Jue 22.04.2004

CONTRATAPA

Ufana esquina

Por Enrique Medida

El taxi dobla en la esquina para entrar por Agüero. Como si recibiera un llamado celestial, el tipo deja de leer el diario y le dice al chofer que, ojo, tenga cuidado, mire que Juncal es fatal, eh, vaya despacito, esa esquina está maldita, los del barrio la conocemos bien, hay 365 choques por año, sí, uno por día, aunque usted no lo crea, y no quiero... El chofer lo interrumpe contestándole que él pasó varias veces lo más bien. El tipo le dice que sí, que debe tener la protección de dios o debe ser buen chofer o ser muy observador, pero vaya despacio por favor, ojo, cuidado a los que vienen por la derecha. Faltando media cuadra para dicho cruce, el tipo, acostumbrado a distinguir vecinos, bultos y sombras del barrio, pega un grito: ¡Ve, mire! ¡¿No le decía?! Y, casi con un entusiasmo infantil debido a que la realidad ha corroborado sus prevenciones, se estimula por el acontecimiento y se siente obligado a acumular advertencias y anécdotas ya que él desde su balcón tiene una visión preferencial y hasta aprendió a detectar la marca del auto, el año, si es un camión, lo que sea, mire, hasta por el chirrido de la frenada puedo saber cuánta gente viaja, en serio se lo digo... vea... El chofer ve, con la boca abierta y el mentón en picada ve, efectivamente ve que hay dos autos desalineados por haberse dado un buen tortazo, ve a sus respectivos ocupantes levantando los brazos con franca agresividad y alguna gente en las veredas mirando lo más pancha. Ordenando el desajuste de su rostro, el taxista espera que los dos autos que lo anteceden continúen luego de haberse detenido para curiosear, cosa que él también hace. El tipo sigue hablando pero el chofer no escucha, ve que los damnificados están por agarrarse y eso le recuerda un choque que tuvo por un hijoeputa al que quiso cagar a trompadas y resultó que quien fue a parar al hospital fue él mismo. Así que a pesar de que el ser humano tiene el alma roñosa, el taxista se alegra de que no lleguen a más y vuelvan a los autos y saquen los papeles y todo eso. Entonces los autos de adelante continúan su camino haciendo un pequeño giro para no rozar a los que se han dado el tortazo, escrupulosidad que también asume nuestro taxista. El tipo todavía está hablando sin parar, pero se calla al ver dentro de uno de los autos a una morocha espectacular. Le dice al chofer que pare a mitad de cuadra, por favor a la izquierda. Paga, baja, automáticamente saca la llave, pero en lugar de entrar al edificio guarda la llave, y retrocede hasta la ufana esquina del choque metiéndose entre la gente. La morocha ya ha salido del auto y está masajeándose la cadera. A pesar de que el rostro de ella está dominado por el espanto, el tipo no deja de pensar que esa guacha está rebien y cuánto daría por hacerte masajitos, mamita. Como el tipo es un ser común no puede substraerse a los lugares comunes de estos incidentes y mete baza con la soltura de un perito explicando y recontraexplicando lo mismo que le había explicado al taxista, que él desde el balcón, que vive ahí nomás, y que pa-ta-tín y que pa-ta-tán, y llegan la ambulancia y el patrullero. Y otro que dice que hay que ir a la televisión para pedir semáforos, pero le aclaran que no se los puede hacer armonizar y que ralentarían el tráfico, y él remata instruyendo a los giles que una cuadra más allá no hay choques, simplemente porque hay dos bajadas con canaletas y los móviles deben aminorar y eso les permite campanear a los que vienen del otro lado. Todo esto lo dice sin dejar de mirar a la morocha que ya están metiendo en la ambulancia, y replica que no, que los lomos de burro no... porque... y la ambulancia se nos llevó a la morocha espectacular. El tipo se siente frustrado, pero no pierde el interés en los comentarios y responde que sí y que no, a no sabe qué, y ve a los canas cansados esperando que los otros terminen de arreglar los papeles del seguro. Por fin todos se van, los autos del tortazo, el patrullero y los curiosos; los clientes vuelven a tomar asiento a las mesas de la vereda y el tipo llega y saca la llave y la mete en la cerradura justo cuando un nuevo chirrido estremece la esquina. El tipo detiene el giro de la llave esperando el tortazo, pero no, el tortazo no se da, los frenos están en buen estado, mejor así, termina de girar la llave, recuerda a la morocha espectacular masajeándose la cadera, mamita; y entra.

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