CONTRATAPA
Doblada
› Por Juan Sasturain
Acaban de estrenar en los cines el último producto de animación de la Disney y una de las novedades –cuando la versión no es subtitulada– es el doblaje, pensado supuestamente para los niños, alevosamente argentino: los personajes no hablan en un español neutro (si es que eso existiera, pero vale para entendernos), sino en un coloquial porteño de última generación, incluso con referencias situacionales al contexto nacional. El resultado, más allá del elogio de los actores que (bien) lo han hecho, ha sido evaluado de diferentes maneras por críticos y espectadores: mientras a algunos les resulta funcional y gracioso, otros lo consideran distractivo y distorsionador. Me siento más cerca de la segunda perspectiva. En general, el doblaje muy marcado dialectalmente –y vale también para la traducción literaria– jode más de lo que ayuda. Sobre todo en este caso en que el criterio parece haber sido solamente “acercarlo” al específico espectador ocasional: los argentinos porteños. Una burrada.
Hay casos, sin embargo, sobre todo en la tele, de hallazgos preciosos con soluciones dialectales para conseguir subrayar un carácter o una circunstancia que se perdería en el inevitable doblaje. En primer lugar, medalla de oro al que se le ocurrió doblar a Jacques Cousteau en la serie que llevaba su nombre: lo hicieron hablar un castellano afrancesado inconfundible que “reproducía” –supongo– el inglés imperfecto del acuanauta en la versión original... Inolvidable. También en una mediocre tira de dibujitos de Hanna Barbera hubo un hallazgo extraordinario: el gato Mr. Jinks, un elegante felino de moñito que lidiaba con los insoportables ratones Pixie y Dixie, seguramente se expresaba con algún acento durísimo –¿irlandés, escocés, londinense? no lo sé–, la cuestión es que en la versión doblada le asignaron un andaluz presuntuoso: “¿Dónd’ejtarán eso’ maldito’ roedore’...?”. Brillante. Y una más, que nos toca: en la versión mexicana o portorriqueña para la tele de la memorable The Nutty Professor de Jerry Lewis, cuando el balbuceante profesor chiflado de dientes salidos se convierte –elixir mediante– en un soberbio ganador con las minas, sobrador y dominante, habla... como un argentino. Sin comentarios.
Cuando en literatura (pasando del audio a la letra impresa, pero con inevitable resonancia en la oreja) el criterio ha sido dar equivalencias de una lengua muy marcada por el argot con otra similar, los resultados —curiosos o meritorios como esfuerzo– siempre han sido insoportables: recuerdo versiones muy castizas de Chester Himes en Bruguera, en que el habla de Harlem se convierte en el de Malasangre: tripa, tía, tomar por culo, gilipollas... Un desastre. Y nosotros –incluso nuestro habitualmente infalible Rodolfo Walsh probó en algún cuento de Chandler para la Serie Negra de Tiempo Contemporáneo– tuvimos intentos equivalentes: pero no se puede decir boludo en Los Angeles sin que todo se derrumbe. Es como si les cambiáramos la pilcha a los personajes: vestir a los cowboys de gauchos o algo así.
Es que el arte es representación, construcción de un verosímil, de un efecto; nunca reflejo especular de nada. Volviendo a las imágenes, en una escena de El estado de las cosas, la hermosa película del a veces discursivo Wim Wenders, el veterano Sam Fuller –director clásico yanqui de películas de género metido a actor por imperativo del alemán– le explica a alguien en un bar de Lisboa que aunque la realidad es en colores el efecto de realidad en cine se logra mejor con el blanco y negro. Un criterio que no podría entender Ted Turner, el magnate de la TNT desde el momento en que no vaciló en colorear para su exhibición televisiva algunos clásicos de los cuarenta como The Big Sleep o The Asphalt Jungle con laidea de que así le daría más atractivo para el espectador actual... El blanco y negro atrasaba.
La última, de locos. Hace unos meses, cuando murió Marlon Brando, me contaron que en España hicieron una nota en la que se destacaba –con justicia– lo extraordinario de su voz, inolvidable para los espectadores españoles. Seguramente que lo era: el problema es que no era la de Brando sino la del laborioso actor que lo dobló –supongo– desde Nido de ratas a El Padrino y Apocalipse Now!
Lo que se dice comérsela doblada.