CONTRATAPA
De soledades democráticas
› Por Juan Gelman
Son verdaderamente ejemplares las elecciones del próximo domingo en Irak: muestran la clase de “democracia y libertad” que W. Bush ha prometido extender al mundo entero. Nadie sabe cómo se conformaron las listas de candidatos, nadie conoce sus programas, ni sus rostros, ni sus nombres –salvo los de unos pocos–, se vota en un país encerrado y en un virtual estado de sitio, los sunnitas no lo harán y hay indicios de que bastantes chiítas tampoco. La insurgencia declaró la guerra a estos comicios, ha multiplicado sus ataques suicidas y varios jefes militares norteamericanos admitieron que las condiciones de seguridad no existen en vastas zonas de Irak. La votación viene marcada, sobre todo, por un vicio de origen: no hay antecedente alguno de que en algún lugar del planeta se haya sufragado democrática y libremente bajo las botas de una ocupación extranjera. Y luego: no estará sujeta al escrutinio de ningún organismo internacional independiente. Paul Bremer, el ex pro cónsul de la Casa Blanca en Bagdad, se encargó de nombrar a los observadores de su gusto antes de abandonar con turbia gloria su mandato.
En Washington los decibeles han bajado. De “objetivo central de la lucha por la democracia y la estabilidad en Irak”, la importancia de estas elecciones ha sufrido diversas podas en los círculos gobernantes de EE.UU.: “No las consideramos un jalón determinante en sí mismas, creo que la mayoría del gobierno espera que la violencia continúe por mucho tiempo después de celebradas”, precisó Richard L. Armitage, subsecretario de Estado de la primera administración Bush. Y su ex jefe, Colin Powell: “La insurgencia no desaparecerá como resultado de estos comicios. En realidad, tal vez la envalentonen más” (Los Angeles Times, 17/1/05). Un nuevo informe público del Consejo Nacional de Seguridad estadounidense concluye que el terrorismo no disminuirá, antes por el contrario: el Irak ocupado –dice– reemplaza hoy al Afganistán de los talibanes como tierra de cobijo y entrenamiento de terroristas que podrían esparcirse por el mundo. “Lo triste es que hemos creado lo que el gobierno argumentó que íbamos a prevenir con nuestra intervención: la relación Al Qaida/Irak”, manifestó a la cadena de periódicos Knight Ridder (17/1/05) un funcionario de alto rango de la inteligencia yanqui que prefirió el anonimato. Es comprensible: los servicios norteamericanos de espionaje no comulgan con la mirada rosa que la Casa Blanca echa sobre Irak.
Se especula que la coalición chiíta Alianza Unida Iraquí, que lideran el gran ayatola Al Sistani y Abdel Aziz al Hakim, jefe del Consejo Supremo de la Revolución Islámica que evitó en Irán las iras de Saddam Hussein, ha de predominar en unas elecciones en las que también contienden partidos y grupos chiítas de variados matices –laicos unos, fundamentalistas otros–, casi todos encabezados por quienes la invasión norteamericana sacó de sus exilios y devolvió al país. Gane quien gane, poco cambiará. Continuará la guerra, continuará la ocupación y cabe preguntarse cuántas bajas fatales –¿5 mil, 10 mil?– está dispuesto a aceptar el pueblo estadounidense. Y gane quién gane, se verá obligado –antes o después– a buscar la retirada de los ocupantes. “Ningún pueblo del mundo acepta la ocupación –afirmó Al Hakim, probable vencedor– y nosotros no aceptamos la permanencia de las tropas norteamericanas en Irak. Consideramos que esas fuerzas han cometido muchos errores en el manejo de varias cuestiones, ante todo y sobre todo en lo que hace a la seguridad, y esto ha contribuido a las matanzas, los crímenes y las calamidades que sufrieron en Irak los iraquíes.”
Claro que los neoconservadores la piensan de otro modo: tienen viejos planes para el Medio Oriente que entrañan el aumento de la presencia militar de EE.UU. en la región. Irán, Siria y hasta Arabia Saudita están en la mira de sus hambres petroleras. Los alienta el compromiso que W.formulara en el discurso de asunción de su segundo mandato: el objetivo será el de “procurar y apoyar el crecimiento de las instituciones y movimientos democráticos en cada nación y cada cultura, con vistas a la meta final de terminar con la tiranía en nuestro mundo”. El vicepresidente Dick Cheney advirtió ya que Irán será el próximo beneficiario de esta misión “civilizadora”.
No son visiones compartidas por la opinión pública de EE.UU., que lenta y contradictoriamente va evaluando la política internacional del mesías W. Bush. “Escarmentados por la experiencia de Irak, los votantes estadounidenses se inclinan ahora por un ‘nuevo realismo’ en política exterior y de seguridad”, se titula el estudio del Civil Society Institute de Massachusetts que expone los resultados de la encuesta que realizó luego de la reelección de Bush (www.civilsocietyinstitute,org, 11/1/05). Entre otras posturas de los interrogados, se destaca la siguiente: un 43 por ciento considera prioritaria “la defensa de las fronteras de EE.UU. y la seguridad interior”, pese a la afirmación de W. de que la seguridad del país depende de la democracia en el mundo impuesta a marcha forzada; sólo un 7 por ciento coincidió con la Casa Blanca y un 6 por ciento se pronunció por “ir solos” en futuras intervenciones militares. El 64 por ciento consideró que los diferendos con otras naciones debían resolverse por vía diplomática y, con extraño fatalismo, que al menos había que lograr que la acción militar posible fuera multilateral. El 71 por ciento estimó que la intervención unilateral y la invasión a Irak tornaron a EE.UU. más vulnerable a los ataques terroristas. Dos tercios rechazaron una ocupación prolongada de Irak o Afganistán. El 81 por ciento piensa que el acceso al petróleo del Medio Oriente juega un papel en la política exterior de su país y el 75 por ciento se opone al uso de la tortura, aunque se aplique a terroristas. Pareciera que los “democratizadores” de EE.UU. andan medio solitos en EE.UU. En el mundo, ni hablar.