Jue 07.10.2004

CONTRATAPA

No agravia quien quiere

Por Alberto Ferrari Etcheberry

“Un breve aforismo ha tenido la fortuna de definir las mutuas posiciones de Chile y la Argentina: se respetan pero no se quieren. A esto habría que añadir que ambos se necesitan.” Así comienza Nuestros vecinos justicialistas, el best-seller publicado en 1953 por Alejandro Magnet. A Magnet, justamente, citó el nuevo canciller chileno Ignacio Walker como inspirador de su artículo de mayo último que provocó un conflicto por juicios como éste: “Desde que Perón se instaló en el poder, en 1945, el peronismo y el militarismo se han encargado de destruir sistemáticamente a la Argentina”.
Vale la pena bucear en las raíces del episodio, pero conviene aclarar antes que Walker está muy lejos de Magnet y, lamentablemente, muy cerca del CEMA y demás gurúes de la alicaída city porteña. Una muestra: “Hoy, mientras alrededor del 40 por ciento de los argentinos vive bajo la línea de la pobreza, en 1974, al asumir Isabel Perón, sólo el cinco por ciento de la población se encontraba en esa situación”, dice el texto de mayo. A primera vista, esta comparación lo acercaría a la verdad, porque con Isabel Perón y su “Rodrigazo” de 1975 se inicia la larga decadencia argentina. Pero no: el ministro rescata a... ¡Menem! Es decir, a la flor y nata de las políticas modernizadoras dominantes desde 1975.
El justicialismo reaccionó duramente. Los senadores del PJ dijeron ver “con preocupación” la designación de Walker, pues “abreva en una bibliografía carente de objetividad alguna”. Los diputados exigieron “restañar la herida en la autoestima del pueblo argentino en general y del pueblo justicialista en particular”. Ambas reacciones son inaceptables. Por ese camino se llegaría a reponer las fronteras ideológicas (condicionar las relaciones entre Estados a la coincidencia de ideas) que entre Chile y la Argentina desterraron con todas las letras hace 32 años el presidente Salvador Allende y... el general Alejandro Lanusse.
Pero el artículo de Walker también apunta contra el presidente Néstor Kirchner, y de modo descalificador. El sí tiene derecho a estar personalmente molesto. Entre John Kennedy y Nikita Khruschov no había agravios personales, aunque ninguno rehuyera el ataque a la visión del mundo que representaba el otro. ¿Entonces? El Presidente debe recordar aquello de que no agravia quien quiere sino quien puede. En este contexto cabe preguntarse otra vez quién es Ignacio Walker Prieto, para muchos un ejemplo de lo que en Chile llaman un “pirulo”, un tipo social hace años desaparecido en esta Argentina plebeya, gracias a lo bueno de Yrigoyen y Perón. Un “pirulo” es clase alta, veraneo en Zapallar, posgrado norteamericano, familia cargada de próceres pretéritos y legisladores y diplomáticos presentes, derecho por genealogía a gobernar, a dar cátedra y a no ruborizarse cualquiera sea la contradicción en que se incurra.
Democristiano, Walker tuvo un puesto menor en el gobierno de Patricio Alwyn. Fue ocho años diputado, derrotado aspirante a la jefatura de su partido y también derrotado a una senaduría. Sostuvo entonces, en 2002, que “hay una sequía de ideas muy grande en política”, por lo que se recluyó en la vida académica –“de mediano y largo plazo, dominio de las ideas”– en un tradicional reducto de la derecha.
No sorprendió: como diputado había roto el bloque de la Concertación apoyando a la derecha, que así frustró la acusación contra el general Pinochet. Y en 2001 proclamó que su partido debía generar acuerdos con la derecha. El año pasado fue tan duro con el gobierno de Lagos como ahora con Kirchner: “Hay un aumento significativo de la oposición frente al gobierno y de Joaquín Lavín frente a Lagos... (la causa) es la corrupción, que es responsabilidad más de la Concertación que de la Alianza, del sector público más que del sector privado, y del gobierno (el Poder Ejecutivo, esto es, Lagos) más que del Parlamento y del Poder Judicial ... (existe) la idea de que la Concertación no puede seguir gobernando”. Ese era su análisis de una encuesta en una revista de derecha.Para la misma época el diario El Mercurio explicaba que la derecha “ejerce una clara hegemonía en la sociedad civil y prepara, desde allí, su instalación en el gobierno” a menos que, aconsejaba más que analizaba en otro artículo, se divida como en 1946. Claro: esto ocurría cuando Lavín, el alcalde pinochetista de Santiago, parecía imparable. Por eso la reclusión académica del político Walker para más de uno olía a preparación para la derrota de Lagos y la Concertación que el cientista político Walker auguraba. En este marco debe comprenderse el artículo menemista de mayo de 2004. Ni por asomo su autor creía posible unir de nuevo su suerte al gobierno de la Concertación.
Pero el cientista político Walker no fue muy lúcido. El presidente Lagos sacó de la manga a dos precandidatas, sus ministros mujeres, que hoy superan a Lavín. Una, la socialista Michelle Bachelet, encabeza las encuestas en el voto femenino, situación nunca lograda por la Concertación. Sensible a la realidad, Walker abandonó aceleradamente el mundo del “dominio de las ideas de mediano y largo plazo” y gracias a la otra candidata, la democristiana Soledad Alvear, aceptó volver a la dura trinchera de la política como embajador en Italia, olvidando que la corrupción (cargo falso o muy exagerado, vaya de paso) según su definición “abarca las pujas por los cargos y los cuoteos”, esto es el reparto de ministerios y afines entre los partidos gobernantes, precisamente el sistema por el cual ahora es ministro por indicación de la saliente Alvear.
No agravia quien quiere sino quien puede. Por lo que muestra su curriculum vitae, el ministro Walker hasta puede llegar a ser peronista, línea Carlos Menem. Por eso es más útil que los presidentes Kirchner y Lagos tengan en cuenta la opinión de Alejandro Magnet sobre el Tratado de Unión Económica Argentino-Chilena. Escribió en 1953: “En Chile (...) muchos de los problemas son insolubles dentro del marco ya relativamente estrecho de las fronteras nacionales. En estos momentos en que sólo los llamados pueblos-continentes pueden garantizar un desarrollo económico favorable, los países pequeños, aislados en su debilidad, no aseguran realmente su independencia sino que se condenan a una progresiva subordinación. Tal comprobación es lo que fundamenta y presta real solidez a la política que se ha llamado de ‘integración económica’ con la República Argentina. Ahora bien, tal política, que es posible y conveniente –hoy por hoy, la única posible–, no exige identidad ni tan sólo simpatía de regímenes políticos”.

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