› Por David Brooks *
Desde Nueva York
Al regresar de su viaje relámpago a México, Donald Trump criminalizó a todo inmigrante indocumentado prometiendo perseguirlos hasta expulsarlos del país –entre ellos millones de mexicanos–, en un discurso que puso fin a la especulación sobre si el candidato presidencial pensaba moderar su retórica antimigrante para la recta final de la contienda.
Aunque sus bases más antimigrantes y ultraderechistas expresaron felicidad con sus declaraciones, esto podría anular para Trump toda posibilidad de obtener un mínimo apoyo entre el electorado latino estadunidense, que algunos estrategas republicanos consideran necesario para tener la posibilidad de ganar las elecciones presidenciales el 8 de noviembre.
En su discurso en Phoenix, la noche del miércoles –poco después de regresar de su visita a Los Pinos–, Trump dejó claro que considera que los inmigrantes indocumentados son los responsables de los peores delitos en Estados Unidos, pues matan a “innumerables estadunidenses”, y la mayor amenaza a la seguridad pública y nacional de este país.
Ante ello, prometió no sólo construir su muro que, insiste, pagará México, sino que desde su primer día en la Casa Blanca realizará deportaciones masivas (algunos cálculos sobre sus propuestas indican que serían, para empezar, unos seis millones de inmigrantes), anulará todas las medidas impulsadas por el gobierno de Barack Obama para amparar a varios millones –entre ellos los hijos menores de edad de inmigrantes indocumentados– y multiplicará las fuerzas de seguridad pública –incluyendo la policía local– dedicadas a detener y deportar a indocumentados. Más aún, afirmó que no habrá nada que se parezca a una amnistía.
Como en una cruda después de una borrachera salvaje, observadores intentaron reconstruir lo que exactamente sucedió con Trump en México y en Phoenix. El consenso –entre comentaristas, líderes latinos, políticos de ambos partidos y más– es que detrás de su doctor Jekyll y Mr. Hyde está el mismo actor de siempre, con la misma visión antimigrante y xenófoba que ha tenido desde el arranque de su campaña presidencial.
En lo que el diario The New York Times calificó de un encuentro “surrealista” entre Trump y Peña Nieto, después de que durante todo un año el magnate “pintó a México como un país de violadores, contrabandistas de droga y estafadores de comercio”, pese a lo cual fue “tratado como un mandatario visitante en una conferencia de prensa”, el rotativo comentó en su editorial que Trump regresó a Phoenix a retomar su mensaje antimigrante y por un “Estado policiaco”.
Opinó que aunque sus propuestas son huecas, sí podría hacer la vida “miserable” a los inmigrantes, y advirtió que “los tornados están huecos en el centro, pero hacen mucho daño”.
Los Angeles Times, por su parte, señaló en un editorial que después de presentarse como estadista en México, Trump regresó para retomar su campaña basada “en temor y sospecha, racismo y misoginia… y su promesa de sacar a los 11 millones de personas que viven en Estados Unidos sin permiso”. A su regreso de México ayer, “plantó su bandera ultranacionalista aún más profundamente en la tierra”.
El discurso a su regreso de México fue tan extremista, que Trump logró perder el apoyo de los pocos líderes latinos que se atrevieron a ofrecérselo. Algunos, después de escuchar el discurso, anunciaron que estaban renunciando al llamado Consejo Nacional de Asesoría Hispana de la campaña de Trump, y otros indicaron que estaban evaluando romper con el candidato; algunos señalaron que se sienten “usados”.
Para Frank Sharry, de America’s Voice, agrupación promotora de una reforma migratoria, la postura de Trump en favor de deportaciones masivas es “la posición más extremista de cualquier candidato presidencial de la era moderna”.
Dara Lind escribió en Vox que el discurso de Trump dejó claro que “si vives sin papeles en Estados Unidos deberías vivir en temor… (Trump) está prometiendo, amenazando, que la policía… sólo está esperando una luz verde para tirar tu puerta… entregarte a las autoridades migratorias para deportarte”.
John Marshal, de Talking Points Memo, consideró: “Esta fue pura política ensangrentada de nacionalismo blanco que ha encendido a una minoría significativa del electorado”.
Si algo logró Trump con su discurso en Phoenix es perder toda esperanza de ampliar su ya muy reducido apoyo entre el electorado latino, y algunos observadores y estrategas, incluso dentro del Partido Republicano, han advertido que sin un porcentaje significativo de ese voto Trump no puede ganar la elección.
Mientras tanto, continuó el post mortem de la visita a México. Jorge Ramos, conductor del noticiero nacional de Univisión –y una de las figuras públicas más influyente en el mundo latino de Estados Unidos–, comentó en un artículo de opinión publicado en el Washington Post que la reunión fue entre “los dos políticos más odiados por mexicanos en ambos lados de la frontera… Fue un encuentro de los más impopulares”. Opinó que se reunieron porque ambos “pensaban que podrían ganar, pero al final sólo Trump lo logró”, ya que no cambió sus posiciones y se fue “sin ofrecer una disculpa al pueblo mexicano”. Dijo que aunque Trump ganó en la reunión en México, “su verdadera prueba será el 8 de noviembre en Estados Unidos. A diferencia de Peña Nieto, los latinos aquí no permanecerán callados”.
León Krauze, en un artículo publicado en el Washington Post, coincidió: “No hay duda: el viaje de Donald Trump a México fue un éxito resonante”, pero sólo para él, ya que le ofreció una oportunidad de estrenar al “Trump diplomático” y recibir el “sello presidencial” de su anfitrión, quien quedó como el perdedor de la apuesta.
Varios comentaristas más en Estados Unidos se refirieron a cómo Trump “usó como accesorio” al presidente mexicano para sus fines electorales en Estados Unidos, pero aún no entendían qué era lo que deseaba lograr su anfitrión mexicano.
* De La Jornada, de México. Especial para Página/12.
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