› Por José Pablo Feinmann
A comienzos de año empezó una telenovela con título prometedor. Los ricos no piden permiso. Así era su nombre. Una frase que se trenzaba con el estilo vertiginoso del actual gobierno. Un gobierno de empresarios. Los ricos gobiernan y lo hacen para ellos. Con un Congreso pasivo empezaron a echar gente. Sin pedir permiso. Lo hicieron y punto.
Una tonta película de los sesenta, Love Story, con música azucarada y actores carismáticos, tenía como frase central del afiche: Amar es nunca tener que pedir perdón.
Ser rico es nunca tener que pedir permiso. De aquí que a veces resulte difícil la crítica a un gobierno de ricos. No tienen que pedir perdón, no tienen que pedir permiso.
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En una ceremonia de premios a los personajes de la última década, Julia Roberts, con el galardón entre sus manos de dedos largos y expresivos, agradeció a todos, pero sobre todo a nuestros soldados que pelean en territorios lejanos para que nosotros disfrutemos la democracia y la libertad. Fue muy aplaudida.
Cuántas guerras hay. Una sola es demasiado. ¿Saben por qué pelean, matan y mueren los soldados norteamericanos? Por la tierra de los libres y el hogar de los bravos. Es un credo. Como el de la democracia y la libertad. También un acto de fines. Siempre se mata desde un absoluto. Los hombres crean sus absolutos. La guerra solo es posible entre naciones que crean sus absolutos. Pueden ser religiosos o terrenales, paganos. Si en Irak crecieran arvejas y Estados Unidos las necesitara, existiría la guerra de las arvejas. Los hombres matarían y morirían por vegetales alimenticios.
Si Armenia fuera funcional a los intereses de occidente, Hollywood ya habría filmado treinta o más películas sobre ese genocidio. El negacionismo crece. Como el desierto.
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El dinero le es esencial a la política. La política se nutre del dinero. Es el arte de sumar dinero y convertirlo en poder.
Una campaña política costosa asegurará para la multinacional que invierta su dinero, el dominio sobre el grupo político que lo recibe.
Heidegger no posee la hegemonía sobre la cuestión de la técnica. A comienzos de la década del treinta Oswald Spengler publicó El Hombre y la técnica. Sartre dice mucho con su concepto de lo práctico-inerte.
Dios refuta a Job exhibiéndole su poderío. Ha tenido la técnica de crear el mundo. Job se ha sometido al poder técnico de Dios. A lo largo de todo su libro solo tiene quejas y arrepentimiento.
El Posmodernismo reemplazó a la totalidad por el fragmento. Después el imperio refutó al fragmento con la globalización. Se instauró la totalidad totalitaria. Pero ya no fueron los comunistas. Hoy, el 1984 de Orwell se lee en la masificación boba del neoliberalismo. Que quiere zombies y no personas libres. De aquí la proliferación de los muertos vivos. George A. Romero ha triunfado. La noche de los muertos vivientes es un éxito. De día también. A toda hora.
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