Sáb 14.08.2004

CONTRATAPA

La culpa la tienen los desocupados

› Por Osvaldo Bayer

Todo va cada vez peor, se puede decir. Pero no es así, hay que corregirlo. Todo va cada vez peor, pero según de quién se trate. Por ejemplo, estamos en Alemania a la cual, tal vez, se podría mostrar como ejemplo del progreso constante del capitalismo. Por lo menos su producto modelo.
¿Es así? Pobres los otros países, entonces. Vamos primero a las pequeñas cosas. Por ejemplo el sacar pasajes para el ferrocarril. Aquí se están cerrando todas las boleterías de las estaciones. El que quiere pasaje que lo saque en el automático. Para lo cual hay que ser joven, rápido e instruido. Los viejos están sonados. Es tan complicado el aparato que no dan pie con bola. Se quejan y se les dice: vaya a una agencia de viajes. Allí hay que hacer cola, son en general mal atendidos porque a las agencias de viajes no les interesa un boleto de 1,20. Pero bien. Hay que hacerlo. A veces la primera agencia de viajes está a diez cuadras de la estación. Viejito, hacete ida y vuelta, no hay otra. Hay que ahorrar gastos, cada vez más. Antes tenías la boletería donde la empleada te saludaba, te daba el boleto preciso y te devolvía el vuelto. Los extranjeros recién llegados empiezan a mirar para todos lados buscando la boletería, miran tanto que resultan sospechosos.
Pero así los ferrocarriles pudieron dejar cesantes a centenares de empleados y tener más ganancias. Eso es lo que importa. Claro que si estás apurado y no tenés boleto podés sacarlo arriba del tren pero...claro, tenés que pagar más. Todo está calculado para la ganancia. Y las ganancias no tienen en cuenta ni a los viejos ni a los niños. Claro, se vive en democracia y tenés derecho en cuatro años a votar al partido que se opuso a los aprietes económicos. Lo votás, pero eso no te da ninguna seguridad que el nuevo partido, en el gobierno, vaya a cumplir con lo prometido. Porque lo que importa es que todo dé ganancia.
Es lo que pasó con el partido socialdemócrata alemán, famoso porque siempre habló de “reformas”. Y sí, desde que está en el gobierno hace reformas que deja boquiabiertos a quienes lo votaron. Por ejemplo: hacer una drástica reforma sobre algo que siempre fue un orgullo de la República Federal Alemana, la ayuda mensual a los desocupados. Esa reforma se conoce como el programa Hartz IV. Por el mismo se reducen las entradas que percibía la gente sin trabajo. Se hace con el fin de que aquellos que se han acostumbrado a no trabajar y a cobrar el subsidio piensen que no hay otra salida que buscar, buscar y buscar trabajo hasta que se gasten las pilas de los timbres que vos apretás. Un tema para Roberto Arlt. Para comenzar a cobrar dicho subsidio hay que llenar un formulario de 16 páginas. Hay que declarar todo. Hay que declarar, sí, cuánto tiene su hijo menor de edad en la caja de ahorros. Si tiene más de 700 euros pasa a considerarse para calcular el subsidio. (Aquí hubo tanta burla de la opinión pública, y tanta vergüenza ajena que el gobierno socialista-verde tuvo que subir esa suma a 4000 euros.) Si el desocupado vive con una amiga que trabaja, eso se tiene en cuenta para el cálculo; en determinados casos la amiga tiene que mantener al desocupado. Aquí no se salva nadie. Por ejemplo, un ejecutivo de 52 años que fue dejado cesante por el cierre de la empresa y que ganaba 8000 euros, si no consigue trabajo pasa a recibir 380 euros por mes de ayuda. Claro que el ejecutivo se va a lanzar desesperado a encontrar empleo. Pero ahí está el problema. Con 52 años no lo emplea nadie, salvo que tenga conexiones empresariales, políticas o eclesiásticas muy integrales. Las revistas de actualidad y los diarios están llenos de reportajes a personas que tuvieron alto empleo y que quedaron en la calle: “Me he presentado a 240 empresas ofreciendo mis servicios, pero no me toman por mi edad”. Más de cincuenta años. Una selección que antes tenía principios racistas pero hoy es por el grado de marcha hacia la vejez, o madurez que dicen algunos disimulados. Para quien va a pedir y recibe, con afectuosa sonrisa, la respuesta de “No, señor, nuestra empresa emplea a gente joven” es lo mismo que recibiera en la cara aquella respuesta arltiana: “Rajá... turrito... rajá”. En junio, el número de desocupados creció en 126.500, a casi cuatro millones y medio.
Una diputada ha dicho que el Hartz IV no es un paquete de reformas sino una ley de pobreza. “Mete la mano en el bolsillo de los pobres y los remite a la Edad Media.” Ya lo dijo Ernst Bloch: “Cuando ya las cosas no alcanzan para todos, entonces hay que sacarles a los pobres”. Porque las noticias empresariales que llegan actualmente son de lo mejor. Heinrich von Pierer, por ejemplo, de la dirección de Siemens, comunicó con una gran sonrisa una ganancia del 12,5 por ciento con respecto al año pasado y agregó que su meta se llama: “Ganar más y crecer más”. Y para que lo entendieran todos repitió en inglés: “Go for profit and growth”. Y mismo el quejoso presidente de Daimler-Chrysler anunció en el segundo trimestre de este año un superávit de ganancia de 2,08 mil millones de euros. Y para eso, las medidas llamadas de racionalización y el traslado de fábricas al exterior donde se paga mucho menos mano de obra.
Hay que vender más, señores, ese es el verdadero fin de la política y tendría que ser también de la filosofía. Para ello, ahorrar gastos, cambiar la fuerza de trabajo por más automatización. Lo que antes querían los socialistas: unir la dinámica económica con la seguridad social y la justicia social ya es teoría olvidada. Justamente los socialistas de ahora hacen lo contrario. Ni fuertes ni débiles en la sociedad: todos iguales en la exigencia de producir y el que se queda es porque no merece participar del festín. Aunque no se los va a dejar morir de hambre pero van a tener que ajustarse bien el cinturón.
Pero nada es fácil. La tristeza y la rabia de la población alemana se hizo sentir. La gente reinició la protesta de nunca acabar y salió a la calle. Principalmente en el Este alemán. En la ciudad de Magdeburgo la gente llenó las calles. Fueron miles. La última vez que salieron a protestar fue por el régimen que tenían y el Muro. Ahora es por la humillación sobre las nuevas leyes de desocupados. Más, todavía, en el estado de Brandemburgo, donde habrá elecciones en seis meses, los pronósticos están encabezados por el ex Partido Comunista, hoy Partido de la Democracia Social. ¿Quién iba a pronosticar algo así? Ni el más fantasioso intérprete de las realidades políticas hubiera adivinado ese vuelco de la opinión popular.
Globalización. Primer Mundo. Con su correspondiente Tercer Mundo: bombardeos, bombas, muerte por doquier, hambre, emigraciones, una naturaleza explotada hasta el fin, capital extranjero que compra, compra y seguirá comprando el Tercer Mundo.
A los desocupados en Alemania se les han reducido las condiciones de vida. Parece una falsa noticia de algún otro mundo. Pero es cierto. Para medir el alcance de las medidas, un sociólogo ha dicho que tendría que someterse a los diputados que aprobaron la nueva ley a vivir durante un año con lo que van a percibir ahora los desocupados. No se puede vivir feliz, es tener la espada de Damocles siempre sobre la cabeza. Es permitir que los propios hijos vean a través del vidrio de los escaparates cómo viven los otros, los bendecidos por el sistema. Esa no es una sociedad justa ni siquiera humana. Esto es en pequeño lo que la humanidad es. Para mantener este sistema tan alabado se van a necesitar siempre bombas y bombardeos, guerras y gobernantes mentirosos. Los desocupados de Magdeburgo están formando piquetes. Y habrá congresos internacionales de piqueteros. Y posiblemente llegarán a ocupar el “Queen Mary II”. ¿Exageraciones? ¿Quién iba a decir hace un lustro que un gobierno socialista, en Alemania, iba a reducir las magras entradas de la gente sin trabajo? Los desocupados tienen la culpa de todo. ¿Y si de pronto, por las calles de Berlín, sale un señor Blumberg y exige leyes disciplinarias más extremas para los que no tienen trabajo? Se solucionaría el problema. Cárcel de por vida a quien no consigue trabajo. Que lo hagan trabajar en la cárcel. A grandes problemas, grandes soluciones. La cuestión es globalizarse.

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