CONTRATAPA
Máscaras y caretas
› Por Rodrigo Fresán
UNO La máscara es la versión noble de la careta y la careta es la versión perversa de la máscara. La máscara es aquello que se usa para convertirse en otro (lo que puede llegar a ser bueno; caso Batman) y la careta es lo que se utiliza para esconder lo que hay debajo (lo que nunca está bien). Y vivimos en un mundo desbordante de máscaras y caretas y, casi siempre, es muy difícil discernir el punto y el rasgo exacto en el que termina una para que comience la otra.
DOS Pero de algo ya estamos seguros: Bush ya le ha ganado a Kerry las elecciones de Halloween 2004. Me explico: se han vendido más caretas de Bush que de Kerry para la fiesta favorita de la familia Addams. Este 31 de octubre –como todos los 31 de octubre, menos aquel del 2001 donde la paranoia volaba alto y todos temían encontrarse con velados sicarios de Bin Laden en la casa de al lado– los niños saldrán a las calles de los Estados Unidos luciendo sus mejores galas de monstruos y reclamando golosinas al grito pelado y peludo de Trick or Treat! Es decir: o me das caramelos o te juego una broma pesada. Premio o treta. Ray Bradbury o John Carpenter. Y, sí, para esta festividad pagana que ha sabido ser, como tantas otras, metabolizada por las diferentes iglesias –y que conecta directamente con el Día de Todos Los Santos y el Día de los Muertos–, la cosa viene llena de sorpresas y a ver a quién le toca el premio y a quién le hacen una treta. Porque por primera vez en la historia democrática norteamericana, el regocijo fantasmagórico de Halloween limita con esa fiesta de las urnas (para el que gane) o del ataúd (para el perdedor) donde se dirime el nombre del próximo vivito y coleando que ocupará esa mansión embrujada de aspecto patricio que tanto miedo le da al resto del mundo y que es conocida con el engañoso nombre de Casa Blanca.
TRES Y ya lo dije, insisto: ganó Bush. Es decir, todos los niños y no pocos adultos han considerado que Bush asusta más y mejor y han optado por comprar la careta de Bush antes que la careta de Kerry. Aplastante mayoría y atendible paradoja: se supone que el más monstruoso debería ser, por lógica, el que menos votos consigue en las urnas. Pero no. Las estadísticas no mienten y a lo largo de comicios y Halloweens, aquel que se llevó el título y las recaudaciones de la careta más escalofriante fue también el que se llevó toda la calabaza. Reagan vendió más caretas que Carter y Mondale; George Bush (padre) vendió más caretas que Dukakis; pero casi nada en comparación con lo que vendió Clinton por primera vez y con lo que volvió a vender Clinton a la hora de Dole. George W. Bush arrasó a caretazos a Gore pero juró con menos votos (recordar las elecciones del 2000 como una suerte de episodio politizado de The Twilight Zone donde nadie sabía nada) y, ahora, Bush Jr. reincide y le pone la careta a Kerry. Y otra tradición de la noche de brujas es la encuesta infantil que se hace entre niños de entre 9 y 11 años de edad y que ha acertado sin equivocarse jamás –durante las últimas elecciones– a la hora de señalar el ganador. Los niños no mienten, los niños nunca fallan, los niños no tienen miedo: los niños dan miedo. Y, sí, otra vez el mismo siniestro resultado: el monstruo de Frankenstein y el vampiro Drácula y el texano Bush.
CUATRO Y, para no salirse del guión, los últimos tramos de la campaña de uno y otro candidato se apoyan pura y exclusivamente sobre dos cuestiones fundamentales para el pueblo norteamericano y que siempre han girado juntas, Yin y Yang, potenciándose –ahora más que nunca, impulsados por los motores de encuestas que repiten empate una y otra vez– con alegría y escalofrío centrífugos: el miedo y la religión. El asunto –a la hora de captar a los vitales indecisos en unas elecciones muy pero muy reñidas y que, por primera vez, son consideradas trascendentes por un pueblo al quehasta ahora poco y nada le interesaban estas cuestiones– es quién consigue atemorizar más y mejor con cuentos de terror e invocaciones a cucos varios que llegarán con la noche del 2 de noviembre si se elige a los malos del otro lado. Hay para elegir: el retorno del reclutamiento obligatorio (miedo juvenil), escasez de la vacuna para la gripe (miedo para ancianos), descontrol planetario de culturas peligrosas y tan extranjeras como Corea del Norte o Irán (miedo para los obsesivos de los juegos de estrategia), un nuevo ataque terrorista ahora con nuevos efectos especiales y armas nucleares o bacteriológicas (miedo para todas las edades). Las campañas de demócratas y republicanos insisten con estos pronósticos atendibles y cataclísmicos pero, claro, se desentienden de horóscopos vulgares y poco confiables como los informes de comisiones científicas en cuanto a lo que ocurrirá si no se atienden y obedecen los dictámenes del Protocolo de Kioto en cuanto a la reducción de las emisiones de gases que provocan el efecto invernadero y que ya están causando un más que atemorizante cambio climático. La semana pasada, Rusia dio el OK y ratificó lo ya decidido por 126 países, pero Estados Unidos insiste en cubrirse los ojos, en mirar para otro lado, en ponerse la careta de a mí no me miren. Kerry explicó que “las reducciones son imposibles de cumplir y las obligaciones que impone el Protocolo a todos los países son demasiado poco importantes para resolver el problema”. Bush se limitó a decir que “no es una cosa buena para los Estados Unidos”, aunque le parece bien que cada país hago lo que mejor le parezca. Uno y otro parecen mucho más preocupados –mientras el Vaticano ya está cortando la leña para la próxima fumatta bianca y se habla de un Papa negro o sudaca para reestrenar el disfraz– por hacer valer sus acciones en un angelical cielo sin agujeros de ozono. La verdad es ésta: el 72 por ciento de los norteamericanos tiene fuertes convicciones religiosas. Bush (cristiano renacido luego de años de farra y birra) se considera un elegido por Dios y siempre inicia sus reuniones de gabinete con rezos y aleluyas. Kerry (católico) se ve obligado a citar las escrituras pero –para los creyentes de línea dura– ha cometido un pecado mortal buscando y consiguiendo el apoyo de esa Sodoma & Gomorra: Hollywood.
Uno y otro elevan ahora su rostro a los cielos. El problema es si lo que cubre sus rostros es una máscara o una careta y si a nosotros –alegres mascaritas de Carnaval y Purgatorio– nos acabará tocando premio o treta.