CONTRATAPA
Inmobiliaria espacial
› Por Leonardo Moledo
El hecho de que haya en este preciso momento (sí, ahora mientras usted lee esta contratapa) dos bichos robóticos explorando la superficie marciana, buscando agua, y que la NASA y la Agencia Espacial Europea lo presenten como un gran logro de la humanidad (que lo es), no detiene la marcha ascendente y triunfal del capitalismo que, a través de algunos sitios virtuales, introduce en el mercado inmobiliario la venta de terrenos lunares y marcianos. Alcanza con teclear www.moonestates.com (y poner enter) para encontrarse con una compañía que promete: “Aquí, en MoonEstates.com, usted puede comprar ahora mismo, online, su terreno en la Luna. Y en un futuro muy cercano, también venderemos terrenos en Marte, Venus e Io, el satélite de Júpiter” y asegura que “la venta de propiedades en la Luna ha funcionado durante muchos años, tiene una base legal y copyright para la venta de terrenos lunares marcianos y extraterrestres en general. Miles de personas (incluyendo varias celebridades) son hoy orgullosos propietarios. Compre ya (ver, para más detalles, www.marsshop.com)”.
La historia se remonta a 1980, cuando un tal Dennis Hope reivindicó la propiedad de la Luna y el sistema solar en general, y se autoadjudicó el título de Master del Sistema Solar; en su calidad de tal, le otorgó a Francis P. Williams –inspirador de Moonestates.com– el dudoso cargo de embajador lunar en el Reino Unido, con la concesión exclusiva para la venta de terrenos lunares en Gran Bretaña.
La verdad es que los terrenos lunares son baratos: un terreno lunar de 40 metros de frente por cien de fondo cuesta 15,99 dólares (aunque hay que tener en cuenta que la cosa viene sin atmósfera, lo cual hace difícil instalar aire acondicionado o cultivar una huerta). Los terrenos marcianos cuestan un poco más: 19,99 dólares por la misma superficie, más 1,59 dólares de “impuesto interplanetario” (que seguramente engrosará los bolsillos del Master del Sistema Solar). El comprador recibe como bonus track una constitución marciana, donde seguramente se indicarán los pasos legales para –en el caso de que la Nasa, el Opportunity o el Spirit invadan su propiedad privada–, reclamar un alquiler o una indemnización, en un juicio por demás interesante que hasta puede dar lugar a una serie de televisión: abogados espaciales.
Moonestates.com pretende ser una empresa seria, y toma sus recaudos legales, como puede comprobar cualquiera que visite el sitio: el Tratado sobre el espacio exterior de 1967, que explícitamente prohíbe a cualquier gobierno reclamar “los recursos celestes”, como la Luna o los planetas, no dice una palabra sobre empresas o personas. Es interesante notar que las Naciones Unidas se dieron cuenta de esta omisión, pero desde entonces trataron infructuosamente de incluir la prohibición, que sí figura en el Tratado Lunar, de 1984, que explícitamente penaliza la explotación de la Luna y otros cuerpos celestes con objetivos comerciales. Sin embargo, el Tratado Lunar sólo fue ratificado por seis países de los 185 que integran la ONU y entre los seis, ninguno de los que compiten en la carrera espacial; en particular, los Estados Unidos explícitamente se negaron a ratificarlo, dado que “inhibiría la explotación de la Luna y demás cuerpos celestes por corporaciones e individuos”. Moonestates.com tomó buena cuenta de esto.
No hay que tomarse en broma iniciativas como la del “Amo” del Sistema Solar o su discípulo Francis P. Williams. En su novela Avilon, el búlgaro Cern Palausis, cuenta la lucha entre diversas compañías que pretenden apropiarse de la Luna. Hay combates y todo, y ataques tipo Bruce Lee (moderados por la baja gravedad lunar) hasta que mediante un final rosado (que muestra que ni el espacio extraterrestre escapa a la influencia shakespeareana) se forma una pareja hijo/hija de cada uno de los directores de ambas compañías, que se unen en una sola Gran Compañía Lunar; el tema tarde o temprano se va a plantear: la propiedad de la Luna, de Marte y los demás planetas que se exploren, en especial si aparece algún tipo de “riqueza”. Al fin y al cabo, el capitalismo no puede existir sin la propiedad privada y la ideología triunfante del siglo XX necesariamente ve como mercancía susceptible de apropiación a todo lo que esté a su alcance: el cuerpo, la belleza, el arte, el conocimiento. Con más razón, el terreno, aunque esté en otro cuerpo celeste. En la novela Las correcciones, de Jonathan Franzen, un ministro letón desencantado ofrece por Internet la venta de calles, plazas, museos, estatuas en Letonia. “Lo extraordinario –dice– es que empecé con esta historia por despecho, y no sólo nadie protestó, sino que recibí una avalancha de pedidos.” En California, durante la fiebre del oro, los terrenos se poseían por simple prioridad de registro. El ciberespacio, tierra de nadie, mejor dicho espacio de nadie (imposible de apropiar nacionalmente), es poco a poco colonizado por las empresas. A lo largo de la historia, casi toda la propiedad (en especial de la Tierra) fue asignada por derecho de conquista. Y si los Estados Unidos se apropiaron de un país habitado y bien terrestre, no se entiende por qué no habrán de meterse en el bolsillo la Luna y los planetas, tengan o no armas químicas. Al fin de cuentas, no falta tanto.