› Por Rodrigo Fresán
UNO Otra canción. Un standard si alguna vez lo hubo y lo es y lo será: “September Song”, música de Kurt Weill y letra de Maxwell Anderson. Melodía estacional como metáfora no del otoño del año sino de la vida y de un amor y grabada y versionada por las damas Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald y Eartha Kitt y Lotte Lenya y Patti Page y Lena Horne y Rosemarie Clooney y Anjelica Huston y Jessica Lange y por los caballeros Bing Crosby y Frank Sinatra y Tony Bennett y Nat King Cole y Mario Lanza y Jimmy Durante y Maurice Chevalier y Pat Boone y Mel Tormé y Dean Martin y Sammy Davis Jr. y James Brown y Willie Nelson y Lou Reed y Ian McCulloch y Jeff Lynne y Lindsay Buckingham y Bryan Ferry, adaptada por Artie Shaw y Dave Brubeck y Erroll Garner y Harry James y Liberace y Art Tatum y Mantovani y Charles Mingus y Chet Baker. Y silbada, ahora mismo, por Rodríguez de camino a comprar el periódico y teniendo que interrumpir su interpretación para sacar machete y abrirse camino entre tanto plástico y celofán y cartón. Porque es septiembre, sí. Y uno sabe que ha llegado septiembre porque refresca, porque las calles se han llenado de personas más o menos bronceadas pero con la palidez de quienes se enfrentan a las cuentas de las tarjetas de crédito de las vacaciones, porque se arrastran los escolares con cadencia zombie, y porque los kioscos de revistas están sepultados por las nuevas y muchas ofertas de fascículos coleccionables.
DOS Fascículos y colecciones de las cosas más absurdas y –a la hora de la tentadora y muy económica “oferta lanzamiento”– en esos monumentales packagings. Este septiembre, Rodríguez detecta colecciones de Ásterix, de Tanques de Guerra, de “Misterios del Universo” (“¿Qué es el bosón de Higgs y qué lo hace tan especial?”), de la historia de la humanidad en versión Playmobil, de maquillaje y tricot, de la Marvel Comics, de “bichos” de la National Geographic (“¡una colección bestial!”), de plumas de colección, de vestidos de grandes diseñadores para muñecas, de leyendas de la mitología clásica y –signo de los tiempos– ese clásico Titanic a armar pieza a pieza (en tiempos en que España iba bien y ya saben lo que pasó) ha sido suplantado por un igualmente ensamblable pero más humilde y cumplidor y autónomo Fiat 600. Todo ahí, en esos kioscos cenagosos. Rodríguez conoce a varias personas que se adentraron demasiado en ellos para comprar un paquete de goma de mascar, y fueron masticados, y ya nunca volvieron a casa.
TRES Detrás del irracional fenómeno fasciculero septembrino hay, por supuesto, razones muy lógicas: tener que hacer y en qué pensar semana tras semana, distraerse, sentir que queda algo por esperar e, inevitablemente, experimentar ese sentimiento tan humano de ir perdiendo el interés en algo. Los estudiosos de la cuestión explican que septiembre es el mes del retorno al trabajo y el comienzo del curso y la mística fasciculera acompaña y abriga esa quimera de “este año sí que voy a conseguirlo”. Pero las estadísticas apuntan a que sólo el 10% de quienes empiezan colección llegan al final. Y, para enero, ese nuevo recomenzar de la nada, ya todos están pensando más en esa nueva forma de fasciculismo que son los productos de Apple (empresa a la que le ha caído multa millonaria desde Bruselas por el grosso modo y el flaco monto con los que paga sus impuestos en Irlanda). Los motivos para darse por vencido son muchos: las entregas van subiendo progresivamente su precio (hasta un 400%, pero siempre terminando en ese engañoso ,95), muchas colecciones se interrumpen por escasa demanda, está la posibilidad de comprarla al completo y más barata vía internet, y la cosa no está para llenar la casa de abanicos para enmarcar cuando cada vez hay más corrientes de aire.
CUATRO Además, qué falta hace ahora gastar dinero en fascículos cuando se puede coleccionar, gratis y y número tras número, Elecciones Españolas. La primera entrega fue el pasado diciembre pero –luego de dos intentos– no se sabe cuándo ni cómo termina. La semana pasada salió el muy esperado número de la previsible investidura fallida del corredor lento Mariano Rajoy. Su discurso del último martes fue más aburrido que bailar con la hermana y su defensa supuestamente ingeniosa a la mañana siguiente nos trajo la desoladora imagen de aquel que se cree gracioso y no lo es y nadie le dice que no lo es. De pasó, a Mariano se le escapó en el estrado la hasta entonces confidencial fecha de la firma del acuerdo de paz en Colombia para desesperación del gobierno de ese país que aún no la había hecho pública. Más allá de este detalle inesperado –pero típico del individuo– alguien apuntó con triste gracia que Rajoy “de tan previsible acaba resultando sorprendente” mientras sus subalternos dividen su tiempo entre aplaudirlo a él y asustar a los españoles con un inevitable Apocalipsis si no gobiernan ellos. Y ahora hay dos meses por delante –unos ocho fascículos– para ver si se intenta otra investidura, si se arriesga otro, si se vota de nuevo o no para Navidad. Y del Rey, por las dudas, se sabe poco y nada; porque su función es “simbólica y mediadora”. Y si algo sabe Felipe VI es que toda monarquía, en su ADN, lleva gen y cromosoma de fascículo. Así que, mejor, hacerse a un lado, no vaya a ser que lo descontinúen y, en serio, de verdad: ¿nueva ronda de consultas coleccionables?, ¿proponer tercer candidato?, ¿Rivera, porque fue quien pactó tanto con el PSOE como con el PP así que ahora pacten esos dos con él y vayan juntitos?, ¿un independiente?, ¿Iker Casillas, ahora que ya no ataja para la Selección?, ¿o el inercial Rajoy volviendo a intentarlo por octubre y acabando de quemarse y que el PP proponga nuevo candidato para diciembre con vistas a arrasar por agotamiento del electorado? Por el momento, nadie parece muy resuelto a mover ficha hasta las elecciones en Galicia y País Vasco (y moción de confianza en la Cataluña independentista) a finales de este septiembre. Y ver qué pasa ahí como ensayo de lo que podría llegar a pasar en el resto de España. Así que los cada vez más numerosos tertulianos políticos televisivos continuarán aullándose los unos a los otros y Pedro “PSOE” Sánchez y Pablo “Podemos” Iglesias y Andrés “Ciudadanos” Rivera seguirán convocando a innumerables y fasciculares ruedas de prensa cada vez que no tengan nada que comunicar. Por su parte, siguiendo los modales inmovilistas de su líder, el Partido Popular sólo espera a que la gente no se enganche mucho a la colección de juicios por corrupción y blanqueos que traerá el otoño (Gürtel, Bárcenas, Púnica, Discos Duros, Barberá, Acuamed, Rato, ¡colecciónalos!) y que una crisis interna entre los socialistas desbanque a su actual secretario general y les de el gobierno, y esto es política, y aquí no ha pasado nada, y cuatro años más de fasciculear pasan rápido.
Porque todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es coleccionar.
Y Rodríguez, por fin, luego de mucho excavar, alcanza una primera plana donde se lee la palabra BLOQUEO. Y vuelve a casa silbando y preguntándose como a nadie se le ocurrió aún colección que reúna todas las muchas versiones de “September Song”. Esa canción que canta que, llegado septiembre, “uno ya no tiene tiempo para el juego de esperar”.
Y ese destemplado y (des)esperado “uno” se va acercando cada vez más a ese 90% que decide no quedarse hasta el último fascículo.
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