CONTRATAPA
Deshielo
› Por Antonio Dal Masetto
Entre los muchos atropellos a los habitantes de la ciudad está el de los supermercados, la diferencia que muy a menudo suele haber entre el precio del producto en la góndola y lo que después se paga en la caja. Por lo tanto, es natural que la desconfianza se haya instalado en los clientes. Entro en un súper a comprar un kilo de arroz y me topo con un hombre que lleva cinco pollos en el carro y los está pesando en una de las balanzas para uso del público.
–Me están currando –dice el tipo mirándome–, cada pollo pesa doscientos gramos menos de lo que dicen las etiquetas.
–¿Qué piensa hacer?
–Voy a pelear por mis derechos.
Lo sigo a la caja. La cajera, naturalmente, pretende cobrarle lo que figura en la etiqueta.
–Estos pollos no pesan lo que está marcado y no pienso pagar un centavo más de lo que corresponde.
–Cámbielos, vaya a buscar otros.
–Elegí éstos y no tengo por qué andar cambiándolos.
–Le tengo que cobrar lo que marca el código de barra.
–Llame a la supervisora.
Aparece la supervisora y se interioriza del problema.
–Vamos a la balanza –dice.
Alrededor se reunió un grupo de clientes, todos con pollos en sus carros. Marchamos detrás de la supervisora y presenciamos el pesaje. La diferencia en los cinco pollos se confirma. La supervisora manda llamar a su jefe. El jefe argumenta que la balanza debe estar descompuesta y la caravana se dirige a otra de las balanzas. El grupo de clientes que los acompañamos es cada vez más numeroso y alrededor tomaron posición varios de los empleados de seguridad. Entre unos y otros se cruzan miradas hostiles. El resultado de la nueva pesada es el mismo.
–Voy a llamar a mi superior el gerente –dice el jefe.
Viene el gerente general.
–Pesemos de nuevo.
Allá vamos todos.
–¿Es la tercera balanza que está rota o son los pollos que pesan menos? –grita el hombre de los cinco pollos totalmente descontrolado.
–Cálmese, estimadísimo caballero –dice el gerente–, ¿cuál es su nombre?
–Me llamo Juan.
–Querido Juancito –el gerente lo palmea–; el lema de nuestra empresa es: un cliente contento más que cliente es un amigo. Acompáñeme a la caja y arreglemos las cosas para que usted pague lo que los pollos pesan.
Todos los seguimos.
–Qué misterio esto de los pollos –me dice una pelirroja de rulos incendiarios.
–Ningún misterio, mi encantadora señora, lo que ocurrió es que el hombre se entretuvo dando vueltas por el súper durante un tiempo largo y los pollos, que seguramente fueron metidos en la cámara frigorífica con bastante agua para engordarlos, se fueron descongelando, perdieron líquido y por consiguiente perdieron peso –le digo con mi mejor sonrisa. –Qué inteligente es usted, jamás se me hubiese ocurrido.
Se vuelve hacia otra clienta que lleva pollos en su carro y le transmite la solución del enigma. Esta a su vez informa a otra y en unos segundos todos están enterados. Mientras tanto el hombre de los cinco pollos paga el precio correcto, se estrecha en un abrazo con el gerente y parte con su cargamento.
A partir de ese momento advierto lo siguiente: todos los clientes que llevan pollos en sus carros han perdido la prisa. Hay un distendido clima como de paseo dominguero por un bulevar. Unos se demoran delante de los televisores encendidos, otros escuchan música con los auriculares, otros se detienen en el sector libros y se leen entero un capítulo de Stephen King. A su paso van quedando charcos y regueros de agua en el piso. Cada vez que se encuentran con una balanza, controlan el peso de sus pollos. Luego siguen dando vueltas. Los encargados de limpieza, munidos de secadores y trapos, corren detrás de los carritos chorreantes. Yo, aunque no compré pollo, me sumo al paseo y acompaño a la señora pelirroja en el demorado ambular entre los góndolas. Para cuando el pollo que ella transporta se termine de descongelar, nos habremos hecho íntimos. Mientras tanto, en los parlantes se oye una voz que repite todo el tiempo: “Se advierte a la estimada clientela que no se permite la retención de los pollos crudos por más de diez minutos a contar del momento en que fueron retirados de las góndolas hasta pasar por la caja”.