Lun 28.06.2004

CONTRATAPA

El bochorno de Dios

Por Enrique Medina

Tesis: el hombre enfermo. Antítesis: la dama que entrevista. Síntesis: una frase cruza la pantalla advirtiendo sobre los derechos de propiedad. El mejor postor pone los 80.000 dólares y los camiones de exteriores entran al lugar aplastando las flores. La incomodidad para los técnicos es extrema. Los jefes de equipo recomiendan no hacer destrozos porque se ha dado la palabra a los dueños. Los muchachos dicen que sí, pero tiran los cables sucios por encima de los sillones. Uno le pregunta a otro si estas horas extras ya fueron convenidas. Allá lejos, en el sillón de tres cuerpos está el hombre enfermo. Hay gente que lo rodea y le dice cosas. Cosas que el hombre enfermo ha escuchado desde siempre. Cosas que en el contexto son banalidades. Banalidades a las que el hombre enfermo sabe que debe responder con una sonrisa y algún sonido de su voz a pesar de que le cuesta respirar. Las banalidades en realidad tienen un fin, buscan entretener, distraer al hombre enfermo para que no se entere de lo que en otros canales están diciendo: que el padre del hombre enfermo ha tenido que ser llevado de urgencia a una clínica. Alguien con autoridad aconseja no decirle nada para evitar una emoción fuerte que le provoque una recaída. Un cameraman ríe por lo bajo sabiendo la verdad: si el hombre enfermo se llegara a enterar saldría disparado y minga de programa. Macho-dios-genio-no-te-mueras-nunca.
Banalidades que el padre nunca escuchó porque su papel es el de asumir: el triunfo del hijo, la felicidad del hijo, la caída del hijo, la desunión familiar, la estafa del amigo, la nieta llorando en la pantalla respirando igual que el hombre enfermo. Asumió tanto el padre que quiere estar en su lugar, enfermarse él con tal de que el hombre enfermo, su hijo, deje de estarlo. La dama ha terminado de enfundarse, el peluquero pretende lo imposible y el director exige silencio a los gritos, que ya venimos. La dama pide un almohadón más porque se hunde. ¡Silencio, luces, voy! Se prende la luz roja de la cámara y la dama, aún acomodándose con fastidio por el apurón, anuncia la presencia del hombre enfermo, en breves instantes. Y a otra cosa: preguntas y respuestas y todo eso que llena espacio y da tiempo para ordenar el improvisado reportaje que tendrá un rating de esos y dará la vuelta al mundo. La dama acude al hombre enfermo, se saludan con besitos. Déjennos solos. Ella y el asistente le explican. El asiente, él, el hombre enfermo y gordo que días atrás estaba entubado, en terapia intensiva y que por ser dios se piantó de la clínica con la arrogancia de un dios, él asiente, respira hondo y mira arriba para expandir el pecho. ¿Estás bien? Estoy bien. Los acomodan. Reflectores. ¡Venimos! Y se da el bochorno. La dama que alguna vez preguntó si hay dinosaurios vivos, no sabe qué preguntar, deja que el hombre enfermo haga lo suyo, para eso se le ha pagado, para que actúe, ¿o acaso la vida no es un show? Y él se esfuerza por interpretar su papel, por redituar la inversión: gesticula, sonríe, piensa, cierra los ojos o se esfuerza por abrirlos, se va, vuelve, tiene tantas vidas en la cabeza que no termina de encarrilar un discurso, levanta la copa de champán, bebe, agradece, estuve por morir, mis hijas. La dama promueve el dislate preguntándole por el estafador y aseverando que lo ve bien, más delgado, él responde con chispa, viajar por el mundo, cubanos pero soy argentino, palabras y palabras de un ser algo perdido que busca impactar con soltura y brillar y seducir a la dama y estar a la altura de lo que se espera de él, pero sólo consigue la piedad. Iré a Irak, ella redondea el colmo al proponer un viaje juntos a Irak y hacer un programa desde allá. Y se termina. Todo se termina en la vida, piensa el hombre enfermo al que le han sacado el jugo. Con la cabeza colgando igual que Marat en la bañera mira el monitor agradeciendo el fin del programa, pero no, no, aún falta algo, falta la tortura. Con entereza la acepta: en la pantalla muestran un muchachito saltando, gambeteando, goleando, levantando los brazos a la tribuna, elevando la copa, campeón, el mejor, el mejor del mundo. Con la displicencia de un torturador exquisito los dedos del director ponchean musicalmente el rostro congestionado de hoy versus las imágenes del muchachito que sumó y sumó hasta ser dios, hasta ser este hombre enfermo y gordo que aguanta el llanto porque hay que cuidar la imagen, obligación que no tienen los televidentes y por eso lagrimean. Tesis: un hombre busca el suicidio. Antítesis: porque te quiero te aporreo. Síntesis: los argentinos lo estamos matando.

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