Obama y una de las favoritas de Pablo Iglesias, quien se quedó con las ganas de hablar de ello; porque Barack pasó por España como un suspiro) y llevar un diario de esa revisión incorporando los tiempos lentos de Baltimore. Tiempos que son, también, los de juliagosto en Barcelona, si uno no sale de casa (o sale sólo para ir a ver Jason Bourne o la nueva de Star Trek) y baja las persianas y no deja de darse duchas frías. Todo muy en plan auto-ficción exhibicionista y con el añadido de reflexiones sobre la edad dorada de la televisión. Seguro que hay por ahí algún editor hipster-condal que se entusiasme con la idea convierta a Rodríguez en una estrella fugaz y hashtag de rápido consumo.

Estas son las cosas en las que piensa Rodríguez mientras escucha Stranger to Stranger, la tan joven otra obra maestra surgida de la cabeza septuagenaria Paul Simon. Lo de Juncker desde Bruselas en cuanto a que lo de UK en Europa es “un divorcio amistoso de algo que nunca fue una gran historia de amor” podría ser algo firmado por Simon, piensa Rodríguez. Y aquí, de nuevo, versos sueltos y ritmos raros que se corresponden con los ruidos craneales y las ideas desatadas de Rodríguez, quien duerme poco y nada, a la espera de que le dan el alta o la baja, el cielo o el infierno. Rodríguez escuchando una canción triste de Simon que se llama “Insomniac’s Lullaby” y otra, más alegre, “Cool Papa Bell”, que habla de que se ha descubierto el Paraíso, pero que está a seis trillones de años luz de distancia. Lejos. Más lejos que todos esos exoplanetas que, día sí día no, se descubren como posibles lugares a vivir y supuestos huéspedes de vida inteligente, más inteligente, por favor. O que, al menos, no piensen que la “realidad aumentada” del Pokémon Go es un gran logro para la humanidad toda. Sólo se podrá llegar allí, a ese supuesto Edén, dormido, previa animación suspendida. Dick escribió varios cuentos sobre el asunto y no, no vale la cómoda y veloz curvatura del “Warp drive, Mr. Sulu” de la Enterprise. Se necesitará dormir mucho y pesado. Y, si hay suerte, despertarse preguntándose si todo no habrá sido un sueño o una pesadilla y con tan pocas ganas de salir allí afuera.

Así que Rodríguez da un pequeño gran paso para solo un hombre solo. Y aprieta PAUSE y –colgado, suspendido, en suspenso pero, a punto de ser activado como viajado y estelar agente secreto, recordándolo todo– se encierra a reflexionar en sí mismo, hasta septiembre, para aumentar su realidad con ficciones, para escribir y no ser leído.

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