› Por Sandra Russo
El nombre del guerrero Lempira ha quedado tapado por el polvo de la historia. Sólo a través de intrincados meandros de diversos relatos que llegan hasta la actualidad, se puede descubrir que Lempira fue el comisionado por el gran cacique Entepina para defender sus territorios de la conquista española apenas comenzado el siglo XV. Entepina era el jefe de los lencas, que por el 1500 reunían a unos 300.000 pobladores originarios de la zona que hoy ocupan Honduras y El Salvador. Lempira organizó a 30.000 guerreros que ejercieron férreamente una resistencia que duró más de doce años y que culminó con la derrota del valle de Comayagua en l537. Allí, el ejército lenca fue aplastado por el que conducía el español Francisco de Montejo. Los lencas eran un pueblo muy antiguo, animista, cuyos dioses principales representaban al Gran Padre y la Gran Madre que equilibraban las fuerzas de la naturaleza, de la que los humanos eran parte. La lengua lenca se ha extinguido, después de una colonización que les prohibió comunicarse en su propio idioma. Pero quiere la magia semántica que en su origen la palabra lenca significara “lugar de muchas aguas”.
Lenca era también la activista hondureña Berta Cáceres, asesinada el 2 de marzo de este año por agentes paraestatales que entraron a su casa y la acribillaron, unos meses después de que Cáceres fuera galardonada con el premio Goldman, el más importante del mundo en asuntos medioambientales. En 1993, Cáceres había sido cofundadora del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPHIN). Al COPHIN pertenecía también otra activista, Lesbia Janeth Urquía, asesinada un par de meses más tarde. Esa vez, a Lesbia la sacaron de su casa y la hicieron desaparecer. Encontraron su cuerpo unos días más tarde, en un paraje cercano al municipio de Marcala, donde residía. Una semana antes, el gobierno hondureño había hecho una consulta en ese municipio para acordar los términos de una audiencia pública sobre la construcción de una represa hidroeléctrica en la zona. Por su parte, Berta Cáceres era la cara más visible de la lucha contra la represa hidroeléctrica de Agua Zarca, en el noroeste del país, todavía en suspenso después de la retirada del mayor inversor, la empresa china Sinohydro, tras largos meses de resistencia civil. El territorio del pueblo lenca, la mayor etnia originaria hondureña, fue militarizado en los últimos meses. La resistencia que encabezaba Cáceres tenía razones fundadas para existir: los lencas, para su propia supervivencia, necesitan llegar al agua que la represa les impediría. Sin agua, no habría alimentos. Los lencas luchan sencillamente para no morir.
Cuando en 2009 el primer golpe blando de la serie que está rompiendo en pedazos el proyecto de región emancipada que floreció con el ALBA tuvo lugar en Honduras, y el presidente Zelaya fue derrocado por la Corte Suprema de ese país presunta y sencillamente por estar pensando en llamar a un plebiscito para sondear un eventual cambio constitucional, Honduras no era noticia en la Argentina. Hubo una resistencia sostenida que duró más de un año, durante la cual opositores, campesinos y estudiantes fueron reprimidos salvajemente y muchos de ellos asesinados, con la impunidad de quienes saben de antemano que nada de lo que hagan provocará escándalo internacional, simplemente porque el mundo no se enteraría de ningún pormenor, ya que esos crímenes no llegaron al status de noticias importantes.
Berta Cáceres y Lesbia Urquía son las dos lideresas medioambientales más importantes de las que fueron eliminadas este año, pero no las únicas. Otros cuatro dirigentes de COPHIN corrieron la misma suerte, y todavía con más silencio. Honduras es actualmente el país más peligroso del mundo para ejercer el activismo mediombiental, según un informe emitido por Global Witness, con sede en Londres. Sólo en 2014 fueron asesinados 111 ambientalistas en territorio hondureño. Y por eso conviene recordar que Honduras fue el primer territorio recuperado para la restauración conservadora regional, que como ya lo estamos viendo en todos nuestros países, esta vez no se conforma, como en los 90, con el aplastamiento financiero, sino que viene acompañado por la gula transnacional por los recursos naturales. Esto es lo que caracteriza a esta etapa puntual del capitalismo corporativo: no se interesa en mercancías sino en elementos. Quieren el agua, la tierra, el litio, el petróleo, el gas, los árboles. Quieren la naturaleza para mercantilizarla.
A Berta Cáceres ya la habían amenazado muchas veces. La amenazaban con matarla, pero también con violarla. La amenazaban con hacerle eso a su madre y a sus hijos. Cáceres, de ascendencia lenca, había accedido a que su organización defendiera el derecho de los lencas al acceso al agua. Su organización, el COPHIN, dicho sea de paso, es un modelo de estructura en el que no sólo se defienden derechos sociales, políticos y económicos, y no sólo se reivindica la cosmovisión y espiritualidad lenca, sino que además se planta como una organización “anticapitalista, antipatriarcal y antirracista”.
La construcción de la represa de Agua Zarca estaba prevista en las aguas del río sagrado Gualcarque. Además de la empresa china que se retiró tempranamente del proyecto, el otro inversor era el Banco Mundial, que terminó retirándose también. Esa frustración capitalista llevada a cabo bajo un gobierno neoliberal fue la que terminó con la vida de Cáceres, con la de Lesbia y con las de otros activistas en todo el país.
En un reportaje publicado por BBC Mundo poco antes de su asesinato, Cáceres explicaba que los lencas se consideran a sí mismos guardianes de los ríos. Berta era su vez hija de una luchadora de toda la vida. También llamada Berta, su madre fue partera, enfermera y alcaldesa. En los años 80 se dedicó a cuidar de mujeres salvadoreñas refugiadas. “A mi madre le tocó vivir dictaduras, golpes de Estado y hasta hoy me motiva para continuar en esta lucha”, decía Cáceres en esa nota. Este tiempo, que se llevó su vida, se perfila peor que todos los tiempos anteriores.
Pese a la brutalidad del presente, el horror no detiene a ese linaje de mujeres. Otra Berta, hija de Berta y nieta de Berta, de apellido Zúñiga Cáceres, es quien lucha hoy en su nombre y en el del pueblo al que pertenece. De 26 años, esta Berta sin doblegar recorre el mundo pidiendo atención y reclamando para el asesinato de su madre una investigación independiente como la que se lleva en México para esclarecer el asesinato de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Por el crimen de Cáceres hay siete detenidos, pero ninguna cabeza, ningún autor intelectual, y va de suyo que los sicarios reciben órdenes, y que frenar la violencia requiere no sólo detener al que apretó el gatillo sino al que dio la orden, porque hubo muchas órdenes similares y mientras ese dispositivo no se desmantele habrá más muertes.
En 2009 el golpe blando de Honduras no le importaba a nadie. Parecía un hecho exótico en un país bananero. Hoy toda la región es bananera y patiotraserista. Es hora de que prestemos un poco de atención a lo que ocurre allí, donde el pueblo de muchas aguas está siendo condenado a la sed. Ese destino lo quieren no sólo para los lencas. Ya sabemos que el proyecto es global, y que Honduras no es excepción, sino globo de ensayo.
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