Sáb 27.04.2002

CONTRATAPA

Patético

› Por Osvaldo Bayer

Nuestra República Argentina está hoy llena de hambre, vergüenza y basura. Después de 86 años de nuestra autoproclamada democracia. Dos partidos nos gobernaron mezclándose con dictaduras feroces de bala y tortura. En 86 años, esos dos partidos "democráticos" y sus consiguientes y consuetudinarias dictaduras lograron vaciar la república del Plata, aquella de las anchas llanuras y los ríos generosos. Le robaron hasta el último peso. El sesenta por ciento de los niños argentinos están desnutridos, miles de sus habitantes no tienen trabajo. El gobernador de Buenos Aires, doctor Felipe Solá, crea la brigada de los "paleros". Para seguir pegando cobardemente a quienes tienen un poco de dignidad y salen a la calle a la protesta rebelde. Quien vea el film sobre la policía a caballo de los radicales pegándole en Plaza de Mayo a las Madres aquel 20 de diciembre va a comprobar que ya no hay límites. Las pechan, las hacen caer y les hacen sentir su calidad de bestias. La policía de De la Rúa, Mathov y el comisario Santos queda allí al desnudo. Ahí está toda la crueldad y la cobardía en cámara lenta. A todos ellos habría que ponerlos en fila en Plaza de Mayo, escupirlos con el desprecio, y echarlos del país. Los cobardes más cobardes de la República en sus enjutos uniformes mostrando toda su valentía con ancianas indefensas. No, claro, pero ninguno es culpable. De la Rúa estaba en el heroicóptero. Mestre no atendió el teléfono, Mathov no recuerda, y el comisario Santos estaba con diarrea.
Igual que con la Semana Trágica: Yrigoyen no leyó el diario, Elpidio González dormía la siesta, la policía "cumplió órdenes" no se sabe de quién, y el ejército "cumplió con su deber". Quedaron centenares de obreros despanzurrados en las calles de Buenos Aires, con la sangre brotada por las ocho horas de trabajo. Y la Liga Patriótica Argentina fundada por Carles, el Perito Moreno y el cura D'Andrea, se habían dado el lujo de voltear rusos en el Once. Los legisladores radicales no se dieron por aludidos. Pero admitían en diálogos en voz baja que "tal vez" hubieran habido excesos en la represión. "Excesos". Los muchachos se excedieron pero terminaron con los subversivos se dirá más adelante en obediencia debida y punto final. Buen comienzo para nuestra democracia y sus demócratas. ¿Qué fueron los 86 años de democracia?: dos partidos que se combinaron en el poder mechado con dictaduras. Ninguno fue capaz de organizar la República para que nunca más volvieran los militares a traicionarla. No, volvieron cuando se les dio la gana, catorce presidentes civiles y catorce dictadores militares: pobre democracia. Cóctel de radicales, peronistas y militares. Ningún presidente civil defendió a la democracia. Salvo dos que terminaron el mandato todos los demás escaparon dejando sola la Casa de Gobierno a manos de los dictadores uniformados. Ante el levantamiento de Uriburu y su colegio militar, Hipólito Yrigoyen huyó alocadamente en su auto y se produce una figura patética: el presidente elegido por los argentinos golpea ante el portón del cuartel del 7 de Infantería y presenta su renuncia "indeclinable" ante el sorprendido jefe del regimiento, un oficial de segunda categoría. La figura de la República cae echa pedazos en un cuartel. En vez de llenar con dos millones de sus adeptos la Plaza de Mayo y combatir al delincuente uniformado, no, huye, dejando la Casa de Gobierno como un panteón donde enterrar la Libertad. Y tendremos como presidente al "mariscal von Pepe" como sus amigos lo llamaban al general tan admirador de lo prusiano. En vez de morir con una bala en el corazón, para demostrar que ahí bien metida tenía a la República, el caudillo radical se asegura la vida ante un teniente coronel insignificante firmando su deceso como Hijo del Pueblo.
Al presidente Castillo, los golpistas del '43, lo encontraron durmiendo en su casa y no apareció más por los lugares que solía concurrir. Pero tan patética como lo de Yrigoyen fue la huida de Perón. Ante los golpistas, en vez de llenar la Plaza de Mayo con sus adeptos, se refugió en una cañoneraparaguaya que estaba en astilleros en el puerto. Dejó a todos solos y de allí escapó a lo del sórdido dictador paraguayo Stroessner, de allí a la Venezuela del pequeño dictador Pérez Giménez, a Panamá, a la República Dominicana de un dictador Trujillo que se rodeó eternamente de leyendas negras, y de allí a la España de Franco, hombre de Hitler y Mussolini y de lo más sórdido de la Iglesia.
Siguió esta democracia que supimos seguir con un dictador fusilador como Aramburu, el mentor de la Operación Masacre, quien inventó la democracia de un partido. Se prohibió al peronismo y de allí los radicales tuvieron vía libre. Frondizi, que se fue de la Rosada con paso apurado apenas divisó la primera bayoneta en Plaza de Mayo, de los azules y colorados, milicos que se enfrentaban en las calles, y nadie les decía nada acerca de la Constitución y la democracia. Se puso a un senador títere de presidente, quien aguardaba todas las mañanas para hacer el orden cerrado que le ordenaban los cabos y sargentos. Subirá entonces Illia, porque el peronismo seguía prohibido, cosa que aceptaban los radicales tan democráticos. Illia caerá sin pena ni gloria ante el general Alsogaray quien lo amenaza diciéndole que si no se iba le mandaría la compañía de gases. ¡Qué respeto militar, gases en la Casa de Gobierno! Illia, en vez de sacar del cajón del escritorio un revólver y volarle la cabeza al golpista traidor, pidió "un coche de alquiler" para irse. La democracia argentina y sus mártires. Y vendrá un sombrío general, chato y mezquino, Onganía, que adoraba la estampa de Francisco Franco y era de misa diaria y odiaba a las universidades. La noche de los bastones largos, para que se acuerde la cultura que siempre hemos tenido generales valientes. Pero los militares muy argentinos, por supuesto, se pelearon por intereses, y el general Levingston lo someterá a Onganía en el sillón presidencial. A su vez, ese general calificado de "dipsómano" por el coronel, el "Tú" Guevara, militar de ademanes suaves y defensor del barrio norte. Fue cuando entrará en escena el general Lanusse y la juventud peronista que con su accionar obligará a elecciones con el partido prohibido. Y aquí comienza el otro aspecto. El no a la democracia de base, el sí al manejo de la elección a dedo. Sólo 41 días para el soñado nuevo país con Cámpora como presidente, el sí al conciliábulo perverso de los poderosos. Resultará presidente el señor Lastiri, cuyo único título será el ser yerno del sombrío López Rega, policía, secretario privado de Perón. Luego Perón, sí, pero se morirá y oh sorpresa, la presidente será su esposa. Como en la familia Borgia. Y comenzará la ola de crímenes oficiales. Todo en nombre de la democracia. Luego, otra vez los militares, en la hora más tenebrosa y asesina de la historia argentina. La hora de las bestias. Vendrá la guerra inútil y la esperanza democrática. Pero otra vez será el turno de los partidos populistas. Esta vez, Alfonsín. Que, oh, realismo mágico, terminará en un abrazo radical con aquel símbolo traído a la escena por Uriburu: obediencia debida y punto final. Y habrá otra vez huida. Alfonsín se escapará en el momento en que se le caía todo encima. Y vendrá Menem. La perla negra de la desvergüenza. No puedo explicarlo. Aquí nos faltaría García Márquez para esa década. Fue capaz de poner de rodillas al país y a los argentinos. Luego, De la Rúa, que escapará en helicóptero. Y ahora el pacto Duhalde-Alfonsín.
No, basta con los dos partidos y las dictaduras. Han humillado al país hasta el no va más. Fundemos la nueva República, por fin. Terminemos con esta farsa de 86 años. Seamos dignos.

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