Mié 28.01.2004

CONTRATAPA

Contame, contame

› Por Sandra Russo

Había que verle la cara a Sergio Dispenza, el padre de Abril, intentando hacer equilibrio en el programa de Mauro Viale. Con buena producción, con chicos ya trasplantados y padres de chicos en lista de espera en el estudio, el programa de la tarde del lunes transcurría tenso, con primerísimos planos de Sergio y un encuadre que atacaba de lleno sus ojos permanentemente húmedos. Ahí había que ir, a ese recorte de la cara del padre que recorrió todos los estudios de televisión y los despachos oficiales –el presidencial incluido– hasta conseguir el corazón que necesitaba su beba.
La tensión innegable tal vez haya pasado inadvertida para el público de Viale, porque los buenos modales de Sergio Dispenza le impidieron terminar de crisparse mientras desde el no lugar del fuera de cámara, la voz del entrevistador era como una aguja que buscaba dónde pinchar. Pero más allá incluso de Viale y de Dispenza, el combate invisible tenía por protagonistas a un hombre que había decidido “usar” a los medios para que el caso de su hija se resolviera, y el engranaje subterráneo y deglutidor de esos medios, su costra amarilla, capaz de hacer alquimia al revés: al oro lo convierte en barro.
El “ir a fondo” era un propósito de la entrevista. Ese “ir a fondo” en el lenguaje de Viale implica que, por ejemplo, hace unos días, un ex secuestrado terminara contando que la pareja de secuestradores que lo cuidaba mantenía relaciones sexuales en la misma habitación en la que el hombre permanecía con los ojos vendados. Conseguir ese dato, ese tipo de datos, es el premio-trofeo del “ir a fondo”. El lunes, Sergio Dispenza, que desde que su hija entró en la lista de emergencia nacional se dispuso a hacer su propia búsqueda, recurriendo a los medios para que difundieran la fotografía en la que la hermosa Abril miraba a cámara con sus ojos celestes bien abiertos, fue acorralado y se defendió hidalgamente, como si tuviera clara conciencia de que la televisión trafica entretenimiento y emoción: él usó la emoción para lograr que alguien le donara un corazón a su hija, pero se resistía, el lunes, a ser parte del entretenimiento.
Las preguntas de Viale tendían a... ¿Humanizar lo humano? ¿Cómo se diría? Las preguntas tendían a averiguar si Sergio y su esposa han tenido problemas conyugales desde la enfermedad de Abril, si su esposa está de acuerdo con la “fama” adquirida por Sergio, si esposo y esposa han podido “hacerse un tiempo” para la pareja... Un desliz, un mínimo desliz, y Sergio hubiese tenido que contestar si han mantenido sexo en el último mes. Eso no le preguntó, pero sí le preguntó si no había pensado en matarse, más precisamente en pegarse un tiro en la cabeza, o si no se le ocurrió ir armado al Garrahan a decir que “si no aparece un corazón, yo de acá no me voy”. El padre timoneaba con cautela y delicadeza la situación, negándose a aceptar palabras que el otro le ponía en la boca. “¿Así que no querés conocer al padre de la donante?”, le preguntó Viale después de que Sergio dijera que “mi hija está viva y la de él no. Tengo que respetarle el duelo”.
Los medios trafican, como mercancías de lujo, entretenimiento y emoción. A veces, como en el caso de Abril, también son soportes de información, que combinada con la emoción –el dolor– que supo transmitir el padre, los hacen altavoces potentes y útiles. La aparición pública de Sergio y de la foto de Abril probablemente hayan tenido bastante que ver con el desenlace afortunado de este caso. Pero el lunes, el combate mudo y feroz que se libraba en el estudio de América daba cuenta de que hay una parte de los medios que se cobra la factura y que tiende a convertir todo, absolutamente todo, en comida para perros.
Todos los días, víctimas o familiares de víctimas de hechos atroces aparecen inexplicablemente por televisión. ¿A qué? ¿Por qué? Durante mucho tiempo, la presión a través de los medios fue la única manera de conseguir justicia (la de un culpable o la de un órgano disponible para untrasplante). Entre las cuentas pendientes en este país está la que hacer que la televisión entretenga o emocione, pero que no haga falta.

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