Jue 04.11.2004

CONTRATAPA

Casas tomadas

› Por Rodrigo Fresán

UNO La casa es grande y blanca y está tomada. Y pocas veces una mansión embrujada –uno de esos lugares que dan miedo– lució tan bien y tan limpia y tan...

DOS Recuerden: hace cuatro años nos fuimos a dormir confiados de que había ganado Al Gore y nos despertamos descubriendo que nada estaba claro, que no se sabía nada. Hicieron falta varias semanas y un puñado de jueces para que los Estados Unidos consagraran a Bush como nuevo presidente de los norteamericanos y –por resignada extensión– de todos nosotros. La impresión entonces fue que USA no podía soportar la idea de estar dando imagen de república bananera (uno de esos países raros a los que suele viajar Jimmy Carter para supervisar comicios más raros todavía) y que lo mejor era arreglar el asunto lo más rápido posible y, después de todo, los demócratas llevaban ocho años de inquilinos así que correspondía otorgarle el beneficio de la duda a los republicanos y la oportunidad de amasar una fortuna a Michael Moore.
Y lo sucedido en estos últimos cuatro años en Estados Unidos –y en el resto del mundo– desafía a la imaginación más fértil y al analista más experto. Digamos, a modo de resumen, que el mundo es otro, y que es un mundo extraño y difícil y...

TRES Así que la noche del martes, cuando los primeros resultados indicaban a Kerry como posible vencedor, decidí apagar el televisor y cerrar los ojos pensando “He aquí el momento exacto para desenchufarse y, por lo menos, dormirse más o menos en paz con uno mismo.” Adiós Florida, adiós Ohio, y uno mismo es lo único con que uno –si tiene suerte– puede estar en paz en estos días que vivimos. El resto está en guerra. ¿Con qué soñé? Con algo absurdo, algo que tenía que ver con que el nuevo presidente norteamericano –mi sueño no se atrevía a mostrar su rostro– abolía la ley de gravedad para, así, impedir que misiles y bombas y aviones impactaran en blancos americanos. Y todos flotábamos y aprendíamos a vivir así, en el aire. Queda claro que –aunque no lo mencionara por nombre y rostro– mi inconsciente ya había decidido quién era el triunfador. Por lo que me desperté temblando y fui hasta la tele y lo primero que vi y oí era la noticia de que ahora los astronautas también podían votar no importa la órbita en la que se encuentren. En la pantalla aparecía, ingrávido, un hombre de rasgos orientales pero nacido en Texas y votando vía e-mail “gracias a una ley aprobada en 1997 por el entonces gobernador del estado George W. Bush que permitía emitir voto desde el espacio y...”.
Fue entonces cuando supe que, Houston, teníamos un problema.

CUATRO Después, enseguida, el paseo por CNN, CBS, SKY News, BBC, y todos esos periodistas y panelistas con cara de extras insomnes de La noche de los vivos murientes o algo así. Los de la Fox, claro, aparecían rozagantes y felices. Y ya se empezaba a hablar de recontar votos, de escaños, de estadísticas, de teorías enrevesadas alrededor de un sistema francamente bizarro a la hora de elegir presidente y de que Bush Jr. era el hombre que más votos “populares” (es decir, número de votos; lo que no necesariamente hace a un ganador) había conseguido en toda la historia de la democracia, y que la gente de Kerry anunciaba que no dejaría voto sin contar y busqué refugio en otro canal 24 horas donde la situación era muy distinta, pero sin embargo...

CINCO Hablemos de otra casa donde se nomina y se pierde. La casa de la quinta o sexta edición –ya no estoy seguro, todas se mezclan y se confunden– del Gran Hermano español. Me había prometido no seguirlo este año; pero lo vi la primera noche para asegurarme de que no concursara ningún argentino y –respiré aliviado– no había compatriota picarón y divertido. Pero una de las concursantes españolas –al encontrarse ahí adentro, perverso casting, con un ex novio– decidió salir corriendo ahí nomás y en su reemplazo entró una argentina. Hablemos de Natacha. Una morocha fuerte y boca sucia (capaz de anunciar sin problemas que “me suda el coño” o de acusar a una rival de “rascarse el higo todo el tiempo”) que parece vivir en un semidesnudo estado de calentura perpetua y que se arroja sobre los concursantes ibéricos machos como loba feroz sobre mansos corderitos. Las chicas la detestan con admiración y los chicos reconocen que “la chavala está buena” pero, también, que los aterroriza con tanto beso y jadeo y tanga y...

SEIS El tema siempre es y siempre será el miedo. El miedo que no deja pensar y el miedo que paraliza. Digámoslo así: el resto del mundo estaba con Kerry (que tampoco era la gran cosa) pero los norteamericanos estaban con Bush. Un amigo de N.Y. me lo explicó así: la gente está tan paralizada por el miedo que le da miedo provocar cualquier cambio. La reaparición de Bin Laden terminó de decidirlos y he aquí la bonita paradoja: el resto del mundo le tiene miedo a un país con miedo al resto del mundo. Tal vez, quién sabe, “¡Cuatro más años!” –Bush dixit— tendrán, si los sobrevivimos, un efecto positivo. Tal vez el descalabro de USA en Irak provoque un blindaje de los halcones sobre sí mismos y entonces haya tiempo y espacio para el fortalecimiento de Latinoamérica y Europa (y de China, destinada a convertirse en el próximo cuco para las yanquis). Tal vez no. Y puede ser extraño que uno piense todo esto mientras Natacha –quien de tanto en tanto cae en trances de llanto histérico– se lanza sobre el pobrecillo de Conrad y, desde estudios centrales, Adrián –primo argentino y ocasional amante de Natacha que va de programa en programa cobrando cachet por explicarla y defenderla– insiste en que “Natacha es muy latina” y mira a todos con cara de qué piola que soy. Después pasa videos de su primita vestida de dominatrix aullando “¿Van a follar todos esta noche, eh?” y...

SIETE Fortalecido y aterrorizado por la visión de Natacha –son muchos los que rezan porque sea expulsada prontito para disfrutar del inevitable desnudo en las páginas de Interviú– salgo de esta casa y vuelvo a la otra. Ahí, en el living, Bush sonríe abrazado a su perrito. La sonrisa de Bush es muy inquietante. Es la sonrisa de alguien a quien le parece perfectamente normal ser reelegido luego de una primera presidencia catastrófica porque, bueno, Dios lo eligió a él para ser emperador de todo el mundo menos, tal vez, de la pecadora Natacha.
Todo es tan raro.

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