Lun 09.08.2004

CONTRATAPA

Misterio y tragedia en Alemania

Por Jack Fuchs *

Cuando en 1944 Alemania advirtió que la guerra en el frente soviético podía precipitar el final del régimen, algunos oficiales del ejército y un grupo de civiles ligados al partido discutieron la alternativa de producir un gran golpe de mando mediante un atentado dirigido a matar a Hitler, tras el cual se promovería un tratado de paz con Occidente. La idea era fortalecer la guerra contra la URSS pactando con los aliados occidentales. Como se sabe, el atentado fracasó. Cerca de Rostemburg, en una localidad llamada “la guarida del lobo”, un grupo mal preparado, al frente del cual va un hombre manco, falló en el intento de poner una bomba donde se encontraba Hitler. ¿Es que no había nadie en Alemania, pregunto, capaz de matar a Hitler? Sólo él podía matarse, y la prueba llegaría unos meses después, a comienzos de mayo del ‘45, cuando con Eva Braun, los cuatro hijos de Goebbels, Goebbels mismo, su perro y su señora se suicidaron en Berlín, al tiempo que entraban las tropas soviéticas.
La reacción nazi al atentado fue durísima. En poco tiempo, con espíritu fuertemente aleccionador, la Gestapo liquidó a 5000 personas supuestamente ligadas al proyecto de matar al führer. La horca y el escarnio público fueron el método que siguió en este caso la pedagogía nazi.
Unas semanas antes Rommel había sido herido en el frente occidental. Iba en auto y recibió el impacto de una bomba. El chofer murió en el acto, y Rommel pasó a recuperarse en un hospital alemán. Bajo tortura, uno de los oficiales que había participado del proyecto de atentado lo denunció. Hubiera sido demasiado indigno que un general de la jerarquía de Rommel muriera en la horca como los otros. Hitler prefirió ofrecerle una pastilla de cianuro a cambio de proteger a su familia y a sus colaboradores. También le prometió grandes funerales de Estado. Y así se hizo. El que siembra vientos cosecha tempestades. Rommel aceptó, bebió el cianuro, y el caso fue presentado públicamente como una muerte heroica.
Ironías del destino: Rommel había empujado a la muerte a millones de alemanes para dar gloria al führer y ahora, testigo de tantos crímenes y conspiraciones, moría secretamente, salvaguardando la farsa del honor. ¿Un criminal honorable? En octubre, en plena crisis de la guerra, Alemania despedía con pompa a uno de sus hijos dilectos. La viuda de Rommel recibió condolencias personales de Hitler y el cadáver del general fue quemado para borrar las huellas del cianuro. ¿Cómo es posible que un hombre sea tan considerado con valores como el honor, la jerarquía o el cuidado paternal de la familia después de haber arrasado ciudades y aldeas enteras, después de haber colaborado en una empresa de tortura, exterminio y muerte?
Rommel no había aceptado el proyecto de matar a Hitler, junto con algunos otros oficiales estaba más bien por una salida putchista. Releo esta historia y me estremezco. Rommel, y en su lugar quizá cualquier otro general, aceptó morir para salvar a su familia pero no hizo nada, ni entonces ni antes, para frenar el delirio alemán que él, como muchos otros, conocía bien de cerca. Aun el atentado mismo no fue pensado para salvar vidas, para detener la masacre que estaba en curso sino para preservar a Alemania, para definir una política de paz con los aliados y avanzar sobre Rusia. De hecho, era el plan de un sector de la derecha del partido y el ejército. Para los nazis, los rusos, como los judíos o los gitanos, no eran humanos. El proyecto alemán no sólo contemplaba la conquista territorial de la URSS, había que aniquilar a los rusos. Muchos años después el hijo de Rommel declaró que hubiera sido preferible perder la guerra sin Hitler que haberla ganado con él.
Me impresiona que en medio de la mayor intensidad de locura hubiera algunos signos de “sentido común”: el nazismo no se podía permitir un juicio a Rommel. Ahora: ¿por qué los mismos generales que estaban dispuestos a liquidar a Hitler no hicieron nada antes para rendirse? El atentado quizá hubiera salvado tres millones de vidas, quizá no, quizá hubiera generado una locura aún mayor. No sé. Y no sé por qué si desde la llegada de Hitler al poder habían pasado 12 años, si para el momento de su ascenso había en Alemania seis millones de socialistas, cuatro millones de comunistas y otro tanto de liberales, no hubo oposición fuerte. El nazismo avanzó con desmesura, se presentó con aliento redentor, y los pueblos, desgraciadamente, creen con mucha facilidad en la salvación. El pueblo alemán quedo subyugado, hipnotizado, paralizado en la locura y el delirio nazi. Esto es, si los hay, un misterio. El otro misterio: al terminar la guerra, nadie salió a celebrar. En Italia recibieron a los aliados con festejos, Mussolini murió ahorcado por una turba popular, pero Alemania se quedó en silencio, ¿por qué no hubo alemanes que sintieran la alegría de que sus propios hijos ya no morirían en el frente, de que ya Alemania no se avergonzaría más con crímenes absurdos y ensoñaciones de sangre?

* Docente y escritor. Sobreviviente de Auschwitz.

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