Mar 20.04.2004

CONTRATAPA

A TUS ZAPATOS

› Por Rodrigo Fresán

UNO Hay algo emocionante en este asunto de esta investidura del nuevo jefe de gobierno español que recuerda un poco a esos finales de películas dirigidas por Frank Capra y protagonizadas por James Stewart. Películas como It’s a Wonderful Life! o Mr. Smith Goes to Washington en las que el antiheroico héroe mira a cámara –nos mira a nosotros– y se deja la voz y el alma recitando unos sentidos parlamentos parlamentarios y angelicales con los que aspira a restablecer el orden, volver a poner las cosas en su lugar, señalar la posibilidad más o menos cierta de un mundo mejor. Todo esto apenas escondiendo un pedido de ayuda a la hora de iniciar una nueva aventura, otra película, allá vamos.

DOS Y, de acuerdo, uno ha aprendido demasiado joven y de la peor manera a no poner las manos o los pies en el fuego por ningún político porque, claro, la política es –junto con la publicidad– la forma más refinada, ingeniosa y sublime del engaño y la mentira y el ahora lo ves ahora no lo ves. Pero permitámonos el privilegio de volver a creer en alguien por unos segundos, tengamos el coraje de arriesgarnos a sentirnos otra vez más o menos inocentes y seamos felices porque José Luis Rodríguez Zapatero es el quinto presidente de la democracia española. No cuesta mucho esta felicidad, porque su entrada coincide con la salida de José María Aznar, cuarto presidente de la democracia española. Y a simple vista, para lo que hay que ver, todos hemos salido ganando un poco con el cambio.

TRES Hasta hace unos cuatro años, Zapatero era un casi desconocido secretario provincial por León y la CNN local recuperó un viejo tape donde se lo ve cruzándose con Aznar en un pasillo del Congreso: Zapatero sonríe y Aznar lo ignora y Zapatero, divertido, sonríe todavía más. Y algo raro ocurrió porque ganó la presidencia del PSOE por una mínima diferencia de votos. Y algo todavía mucho más raro pasó (los malos perdedores, los pésimos gustos, lo atribuyen única y exclusivamente a la onda expansiva de un puñado de bombas en unos trenes) porque Zapatero ganó las elecciones al primer intento y nadie lo había conseguido hasta ahora. Y así Zapatero acaba de ser investido presidente con apoyo casi unánime (unos pocos se abstuvieron pero recalcando sus ganas de que todo salga bien, y el PPP, el perdedor Partido Popular se opuso en aras de plantar desde el vamos una “oposición exigente”). La ceremonias del hola y del adiós arrancaron el jueves con el discurso de investidura por la mañana y el comienzo del debate parlamentario por la tarde. Zapatero, de entrada, prometió cambios y deshacer entuertos: adiós al trasvase del río Ebro (polémica medida del PP para llevar agua a la Popular Valencia que, aseguran los expertos, provocaría una catástrofe ambiental), suspensión inmediata de la Ley de Calidad Educativa (para qué les voy a contar), volver a concentrarse en Europa y en el Mediterráneo (luego de que las ganas de Aznar porque España ingresara al G-7 lo llevaran a las relaciones más carnales con Estados Unidos desde aquellas que ustedes ya saben y no se olvidan), reconocimiento a homosexuales del derecho al matrimonio y, claro, el mismo domingo –recién asumido y a firmar contraorden– el cumplimiento de la promesa electoral en cuanto a que los soldados en Irak estarán en casa antes de que comiencen las vacaciones. No está mal para empezar, para el primer día; y también prometió solucionar el problema de la vivienda, modificar el código civil, reformar con delicadeza de la Constitución, a tantas cosas lindas... Lo cierto es que el tipo cae simpático y ahora sólo le queda recordar cómo era eso de leer y decir las oraciones y las frases de seguido y no con cierto énfasis robótico: como si todas y cada una de las palabras fueran partes independientes de una idea. Desde su asiento eyectable, Aznar –sin voz ni voto– contemplaba todo el asunto con cara de Aznar: furia contenida e incredulidad por comprender cómo puede cambiar toda la trama de una película a último minuto. Lo de antes: Frank Capra.

CUATRO Y hay que decirlo: Mariano Rajoy –candidato del PP derrotado en las últimas elecciones– promete ser un rival digno, caballeroso y divertido a la hora de hacer la contra. Una especie de Claude Rains ibérico o algo así. Al punto de haberse permitido unos cuantos chascarrillos –que no se permitió en su almidonada campaña– y haber conseguido imponer de entrada, mediante su constante repetición, el mantra-vaticino de “gobierno débil e inestable”. Tantas veces lo digo en sus intervenciones que al final hasta los hombres y mujeres del PSOE lo repetían junto con él en plan escuelita mientras Rajoy los felicitaba como buen maestro porque “veo que ya se lo están aprendiendo”. La palabra más invocada por Zapatero a la hora de los papeles fue “diálogo” e insistió una y otra vez en un cambio de “talante” luego de los años de crispación. Lo suyo, digámoslo, era casi evangélico y, por momentos, se tenía la impresión de estar más en una iglesia que en un congreso al punto que –por la noche del viernes– el programa humorístico Las noticias del guiñol le ponía alas y aureola mientras el muñecote repetía lo que dijo Zapatero: “Mi ideario es breve: un ansia infinita de paz, el amor al bien y el mejoramiento social de los humildes”. Más tarde se supo que lo que leyó Zapatero fue el último tramo de la última carta enviada desde prisión por su abuelo, días antes de que Franco lo parara frente a un pelotón de fusilamiento y adiós. A Aznar –permanente invocador del “España va bien”– tal vez le haya parecido absurdo y a Rajoy, quizá, un gesto “débil e inestable”. A mí me emocionó y tal vez me arrepienta de esta emoción de aquí a un tiempo. Pero aquí y ahora me alcanza y sobra para seguir sonriendo.

CINCO El sábado Zapatero juró ante el rey Juan Carlos, Aznar se resistió a la foto hasta que fue casi obligado por la reina Sofía y, después, el nuevo presidente se fue a ver a las víctimas hospitalizadas del 11-M y a dejar un ramo de socialistas rosas rojas en Atocha. El domingo juraron los nuevos ministros: seis hombres, y seis mujeres. Bienvenidos al baile. Y no deja de tener cierta justicia poética que el PP haya perdido las elecciones por culpa de esas armas de destrucción masiva que decía buscar y que finalmente lo alcanzaron de lleno en la línea de flotación el 14 de marzo convertidas en votos en contra.
“Españoles y españolas, lo mejor está por llegar. Muchas gracias, y a trabajar”, concluyó y sonrió Zapatero en el Congreso con la misma sonrisa de James Stewart. Sea.
Sólo que ahora no termina la película. Ahora empieza.
Ahora, Zapatero, a tus zapatos.

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