Dom 24.10.2004

CONTRATAPA

La lata o la Patria

› Por José Pablo Feinmann

Este es un texto para cuadros o precuadros políticos. Voy a decirlo más claramente: si usted es un cuadro político (o, si prefiere, un militante político) ya estará metido en alguna parte. Donde sea, tenga claro que usted está allí para servir y no para servirse de la política. Esta sencilla idea lo alejará de la lacra moral de la corrupción. Si para usted la política es “trepar”, “hacer guita” o “tener poder” (para pisar la cabeza de los otros), hágale un favor a este pobre país: dedíquese a otra cosa. Hay negocios rentables. Actividades que dan dinero y fama. Métase en la publicidad, por ejemplo. Mírelo a ese pibe Agulla: asesoró a Menem, lo cuasi inventó a De la Rúa, alborotó noches con Antonito, ganó dinero a patadas, salió en la tapa de las revistas y ahora... todavía está ahí. Vigente, intacto: ¡hasta parece que es escritor y hasta lo toman en serio y le hacen reportajes! Bueno, dejémoslo ahí y que aleje sus inmensos talentos del arte infinito del enmierdamiento de la política. No, hoy hacen falta cuadros, militantes, tipos honestos que quieran servir y no servirse de. Si usted es de esa rara clase, para usted son estas notas.
Usted, también, puede ser un precuadro. Alguien que anda de duda en duda. Elogiable la duda, pero si nos lleva a algo. Cuando su duda lo lleve a “algo” usted dejará de ser un “pre” y será un militante político. (Donde sea: en el barrio, en la asamblea, haciéndole número a la democracia directa o en la fábrica o la universidad. O en algún partido.) Gran momento, para usted y para el país que necesita gente como usted. Porque algo está cambiando y puede cambiar. Sólo un consejo. Cuando llegue a un lugar a “participar”, “poner el hombro”, salir de su pegajosa soledad, de su solipcismo onanista, tiene que hacer una pregunta y no otra. La que tiene que hacer es: “¿En qué puedo servir? ¿En qué puedo ayudar? ¿Qué necesitan de mí?” La que no tiene que hacer es la que han venido haciendo los políticos desde hace ya demasiados años. La pregunta que definió el modelo de político abominado por la sociedad del “Que se vayan todos”. Usted sabe. Esa pregunta. La que hicieron Manzano, Grosso, Nosiglia. La que hizo todo el taimado batallón depredador menemista. La que hizo el Anticristo no bien asomó su cabezota a este mundo. La que hizo la Ingeniera Alsogaray el mismito día en que el Ingeniero, dulce papá al cabo, la tomó entre sus manos impunes. Esa pregunta. La pregunta del político argentino: “¿Dónde está la lata?”.
No hay lata. Ni la lata quedó. Y si alguna quedó metieron adentro una trampa para ratones. El cretino que mete la mano la saca con algunos dedos menos, cinco. Los diarios andan diciendo que bajó la corrupción. Es bueno que baje. Será mejor que desaparezca. El que roba en un país de hambrientos es un hijo de mala madre. (Obsérvese este detalle: no dije “hijo de puta”. Sino “de mala madre”. Una puta puede ser una persona espléndida y una madre ejemplar. Basta con ese insulto burgués, conservador, que apesta a machismo y a caballeros hipócritas siglo XIX que iban al burdel para poder “respetar” a sus prometidas. Como dice el gran Clint Eastwood en el final de Los imperdonables: “¡No molesten más a las putas!” Eso, basta de ofender a esas trabajadoras. Una mujer no es mala por puta, es mala por ladrona, mentirosa, fanfarrona, desdeñosa, trepadora o –para decirlo claro– ingeniera.) Hay, insistamos, algo particularmente repugnante en la corrupción. Porque la política es, en última o primera instancia, el arte de participar en la polis para que la polis sea mejor, su cultura prospere, la gente coma, los pobres amainen como los guapos de Celedonio Flores, la vida tenga valor y sentido, el trabajo se respete. Paremos aquí. Llegamos a un punto que quema. El trabajo. Una sociedad se crea y se organiza para crear trabajo. “Con el sudor de mi frente”, se dice. “Con mis propias manos”. “Lo que tengo me lo gané”. Parte esencial de la cultura política actual: la revalorización del trabajo, del esfuerzo. Vale la pena romperse las asentaderas. (Escribí asentaderas para no escribir “el culo”, que no da bien. Pero, en rigor, lo que uno se rompe es “eso”.) Sin embargo, para que un tipo sienta eso (que vale la pena romperse “eso”) tiene que saber que todos se lo rompen. El Poder (y en esto el capitalismo heredó las alharacas rumbosas de la monarquía) se engalana demasiado, desborda pompa y circunstancia. Los funcionarios se lo creen. Les ponen una secretaria y se van a los caños. Les ponen una alfombra y ya caminan distinto, como pavos reales patéticos. Les ponen veinte teléfonos y no atienden a nadie. Tener poder es incluirse en un mecanismo creado para que nadie llegue a uno. (Y su triste contracara: que uno no llegue a nadie.) Este contexto ya los hace sentir “distintos”. No son “hombres comunes”. Y aquí el riesgo de la corrupción ya es grande. El Poder está estructurado para que los poderosos (sintiendo que es algo inherente a su poder) roben.
Grave problema argentino: ¿cómo restaurar una ética del trabajo en una sociedad de ladrones? Barrionuevo, en los execrables años noventa, dijo una frase infame: “Aquí la guita no se hace trabajando”. Increíblemente (y eso muestra lo bajo que llegó este país), la frase jugó a su favor: ¡el tipo, por lo menos, había dicho la verdad! Pero la frase es infame. Hoy, desde el país que hoy queremos, con transparencia, honestidad y trabajo, se ha vuelto infame. En los noventa era la piolada de un impune. ¿Qué país se puede hacer con la ética que late en ese apotegma sarcástico y jodón? Veamos: por un lado, la guita. Por el otro, el trabajo. La hazaña teórica de Barrionuevo radica en la disociación de ambos conceptos. Se acabó la relación entre la guita y el trabajo. La guita “no se hace trabajando”. Se hace de “otra manera”. La gilada no sabe cómo.
En rigor, lo que dijo Barrionuevo es “la guita se hace robando”. Bajarle un mensaje así a una sociedad es, además de un escupitajo injurioso, ultrajante, una indecencia y una imposibilidad. La imposibilidad de hacer un país. Porque un país se vuelve imposible cuando los que lo quieren hacer se lo quieren robar. Y el robo le es tan esencial al poder que no robar es no ejercerlo. Cierta vez, un funcionario le dijo a otro, a uno que recién llegaba: “No seas corrupto, pero tampoco seas boludo”. O sea, no afanés, pero afaná; porque si no afanás no sos lo que sos, un tipo del Poder. Un tipo del Poder tiene que afanar. Si no, es como cualquier otro: un boludo.
Volvamos: la cosa es que hubo una noticia buena. La corrupción bajó. Métase en política entonces. Y desplace a los viejos. A los que confunden la patria con la lata. Porque, en la Argentina, la lata no se va terminar. Recuerden a Sarmiento. “El mal que aqueja a la Argentina es la extensión”. Resignifiquemos: “El mal que aqueja a la Argentina es la extensión de la lata”. Es inextinguible. Lata habrá siempre porque este país es –por fortuna y por desgracia– rico. Ergo, si la lata no tiene fin, lo que tiene que tener fin es el robo. Las manitos afuera. Y toda lata que se precie vendrá con un mecanismo de cierre automático, doloroso y justiciero. No bien la mano entra, ¡paf!, la lata se cierra y no se abre más.
Otra cosa sobre la Ingeniera de Lata. Algo que dicen muchos: ¿no está demasiado sola? ¿No es un “símbolo fuerte” que cubre otras encanadas fundamentales? ¿Y las fortunas en Suiza? ¿No se pueden desbloquear? Algo de eso se estaba haciendo. Claro, Blumberg no se ocupa de esto, la derecha tampoco. El tema es nuestro. Es prioritario. Señores, aquí no se puede robar más. Aquí, de ahora en adelante, la plata se hace trabajando o no se hace. Aquí, si se quiere cambiar, que a nadie se le diga “no seas corrupto, pero tampoco boludo”. Que se le diga: “No seas corrupto, boludo”. En una de ésas, quién les dice, nos despertamos un día y tenemos un país.

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