Mar 10.08.2004

CONTRATAPA  › HISTORIAS CON GALOCHAS

El complicado reinado de Rimichi, el Inofensivo

› Por Juan Sasturain

Los galochas, esa tribu ejemplar en todos los sentidos que supo habitar una escurridiza zona en las fuentes del Orinoco, siempre fueron un pueblo exagerado. Cuenta el profesor Augusto Mercapide, única autoridad respecto de la historia, usos y costumbres de estas gentes excesivas, que cada vez que se les metía una idea en la cabeza –sobre todo si era razonable, pero si no lo era demasiado, también– no paraban hasta llevarla a las últimas consecuencias.
Es sabido que los galochas siempre tuvieron un gran respeto por la naturaleza y todo tipo de bichos: son absolutamente incapaces de mostrar agresividad contra cualquier forma de vida. La compulsiva coherencia y el seguimiento a rajatabla de semejantes principios los llevó a situaciones rarísimas.
Lo más curioso sucedió durante el gobierno del jefe Rimichi, llamado el Inofensivo. El bueno de Rimichi, que de niño tenía un criadero de caracoles en su cuarto y que llegó a juntar 3244 piojos vivos antes de que lo echaran definitivamente de la escuela primaria, fue un rey o cacique que cuando le tocó gobernar, lo primero que hizo fue prohibir la caza de animales que no sirvieran estrictamente para comer o vestirse. Nada de cazar por cazar.
Todos quedaron contentos con la idea.
Al tiempo, los galochas gobernados por Rimichi decidieron que podían prescindir de la carne en su alimentación y se hicieron vegetarianos; poco después también abandonaron el cuero como elemento para fabricar sus vestimentas. Las vacas, ovejas y cerdos, gallinas y patos, agradecidos. Nadie les tocaba ni un pelito ni una pluma.
Claro que, con la misma lógica del respeto por la vida, pronto Rimichi les explicó a todos que en el fondo –más allá del tamaño– era lo mismo un perro que una avispa, y los razonables galochas lo comprendieron. Por eso se prohibió todo tipo de violencia hasta contra las formas animales o los insectos más pequeños: cucarachas, gusanos, moscas...
Así, no pasó mucho tiempo sin que toda clase de insectos proliferara en la región con el respeto de los galochas, que no se permitían el cachetazo al mosquito que los picaba y se resignaban cuando el médico les diagnosticaba la lombriz solitaria: tenían que seguir alimentándola dentro de su intestino toda la vida...
La observación de ciertas plantas carnívoras, como la temible pirañasca, les demostró a Rimichi el Inofensivo y sus seguidores que las diferencias entre animales y plantas era muy leve, apenas de grado, y los fue alejando, también, paulatinamente, del consumo vegetal... Primero se prohibió el talado de árboles, pero después pasaron a abstenerse de arrancar los frutos o cultivar trigo o maíz para cosechar y moler el grano...
La cuestión es que, a fines del gobierno de Rimichi –porque tenían reyes, pero que no se quedaban para siempre sino hasta que la gente se cansaba de ellos o ellos se cansaban de la gente o de sí mismos–, los galochas sólo se alimentaban de leche, agua, sal y los frutos que recogían del suelo, caídos de los árboles. Vivían en casas de piedra con techos de hojas secas y se calentaban con la leña encontrada en el bosque.
Incluso, prácticamente habían dejado de andar por la selva para no pisar los pastos y el temor de aplastar a algún insecto los hacía caminar por las piedras con sumo cuidado.
El colmo llegó cuando, ante la mirada compasiva pero triste de los flaquísimos galochas, una invasión de hormigas termitas y marabuntas se comió prácticamente todo. Incluso la capa y el traje real de hojas y la coronita de madera de Rimichi, lo que fue considerado un signo de que las cosas debían cambiar. Entonces los galochas decidieron cambiar de rey y vieron quién quería. En realidad no eligieron: se hizo cargo el menos débil, el que consiguió levantar la mano más alto o con cierto vigor.
Esa noche lo celebraron con un asado. Y hasta Rimichi comió.

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