CONTRATAPA
La bandera del sentido común
› Por Eduardo Fabregat
La historia reciente de la Argentina hace que el cinismo siempre tenga un lugarcito donde respirar a sus anchas. Será que aquí hubo crímenes de toda clase en los que se prometió “investigar hasta las últimas consecuencias”, y culpables notorios que van y vienen en libertad, y resonantes medidas que luego se fueron diluyendo: en el fondo, todo argentino medio tiene una vocecita que le machaca la sesera con un “msé... al final acá no va a pasar nada”. De ahí, quizá, la hiperactividad de los comandos de la clausura, que arrancaron por los boliches y siguieron por tantos otros lugares donde las medidas de seguridad son una lista de cosas a tener en cuenta a la hora de adornar a alguien para que haga la vista gorda. Si es que ese alguien aparece.
Pero la actividad de los espectáculos en Argentina no puede quedarse sólo en una hiperconciencia fugaz, que lleva a que el Gesell Rock y el Cosquín Rock inviten a periodistas y padres preocupados a hacer tours por el predio del show para comprobar que todo está en orden. La noción de que el juego debe cambiar no ha llegado aún a fondo, ni tampoco hay un consenso tan generalizado como podría pensarse. Nadie puede dudar de que Omar Chabán es responsable por lo sucedido, pero hasta ahora sólo los ex empleados de República Cromañón se atrevieron a decir lo que en el medio es un secreto a voces: Callejeros alquiló el lugar esas tres noches, lo que significa que la organización y la gente de seguridad respondía al grupo. La sobreventa de entradas tampoco es responsabilidad exclusiva de Chabán: la cantidad de tickets a expender es casi siempre una cuestión consensuada entre el dueño del lugar y el manager del grupo. Dos veranos atrás, un promotor y el manager de Divididos acordaron que, para un show en un lugar con capacidad para 2 mil personas, no se vendería ni una entrada más que eso. Y ni siquiera la insistencia del dueño de la disco –que le proponía al promotor vender más entradas en negro, pasando por izquierda al manager del trío– torció la decisión. Si un grupo realmente quiere evitar la superpoblación, puede hacerlo. Pero debe existir esa voluntad.
No es políticamente correcto apuntar que Callejeros tiene su parte de responsabilidad en la tragedia, pero es la pura verdad. Mal que les pese a los chicos del foro web, que sólo piden la cabeza de Chabán, Ibarra y algunos periodistas televisivos. No “queda bien” recordar que el mismo manager presentaba a su banda como “la más pirotécnica del país”, y que en varios de sus shows hubo un despliegue de bengalas imposible de realizar sin una manito de adentro. No es simpático decir que para unos cuantos grupos el show no es tal si no hay mucho fuego y mucho trapo, y que sus managers tildan de “careta” a quien trate de impedirlo. Algo que sucedió no antes de Cromañón, sino la semana pasada, en uno de los primeros shows en la costa y con un cuarteto rocker que quería “pasar” las banderas de su público entre los equipos, aunque hubiera tres inspectores muy atentos a la presencia de material inflamable.
Todo eso es cierto, como es cierto que el representante de otro grupo, muy popular, declaró a un redactor de este diario: “Yo soy manager, ¿por qué tengo que saber algo de seguridad? No es mi función”. El párrafo exime de mayores comentarios.
La era post Cromañón debe tener algo más que buenas intenciones y frases de ocasión. Debe tener, ante todo, sinceridad en todos los frentes. Así como hoy en la ciudad se pueden ver cientos de conductores que olvidaron la fiebre del cinturón de seguridad, en unos meses las inspecciones a mansalva habrán pasado y el delicado equilibrio de un recital volverá a quedar supeditado al sentido común de quienes toman parte en él. Lamentablemente, y aun con tanta muerte dando vueltas, no todos los integrantes del medio parecen dispuestos a ponerlo en práctica. Siempre será más fácil pedir la cabeza del que está enfrente, evitando de paso hacerse cargo de la parte que le toca a cada uno.