› Por Hugo Soriani
En los tempranos sesenta, el nombre de Bob Dylan no era muy conocido por acá. Ni siquiera era un referente para muchos de los músicos que en aquella época daban los primeros pasos del rock nacional. Ni los Beatniks de Moris, ni los Gatos de Litto Nebbia y mucho menos grupos posteriores como Manal o Almendra lo tenían como inspirador. No porque fuera para ellos un desconocido, sino porque sus ritmos musicales iban para otro lado y preferían identificarse en el sonido Beatle, o de grupos menos conocidos pero notables como el Spencer Davis Group de Steve Winwood.
Tuvieron que pasar algunos años para que a comienzos de los setenta León Gieco apareciera en los escenarios y encarnara la imagen del cantante solista que con guitarra y armónica cautivaba audiencias, con pinta y melodías similares a las que Dylan venía curtiendo desde la década anterior.
“Cuando escuché por primera vez Soplando en el viento supe definitivamente que yo quería ser como él, como Bob. Me compré una armónica y compuse Hombres de hierro que es un afano grosso de su melodía”, confiesa Gieco y se muere de risa. “Lo que vino después es cosecha propia, pero Dylan fue, es y será mi maestro”, completa.
Incluso algunas de las canciones mas conocidas de Bob, como Mr Tambourine Man, o Blowing in the Wind fueron difundidas en nuestro país en versiones de otros grupos, como Los Byrds o los Hollies, que las interpretaban de una forma más edulcorada y comercial.
Su fraseo tan extraño, su voz nasal y sus melodías por momentos tediosas para los no inciados, eran indigeribles para los programas radiales de la época, que estaban muy lejos de asimilar la cultura y la poesía beatnik que venía esos años desde el norte.
Era la época en que se entablaba la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, cuando Dylan hacía su aparición pública más comprometida, junto a otros artistas como Joan Baez o el trío folk/ country de Peter Paul and Mary, músicos que versionaron a Dylan, igual que lo harían miles de otros en todo el planeta a lo largo de los años. Si existiera el Nobel a los músicos más versionados, Bob, sin dudas también lo hubiera ganado.
Robert Zimerman, ese es su verdadero nombre, nunca se hizo cargo del lugar en que quisieron ponerlo sus fans, o incluso parte de la industria de la música.
Nunca hizo declaraciones políticas explícitas, nunca lideró movimientos sociales, aunque haya participado de la mencionada marcha o de algunos actos contra la guerra de Viet Nam. Quizás su mayor compromiso público haya sido para lograr el indulto al boxeador Rubin Carter, acusado y condenado por un triple asesinato que no había cometido. Dylan le dedicó su tema “Hurricane”, así lo llamaban a Carter, y lo grabó en su álbum Desire. La canción acompañó todas las manifestaciones que se hicieron hasta que, en 1985, Rubin “Hurricane” Carter fue declarado inocente y liberado. Su historia fue llevada al cine en 1990 en una película, “Hurricane”, protagonizada por el actor Denzel Washington, y el tema de Dylan es el estribillo que golpea el film.
Casi todas su declaraciones públicas y sus reportajes fueron decepcionantes para los que querían convertirlo en un lider revolucionario.
Dylan nunca les dio el gusto. Hosco, huraño, parco, silencioso, siempre alimentó el mito de su antipatía.
Incluso en los escenarios. Jamás un discurso, algunas palabras para comentar un tema, un saludo o una muestra de gratitud o cariño hacia su público. Sólo el hechizo de sus canciones, de sus bandas impecables, de su virtuosismo como violero o pianista.
Otros músicos contemporáneos enarbolaron las banderas que él no quiso tomar. Joan Baez o Pete Seeger –quien se peleó con Dylan cuando en 1965 Bob cometió el pecado de electrificar su música– fueron los que encabezaron marchas pacifistas, visitaron Viet Nam o sufrieron cárcel, prohibiciones y persecuciones por su compromiso con las causas justas.
Bob Dylan hizo otras revoluciones. El reflejó como nadie lo que estaba pasando en el mundo a principio de los sesenta. El advirtió a los padres que conversaran con sus hijos y los comprendieran, o que se apartaran de su camino, porque “los tiempos están cambiando”.
Usó una métrica desigual en sus canciones, no cuidó las formas y cuando ya era un consagrado artista folk, cambió por la guitarra eléctrica, grabó el álbum Higway 61 revisited, y metió uno de los temas más excitantes de la historia del rocanrol, “Like a Rolling Stone”: “como se siente/como se siente/ estar sin hogar/como una completa desconocida/como una piedra que rueda..
Poco o nada de todo esto se sabía en la Argentina de los sesenta, y luego el Onganiato se encargaría de silenciar aún más las voces y la publicaciones que llevaban la música, la poesía y la literatura a los terrenos del compromiso.
Los setenta fueron otra cosa. La llegada de la democracia alimentó la avidez por la política y la voluntad transformadora. El rock nacional encontró más canales de difusión y artistas de distintas corrientes empezaron a nombrar y reconocer a Dylan como uno de sus referentes. Hasta que la noche negra de la dictadura de Videla tiñó todo nuevamente de muerte y oscuridad.
Los ochenta fueron un paréntesis demasiado largo para la música folk en la Argentina, y en los noventa, Andrés Calamaro se mimetizó tanto con Bob, que en la foto de tapa de su CD Alta Suciedad parece un clon de su ídolo.
Los discos de Dylan seguirán sin enamorar a los que tienen una aproximación lateral al rock. Ellos sólo podrán disfrutar, a lo sumo, de alguna recopilación con “grandes éxitos”. La música de Dylan no es para consumo masivo, sus cánones no siguen los ritmos fáciles ni las melodías pegadizas. El no está para eso.
Sus letras, en cambio, las que acaba de premiar la Academia Sueca, podrán disfrutarse masivamente. Nadie puede permanecer indiferente ante versos como éste:
“¿Cuántos caminos una persona debe caminar / antes de que lo llames hombre? / ¿Cuántos mares una paloma blanca debe navegar / antes de que duerma en la arena? / ¿Cuánto tiempo tienen que volar las balas del cañón / antes de que sean prohibidas para siempre? / La respuesta, mi amigo, esta soplando en el viento, / La respuesta esta soplando en el viento.”
Y fueron escritos hace más de cincuenta años.
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